SOCIEDAD

La rara postal brasileña sin argentinos a la vista

Los precios bajaron en dólares hasta un 50 por ciento. Y en Florianópolis se ilusionaron con que eso animaría a los argentinos. Pero no. Allí dicen que el problema es que nadie quiere resignarse a viajar en micro.

Si el año pasado las playas de Canasvieiras ya no parecían una Mar del Plata verde y con montañas, esta temporada la samba y el son de los paulistas coparon, como reconquistando, la arena brasileña tan habituada al aluvión argentino. “Creímos que mejoraría, pero los argentinos que venían en charter no se pasaron al micro, aunque los hoteles bajaron de un 30 a un 50 por ciento y la comida sale como en Buenos Aires”, cuenta a Página/12 María Carey, dueña de Free Brazil, la empresa operadora de turismo argentino hacia Florianópolis y Camboriú más importante de esa zona tan cara al sentimiento argentino del verano. Carey es uno de los tantos empresarios de turismo que este verano descansa –y disfruta de su nieta– más de lo que tiene que trabajar. La caída de la demanda turística hacia esas playas ha continuado a tal punto que los argentinos que se atrevieron son menos del diez por ciento de los que fueron cuando el dólar los hacía parecer potentados en tierra ajena.
En el desasosiego de la temporada 2002, inmediatamente posterior al estallido de diciembre y la devaluación, bajo las sombrillas de Ponta das Canas, una pareja gay –rubio profesor de francés y morocho de cultivado torso– recordaba las buenas épocas no ya en la terraza del hotel cuatro estrellas que solían tomar cuando se instalaban en Leblón, sino tomando su caipirinha playera ofrecida en oferta por un vendedor de carrito. Y este verano se fueron a Córdoba, a una cabaña encantadora, pero a sesenta pesos de ómnibus.
En la visión de Carey, que conoce el turismo argentino hace ya más de una década, lo que ocurrió con gente como esa pareja es que esta vez al analizar la posibilidad brasileña “pusieron un límite al no resignarse al micro”. De hecho ya no existen los charters hasta la isla en la que Carey ofrece servicios hoteleros y transporte. Lo cierto es que los valores del pasaje por tierra, más allá de la demora de 24 horas, no son el disparate por aire –300 dólares– sino 180 pesos el ida y vuelta. “De todas maneras, por una cuestión quizá de status, los que antes venían a darse una buena vida prefirieron ser gasoleros en su propio país. Esperamos que cuando evalúen que estamos en los mismos valores de hoteles y comida recuperen la intención de volver”, se esperanzan los Carey, toda una familia dedicada al turismo.
Luis Petit es un nativo del sur de la isla y hace quince años que comenzó con Casa du Barao, un hotel de tres estrellas muy cerca del centro de Canasvieiras. Ya a comienzos de enero, su desilusión sobre la temporada es un hecho. “Nosotros esperábamos que los argentinos regresaran, que vinieran por lo menos el 30 por ciento del total que estaba acostumbrado a venir”, dice. Pero no. El promedio de los hoteles es de un 20 o 25 por ciento de ocupación entre los que menos han bajado sus precios. Gente como Luis consiguió llenar entre el 35 y el 40 por ciento de sus cuartos. En su caso, reconoce, el extremar las rebajas está relacionado –además de con la desesperación por captar mercado– con cierto “agradecimiento y solidaridad” con los argentinos.
“Nosotros tenemos una relación de complicidad y honestidad con los argentinos –dice Petit–, porque gané mucha plata con ustedes.” Es lo que mitiga el dolor del ya no ser depositarios de tanta ganancia ininterrumpida durante la década menemista. Para María Carey, algo de eso hay: “La cultura menemista salpicó a todos y al sur de Brasil también. Ahora se dan cuenta de que ya no es la Argentina que ellos conocieron, que fue exprimida también por ellos. Muchos son conscientes de esto y están popularizando la oferta, adaptándola a precios más reales.” Luis avala, y ya es uno de los que va en punta con sus ofertas. “Creo que tenemos que tener respeto por los argentinos, tenemos que ser justos y bajar los precios porque el dólar está muy desvalorizado”, cuenta, y da las tarifas: el año pasado salía 55 dólares la doble en su hotel. Esta temporada cuesta 30. Seguro, se le puede pelear el precio por una semanita.
En los hoteles de cuatro y cinco estrellas se puede encontrar a los argentinos de clase media alta que sí han podido llegar en unos vuelos caros y larguísimos vía Porto Alegre. César Chede, gerente del Ingleses Praia, en perfecto portuñol se apura a diagnosticar: “La expectativa no se cumplió. Pensamos que los argentinos serían un diez por ciento más que el año pasado. Y la verdad es que no respondió el mercado argentino, el mercado brasileño es el que respondió”. Chede estaba habituado a trabajar con la burguesía porteña, a respetar sus caprichos, a darles personalizada atención. Pero este año aprende con una mayoría de paulistas de dinero, que por una vez liberados de la masa argentina dejaron el litoral carioca y nordestino. Hasta esta temporada, los paulistas no alcanzaban jamás a reservar plaza en Florianópolis, no porque no sea bella la tierra y el mar por esos lares, sino porque la plaga venida del sur se apropiaba con meses de antelación de los cuartos y los rincones. Los cambios no vienen solos. Claro que a pesar de todo, Chede, como casi todos, sueña con una revival de lo que fue la plata dulce danzando ante sus narices, otrora, lejos en el tiempo.

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La presencia de argentinos en Florianópolis no llega al diez por ciento de temporadas pasadas.
 
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