Lunes, 17 de enero de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LLEGA A 630 EL NúMERO DE MUERTES CONFIRMADAS POR LAS LLUVIAS Y ALUDES EN BRASIL
La cifra de 630 muertes es imprecisa. A medida que llegan a otras localidades, los rescatistas descubren más muertos. En Teresópolis enterraron 280 cadáveres sin identificar. Les tomaron el ADN para futuras comparaciones. Volvió a llover.
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Poco antes de las doce del mediodía de ayer la pareja Camila y Rodolfo Ozanan logró llegar a la casa de veraneo que tiene en Teresópolis. Ha sido un viaje tenso y pesado: en lugar de la hora y cuarenta que suelen gastar para cubrir la distancia que los separa de Río, tardaron casi tres. La casa estaba prácticamente intacta, aunque los jardines hayan desaparecido bajo una gruesa capa de barro y piedras y pedazos de madera. La gran sorpresa –tenebrosa sorpresa– los esperaba en el patio trasero: donde hasta hace una semana había una hermosa pileta, con su deck de madera noble, había un revoltijo de lama, trozos de árboles, y algo que parecía ser dos o tres rollos de ropa amontonada. Eran tres cuerpos, arrastrados por el torrente de agua y barro que pasó por la casa y milagrosamente la rodeó, dejándola entera. Al rato llegó un equipo de bomberos para llevar los cuerpos. Más tarde, la pareja supo que no eran de aquella región: deben de haber sido arrastrados por kilómetros.
Escenas como ésa son comunes en el escenario de desolación en las tres ciudades (Petrópolis, Teresópolis y Nova Friburgo) que eran el paisaje privilegiado de las sierras vecinas a Río, con sus bosques y sus aires europeos (la temperatura amena contrasta con la violencia del verano al borde del mar), y que ahora viven momentos de horror. Alrededor de las seis de la tarde de ayer volvió a llover fuerte en Friburgo y Petrópolis. El número de muertos ascendía a más de 630 y no paraba de crecer. A medida en que los equipos de rescate alcanzan sitios que estaban aislados, encuentran más cuerpos. Esa nueva lluvia rompió dos puentes en Friburgo, dejando incomunicada gran parte de la región norte del estado de Río de Janeiro. En Itaipava, elegante distrito de Petrópolis, mató a los cuatro integrantes de una familia modesta, que estaban tratando de salvar algo de su casa, derrumbada el pasado miércoles.
En Teresópolis, las autoridades sanitarias decidieron sepultar a los más de 280 cuerpos que estaban siendo identificados, por no haber medios para impedir su rápida descomposición. Fue retirado material genético de todos ellos, y se estableció un banco de datos para que los parientes puedan saber de su muerte. Ocurre que hubo familias enteras que sucumbieron a la furia de las aguas, y no se sabe cómo serán identificadas. Entre Friburgo y Teresópolis, las dos más afectadas por la catástrofe, surgió un nuevo problema entre tanto drama: hay más de un centenar de huérfanos, algunos de pocos meses de vida, sin que nadie haya preguntado por ellos. La Justicia empezó a pedir que se presenten voluntarios para obtener su guarda temporaria. En caso de que no aparezca ningún pariente cercano, esa guarda podrá transformarse en adopción.
Los esfuerzos de bomberos, policías y voluntarios se mezclaron a otras escenas de dolor: es que muchos de ellos, en las tareas de encontrar cadáveres, encontraron a sus parientes. El viernes, un joven sargento de bomberos encontró los cuerpos de sus padres, a más de un kilómetro de distancia del pequeño rancho en que vivían, en la zona rural de Friburgo. Ayer volvió al trabajo, con la desesperada esperanza de encontrar con vida a su hermano menor.
Hasta el principio de la noche de ayer era imposible, decían en el comando general de los bomberos, tener una evaluación más precisa de las dimensiones de la catástrofe. Solamente en el municipio de Friburgo había 20 barrios y distritos completamente aislados. La lluvia y los vientos fuertes impedían, a ejemplo de lo que ocurría en Petrópolis, que los helicópteros del Ejército aterrizasen en esas regiones. De las carreteras de la sierra, solamente dos tenían tráfico parcial. Las demás estaban interrumpidas por deslizamientos de tierra o simplemente tuvieron tramos tragados por las aguas. Atendiendo a determinaciones directas de la presidenta Dilma Rousseff, tropas de las fuerzas armadas instalaron hospitales de campaña y centrales de telefonía. A partir de hoy, el Ejército empezará obras de emergencia para restablecer las carreteras, principalmente los puentes que se rompieron.
El mal tiempo, acorde con las previsiones meteorológicas, prevalecerá hasta el miércoles en toda la región.
A cada hora que pasa aumenta el drama de los sobrevivientes. Y también aumentan las evidencias de la irresponsabilidad y la desidia de las autoridades. Ayer se confirmó que los radares meteorológicos de la ciudad de Río de Janeiro registraron, seis horas antes de la catástrofe de la madrugada del pasado miércoles, que un temporal de dimensiones insólitas se armaba sobre la sierra vecina. Nadie advirtió a las alcaldías. Nadie avisó al gobierno del estado de Río. Que, a propósito, no dispone de ningún servicio de alerta, ni de prevención.
Solamente ayer, domingo, se instalaron centros de coordinación de los trabajos de rescate y atención a las víctimas. O sea, a lo largo de los cuatro primeros días del desastre, cada uno actuó por su cuenta.
Hasta la tarde de ayer ya había 170 toneladas de donaciones enviadas de todo el país para las ciudades destrozadas. Los teléfonos móviles volvieron a funcionar. La electricidad fue restablecida en casi toda la región. Pero volvió a llover.
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