Viernes, 21 de septiembre de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Eva Giberti
El episodio podría describir una escena de cualquier supervisión de un equipo de trabajo. Alrededor de treinta personas reunidas en el salón, una colega exponía una historia de violencia familiar en la cual habían intervenido después de un llamado telefónico al número 137 por parte de la víctima: “La mujer estaba muy angustiada –decía la psicóloga– porque ella se había escapado mientras trabajaba y su nenita de pocos años había quedado con el padre violento en la casa. Y quería que fuésemos al juzgado con ella para rescatar a la criatura”.
Con frecuencia atendemos historias como éstas. La colega continuó: “La señora estaba en su trabajo y el marido en la casa. Ella se escapó por los techos, fue saltando varios hasta que pudo bajar a la calle, conseguir un teléfono y llamarnos”. La escucha alerta de quienes asistíamos se encendió rápidamente. Otra colega del equipo preguntó: “¿Por qué se escapó por los techos?” La respuesta: “Porque trabajan encerradas, no tienen llave para salir. Y el marido de ella es quien vigila el trabajo porque es un taller de costura. Y le pega a ella en la casa”.
Las preguntas arreciaron. Si bien durante la intervención las colegas habían tomado las medidas que, en ese caso, reclamaban dos planos de análisis. La psicóloga continuó explicando: “Cuando llegamos a buscarla en la casa donde se había escondido, la señora nos explicó que trabaja 14 horas por día, le dan de comer una vez por día y a veces le dejan tener la nenita con ella. Otras veces la niña se queda en la casa con el padre. Pero esta vez el padre no se la quería ‘devolver’ porque temía que ella se escapara”.
El llamado al número 137 realizado por la víctima había sido motivado por violencia familiar, pero resultaba claro que estábamos frente a un caso de trata laboral. Sin que la víctima tuviese noción de ello. Se había escapado de uno de los tantos talleres clandestinos que funcionan en la ciudad de Buenos Aires, pero su único interés era encontrar a su hijita y solicitar amparo para no continuar como víctima de los golpes del compañero.
El equipo resolvió la urgencia, el rescate de la niña, mediante la intervención del juzgado correspondiente, y se ocupó de retirar a la criatura de la casa, previa orden judicial. Mientras, abogadas del equipo iniciaban los trámites con la Oficina de Rescate y Acompañamiento de Víctimas de Trata de Personas del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos para que el personal especializado se hiciera cargo de la situación, solicitar al juzgado su intervención en ese nivel de investigación.
¿Por qué narro esta historia? Porque hace diez años éste hubiese sido un historial de violencia familiar sin intervención en terreno, con una mujer buscando dónde solicitar el contacto con su hija y quizá denunciar violencia familiar.
Probablemente esta mujer, una vez que amainaran los golpes y los agravios y la separación de su hija, hubiese retornado al taller clandestino, para continuar siendo explotada. Pero ahora, no se trató solamente de una ley que federalizó el delito a partir del año 2008, sino de la formación de los profesionales que han aprendido, trabajando en terreno y estudiando, a descifrar el discurso de la víctima. Porque el tema trata ha sido puesto en superficie para incluirse bajo el título Sociedad, allí donde debe estar, como problema social.
De este modo lo evaluó Unicef, que invitó al Programa las Víctimas contra las Violencias –donde en el año 2008 se creó la Oficina de Rescate y Acompañamiento de las Personas Damnificadas por el delito de Trata– para que en el año 2011 redactara un nuevo libro-folleto dedicado a la comunidad, particularmente a los docentes, que puede leerse en Internet en http://www.unicef.org/argentina/spanish/FolletoTrata(final).pdf
El libro-folleto editado por Unicef fue escrito por personal del Programa Las Víctimas contra las Violencias, juntamente con editorialistas del organismo internacional. Aporta las herramientas conceptuales y prácticas en apoyo de la lucha contra la trata de personas así como las recomendaciones internacionales para el contacto con sus víctimas.
La trata de personas se mantiene en el centro de la escena. Se ha cruzado la frontera de la legislación –que debe ser corregida y reglamentada y que permite localizar víctimas y detener rufianes– pero siendo necesaria es insuficiente. Porque su aplicación depende de sentencias destinadas a los delincuentes que trabajan en redes con reclutadores/as, dueños de boliches, tolerancias uniformadas y sobre todo dependen de los clientes. Aburre hablar de los clientes: lo hacemos hace décadas. La eficacia no reside en que las mujeres les adviertan a sus maridos e hijos: “No se te ocurra concurrir a tal prostíbulo porque allí hay trata”. Sobre todo porque a algunas mujeres el tema les resbala.
El aporte de Unicef lo subraya enfáticamente: se precisan herramientas conceptuales y prácticas de apoyo que se logran mediante la difusión en las escuelas y en los hogares. Los otros apoyos provienen de despachos oficiales, de alborotos callejeros volanteando exigencias ciudadanas y de todas formas de reclamos y ejercicio de memoria para recordar a quien tomó la decisión de avanzar en un camino que había sido intencionalmente cerrado durante décadas. El abordaje de este delito se analiza ahora desde la Modernidad tardía, momentos en que lo complejo se torna mucho más complejo y las posibilidades de medición de las cantidades de delincuentes y víctimas son más difíciles y las fuentes menos confiables, así como el público se diferencia en opiniones que se adjudican los mismos valores, como por ejemplo: “Ellas se quedan en esos trabajos porque les gusta”. O bien, en la trata laboral: “Están esclavizados pero en sus países estaban peor”.
El delito de trata constituye un asunto público central y progresivamente investigado en el cual la esclavitud de las víctimas deja de ser un hecho normal. Como lo pensó Alfredo Palacios, quien en 1915 colocó a la Argentina en la cumbre de la avanzada contra el proxenetismo y logró que un 23 de septiembre se sancionara la ley que lleva su nombre, en contra de la que hoy llamamos trata de personas. Este es un delito que no se ve en las calles, utiliza cárceles barriales para explotar a las mujeres por ser mujeres y a los inmigrantes por ser extranjeros pobres. Precisamos conocer mejor cómo son engañadas estas víctimas. Tenemos un nuevo material.
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