SOCIEDAD
El crimen del cardiólogo sólo logra desconcertar a los investigadores
La policía no encuentra una hipótesis en la muerte de Martínez Martínez. Y espera hallar pistas en las llamadas de sus teléfonos. Los investigadores quieren saber si tenía alguna cita a la hora de su muerte. También analizan las cuentas de la Fundación Cardiológica.
Por Horacio Cecchi
El misterio sigue alrededor del crimen del cardiólogo José Martínez Martínez. Los investigadores no dan con los motivos del asesinato. Por eso, las averiguaciones se han abierto en un abanico de medidas muy amplio. El crimen ocurrió el martes pasado, en un horario impreciso entre las 14 y las 20. Martínez Martínez fue hallado por su hija mayor, Clara, en su consultorio privado, en el barrio de la Recoleta, durante la medianoche de ese día. Estaba recostado sobre la camilla, tenía los pies mal atados con un guardapolvo, y había recibido un balazo en el pecho, dos en la espalda y un cuarto en la cabeza, todos a quemarropa. Ayer, fuentes del caso revelaron a Página/12 que las balas eran calibre 3.80, del tipo subsónicas, o sea, adaptadas para silenciar el disparo. Una de las hipótesis trabaja sobre el supuesto de que el médico había organizado una reunión en su consultorio con alguna persona o personas. Por eso, los investigadores investigan las llamadas telefónicas realizadas y recibidas por el médico. También analizan las cuentas de la Fundación Cardiológica Argentina, de la que Martínez Martínez era el presidente.
Tres datos firmes aparecen en primera línea ante la lupa de los investigadores. El primero, la fuerte impresión de que él o los responsables del crimen eran conocidos del médico, o invocaron el nombre de algún conocido. Esa suposición parte de un detalle: el estado de la puerta del departamento de planta baja A, de Junín 1276, donde se encontraba el consultorio. “Se abre con llave de afuera y de adentro, no hay otra forma de abrirla –señalaron las fuentes del caso a Página/12–. Y la cerradura estaba intacta.”
El segundo dato surge del mecanismo utilizado para cometer el crimen. “Fue un trabajo muy limpio. Fueron profesionales”, confiaron las fuentes. Un golpe en la boca lo dejó inerme. Lo colocaron en la camilla. Las piernas las tenía sujetas, con un guardapolvo, no lo suficiente para inmovilizarlas pero sí para mantenerlas juntas. O sea, aún estaba vivo. Recibió el primer disparo en el pecho. Lo indica un antebrazo del médico, que presenta una quemadura producida por la deflagración de la pólvora. Los especialistas dedujeron que fue un acto de defensa reflejo cuando le apuntaron con el arma. Después recibió dos balazos más en la espalda. Y un cuarto en la cabeza, para rematarlo. Este fue el último porque, según la autopsia, cuando lo recibió perdió poca sangre. Todos los disparos se hicieron a quemarropa, a una distancia de entre 50 y 70 centímetros.
Una de las preguntas que se hacían los investigadores era relativa al estruendo de cuatro disparos. Este diario había anticipado que se trataba de un calibre importante, 3.80, compatible con una pistola 9 milímetros corta. El estruendo de un arma así es muy grande, y difícilmente hubiera pasado inadvertido en una zona tan concurrida como la de la Recoleta en un horario de mucha circulación. Ayer, Página/12 obtuvo la respuesta: eran balas de tipo subsónica, o sea, adaptadas al uso de silenciador. El dato confluye con la hipótesis de un killer profesional que comete un crimen por encargo.
El tercer dato, que no tiene la misma certeza que los anteriores pero es bien valorado por los investigadores es el que, en principio, descarta la idea del crimen por robo, al menos de un robo al voleo. Para eso se apoyan en pruebas a la vista: no parecía faltar nada en el consultorio. Un celular, uno de los primeros artículos que roban cuando están a mano, se encontraba apoyado sobre el escritorio. No faltaban objetos personales. Todo estaba en orden, salvo el escritorio, dando la impresión de que hubiera/n buscado algo. No se sabe qué era ni si lo encontraron. El método empleado para el crimen tampoco cierra con el robo. Y, aunque no se descarta por completo, no hay indicios de un crimen pasional por encargo ni de que llevara una doble vida.
Ahora bien, si los tres datos más firmes coinciden en el crimen por encargo, no hay ninguna pista actual que permita deducir el motivo. ¿Un negocio oculto? ¿Un rencor personal? ¿Alguna cuestión vinculada con laprofesión? Por el momento, la falta de hipótesis firmes obliga al fiscal Enrique Gamboa y a la jueza María Cristina Bértola a tirar líneas en diversas direcciones. En principio, uno de los datos más buscados, y que podría aportar muchísima luz al caso, es la agenda de actividades de Martínez Martínez. Si los martes no atendía en el consultorio, pero recibía allí clases de inglés a partir de las 16, la pregunta que se hacen es si el médico se encontraba allí por algún motivo desconocido y recibió una visita inesperada. O si agendó una reunión en el consultorio entre 14 y 16. En ese caso, la pregunta es con quién. El análisis del listado de llamadas, incluyendo los dos celulares que usaba el médico podría empezar a correr el telón. También miran con lupa las cuentas de la fundación que la víctima presidía. Y consultan a todos sus allegados para conocer algún detalle desconocido de su vida.