SOCIEDAD › UN ESTUDIO CUESTIONA LOS FARMACOS DE VITAMINAS A Y E
El mito de los antioxidantes
Una investigación advierte que los suplementos dietarios con vitamina A y E no producen los efectos que se suponían. En vez de fármacos, recomienda incorporarlas comiendo frutas y verduras.
Por Pedro Lipcovich
La vitamina A puede aumentar el riesgo de muerte en general y de enfermedades cardiovasculares en particular, y la vitamina E no tiene efectos constatables en la prevención de enfermedades, por lo cual ni la una ni la otra son recomendables como suplemento dietario. Estos resultados, que desmienten lo que se creyó durante años, provienen de un estudio sobre más de 200.000 personas, seguidas a lo largo de hasta 12 años, que se publicó en una importante revista científica. Los investigadores reanalizaron datos procedentes de estudios anteriores, seleccionando sólo los confiables, rectificando errores y agregando factores previamente desatendidos. El estudio no cuestiona la probabilidad de que esas vitaminas –no incorporadas como fármacos sino a través de una dieta rica en frutas y verduras– sean efectivas en la prevención de enfermedades. Más allá de estos resultados, los detalles de la investigación enseñan de qué modo factores como la desactualización y los prejuicios médicos pueden sostener, durante mucho tiempo y para millones de personas, panaceas que después se revelan inútiles o contraproducentes.
El equipo que efectuó la investigación pertenece al Departamento de Medicina Cardiovascular de la Cleveland Clinic Foundation, dirigido por Marc Penn, y sus resultados fueron publicados en la revista The Lancet. Los científicos reexaminaron ocho vastos estudios sobre vitamina A y beta caroteno (precursor de esta vitamina), con un total de 138.113 pacientes, y siete sobre vitamina E, con un total de 81.788 pacientes. Eligieron sólo estudios “randomizados”, es decir, donde los resultados en el grupo que recibió la vitamina se comparan con otro grupo que recibió un placebo, sin que ni el paciente ni su médico sepan qué contiene la pastilla administrada.
Los resultados fueron que “el beta caroteno condujo a un pequeño pero significativo incremento en la mortalidad general (7,4 por ciento en los que tomaron el producto contra 7 por ciento en el grupo testigo) y un leve incremento en la mortalidad cardiovascular (3,4 por ciento contra 3,1 por ciento)”. En cuanto a la vitamina E, “no produjo beneficios en cuanto a la mortalidad general ni descenso en la mortalidad cardiovascular”. En cuanto al riesgo de accidente cerebrovascular, no disminuyó mediante con la administración de ninguna de las dos vitaminas.
Los autores reseñan la historia reciente del uso de estas vitaminas, a partir de la denominada “hipótesis oxidativa” como causa de enfermedades vasculares (que data de la década de los 80 y no resulta cuestionada por este estudio). Si esas enfermedades pueden deberse a procesos oxidativos, las vitaminas A y E, llamadas “antioxidantes”, podrían prevenirlas: así lo sugirieron estudios de laboratorio y, entre 1993 y 1998, también ensayos clínicos sobre seres humanos, incluso con cantidades considerables de pacientes, publicados en revistas especializadas de primer nivel internacional.
¿Cómo puede ser que ahora todo resulte ser distinto? Ya entre 1999 y 2002, ensayos clínicos “randomizados” de las mismas vitaminas mostraron que la mortalidad no se reducía y que, en el caso del betacaroteno, el riesgo cardiovascular podía aumentar. Además, los resultados atribuidos a las vitaminas podían deberse a que quienes las tomaban tenían estilos de vida y alimentación más saludables. Sin embargo, el juicio de muchos médicos fue influido por artículos de opinión, sin el mismo respaldo científico pero firmados por especialistas prestigiosos y publicados en las mismas revistas especializadas. Por eso, aun hoy, “el uso de vitaminas antioxidantes continúa creciendo, parcialmente estimulado por médicos que promueven su uso” y que también las usan ellos mismos (como lo precisa el artículo Ingestión de antioxidantes entre cardiólogos norteamericanos, incluido como bibliografía en la investigación).
El reexamen efectuado por el equipo de Cleveland tomó investigaciones efectuadas sobre no menos de mil pacientes, para evitar las deformaciones que pueden presentarse en estudios más reducidos; además se limitó a estudios sobre poblaciones de países desarrollados, presumiblemente bien alimentadas, a fin de que los efectos positivos que se registraran no obedecieran a la compensación de deficiencias vitamínicas preexistentes; los investigadores que habían efectuado los estudios originales fueron contactados para reconstruir datos faltantes en las publicaciones; se aplicaron instrumentos matemáticos más precisos que los utilizados en las investigaciones originales, y se cotejaron los nuevos resultados con dos auditores independientes.
Los investigadores observan que “la tendencia a un efecto perjudicial del beta caroteno se mantiene fuertemente en todos los grandes ensayos clínicos, incluyendo diversas poblaciones”, y advierten que “nuestros hallazgos son especialmente preocupantes, ya que las dosis que se utilizaron son de uso habitual, y, en menores dosis, el beta caroteno está presente en suplementos multivitamínicos cuyo uso generalizado viene promoviéndose”.
La investigación, por otra parte, ratifica “la asociación entre una alimentación rica en antioxidantes y la prevención de eventos cardiovasculares” y explica que “la forma natural de las vitaminas en los alimentos puede tener una actividad biológica diferente de las vitaminas sintéticas”. También preserva la posibilidad de que las vitaminas antioxidantes puedan ser útiles en personas sujetas a alto “estrés oxidativo” como los diabéticos, los dializados y los fumadores. En cuanto al uso de vitamina A en la población general, dados sus efectos adversos, debe ser desalentado activamente”.