Martes, 14 de enero de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › EL MíTICO EDIFICIO DE OSTENDE CELEBRA SU ANIVERSARIO CON UN LIBRO QUE CUENTA SU HISTORIA
Sus paredes están llenas de recortes periodísticos firmados por visitantes ilustres. El flamante libro editado con motivo de su centenario cuenta, desde la prehistoria de la villa, leyendas y relatos de escritores que pasaron por allí.
Por Carlos Rodríguez
Guillermo Saccomanno afirma que el “efecto instantáneo” que se produce al entrar al Viejo Hotel Ostende es “hablar de literatura” porque sus paredes están llenas de recortes periodísticos “firmados por escritores que le han dedicado un texto ad hoc, un texto que no es resultado de un encargo sino de las impresiones espontáneas que el hotel inspira”. Nada más cierto, ni dicho con tan agradecida exactitud, sobre un hotel y un influjo que comienza en la playa, cuando el mar susurra o grita, según los días o la época del año, que es preciso seguir la huella que siempre lleva al sitio encantado y encantador; al hotel lleno de duendes amables que dicen sólo lo necesario y callan el resto, porque el viejo –siempre bello– edificio guarda todas las palabras acumuladas en cien años de una vigencia que se intuye infinita. La magia se confirma cuando el visitante es recibido por Roxana Salpeter, hada mayor, quien este año viene no con un pan sino con un libro bajo el brazo: el que celebra el centenario del refugio que todo ser humano debería conocer para comprender que es posible encontrar la belleza.
“Podríamos haber hecho una fiesta, pero las fiestas son efímeras, mientras que un libro es algo que perdura y, además, acá los huéspedes vienen a leer o a escribir libros; por esa razón creemos que los libros representan el espíritu del hotel.” Roxana dialoga con Página/12 en el tono y con las frases que conforman el halo mágico que tiene un hotel donde los movimientos de sus ocupantes, habituales o efímeros, apenas si se escuchan a través de una musicalidad que reconforta el espíritu. El Hotel Termas Ostende, hoy Viejo Hotel Ostende, se construyó entre los años 1913 y 1914. Acaba de cumplir cien años y la literatura estuvo presente en los festejos, que comenzaron con un canje especial: por cada libro donado a la Biblioteca Popular de Ostende, como retribución, los dueños del hotel plantaron un árbol hasta llegar al centenar. “Los árboles se plantan y crecen; los libros ayudan a crecer”, señala Roxana, coordinadora del viejo hotel.
El libro del centenario tiene una etapa prehistórica, en la que se señala que en la región los seres humanos ya decían presente “antes del siglo XV”, cuando no se había producido la llegada de los “invasores europeos”. Las etnias que transitaban la zona eran pueblos nómades “familiares de los tehuelches del sur”. También se cuenta la historia de Felicitas Guerrero, cuya familia se hizo dueña de las tierras. La viuda de Martín de Alzaga fue asesinada en Buenos Aires por uno de sus pretendientes, Enrique Ocampo, quien luego se suicidó o fue asesinado, nunca se supo a ciencia cierta, en uno de los mayores novelones que abonan la crónica policial en la Argentina.
Forman parte de esa “prehistoria” los viajes en carreta y la llegada del tren, que ayudó a la irrupción del turismo como un signo de los tiempos modernos. Por ese camino se llega al arribo, en 1908, de Ferdinand Robette, procedente de Bélgica, y a su encuentro con Agustín Poli, un italiano de Lombardía. Ellos fueron los creadores del balneario, inspirados en el Ostende belga. Las páginas del libro, en este punto, son abrigadas con los versos del cantautor belga, amado en Francia, Jacques Brel, en su apasionado recuerdo de las playas de su “chato país”, bañadas por el Mar del Norte. El nacimiento de la Ostende criolla es retratada a través de páginas de publicidad difundidas, en 1913, en la revista P.B.T. “En todo el continente americano no hay playa más hermosa que la del balneario Ostende”, que es mencionada como “la Perla del Atlántico”.
Al dúo de fundadores de Ostende se sumó el francés Jean-Marie Bourel, quien llegó a la Argentina con el mandato de comprar caballos en Navarro, pero nunca volvió a su país. Se casó con Aurora Benítez y tuvieron nueve hijos. Una de las niñas, Elena, fue proclamada como “la primera mujer nacida en Ostende”. Bourel levantó en la playa una edificación precaria que con el tiempo se convirtió en el bar El Viejito del Acordeón, creado por Leonardo Pinto, a quien se conocía como “El Ronco”. El bar fue destruido por una sudestada, en 1942, y dicen que Bourel terminó sus días como un ermitaño, viviendo en una casita de la playa a la que había que ingresar por un hueco hecho en la arena.
La construcción del Termas Hotel comenzó en el mes de marzo de 1913. El edificio es definido en el libro como “sólido y contundente”. Cuenta desde el principio con un mirador que resume un “intento de aproximarse al infinito”. En algunos momentos, en esos primeros años, “el movimiento de las dunas clausuró entradas, tapó muros y modificó las funciones del hotel”. Las dos plantas que tiene el edificio mantienen el perfil histórico, a pesar de las ampliaciones y las modificaciones que experimentó a lo largo de un siglo de vida útil. El mirador, con su clásica veleta en forma de bruja, es una joya arquitectónica. Roxana Salpeter cuenta que cuando era niña y sus padres compraron el viejo hotel, ella estaba convencida de que en el altillo había una mujer encerrada. Una especie de Jane Eyre que alimentaba sus fantasías infantiles.
A lo largo de su rica historia, el hotel tuvo visitantes famosos, como el escritor y poeta francés Antoine de Saint-Exupéry, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, y hasta existe la versión de que Ernesto “Che” Guevara y su amigo Alberto Granado también fueron a conocer el hotel durante la semana en la que estuvieron en Villa Gesell, antes de emprender el viaje en motocicleta que los llevó a conocer América latina.
El libro del centenario reúne relatos de escritores y periodistas, entre ellos, Guillermo Saccomanno, Juan Forn, Dani Umpi, Cecilia Pavón, Mariana Enriquez, Cristian Alarcón y Marina Mariasch, entre otros. Son textos inspirados o escritos en algunas de las habitaciones del hotel. Los contenidos históricos fueron recopilados por Lucas Reintero y Ricardo Watson, de Eternautas; otros colaboradores fueron Paola Lucantis, Florencia Fragasso, Ruli Kumeresky, que aportó los contenidos gastronómicos, Federico Sicardi, Omar Tavalla, Mariana Faur y Stella Maris Minafra, bajo la dirección de Roxana Salpeter.
En una de las solapas del libro, Cristian Alarcón cuenta una de las anécdotas que más emocionan a Roxana. Allí se recuerda cuando, acompañada por Abraham, su padre, caminaban por la playa, todos los días de clase, para que ella concurriera a la escuela en Pinamar. Los días de lluvia, el trajín cotidiano se hacía un poco más duro, sobre todo en invierno. Abraham la alentaba diciéndole: “Cantá Roxana, cantá, que el que canta no se moja”. Por la forma en que se agrandan los luminosos ojos de Roxana cuando cuenta la historia, es posible saber que no recuerda haberse mojado.
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