Lunes, 21 de abril de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › MARIELA BORTOT DESAPARECIó EL 25 DE ENERO EN INRIVILLE, CóRDOBA, Y SOSPECHAN DE LA TRATA
Bortot salió de la casa para volver en un rato, pero nunca más regresó. La buscan desde entonces. Un ex policía está detenido por el caso, pero los familiares aseguran que es la punta del iceberg. Sospechan de motivos vinculados con las redes de trata.
Por Soledad Vallejos
El sábado 25 de enero, a las 18.30, Mariela Bortot salió de su casa, en Inriville, Córdoba. Avisó a sus hijas, Jessica y Brenda Fontana, que salía a caminar y volvía en algo más de una hora. Nunca regresó. Sólo tenía uno de sus dos teléfonos celulares con ella. “No llevó dinero, documentos, nada, porque había quedado que volvía rápido”, dijo a Página/12 Jessica, que esta semana viajó a Buenos Aires para dar a conocer el caso, por temor a que en Córdoba el tiempo termine erosionando la investigación y el interés público por la ausencia de alguien que no se esfumó voluntariamente. Por la causa, hay un solo detenido, el ex policía Jorge Orellano, quien trabajaba como empleado de seguridad en el campo del intendente del pueblo, Marcos Rodrigué, y que colaboró como vecino en los primeros días de búsqueda. La familia de Bortot sostiene que Orellano no puede ser el único responsable, que la mujer fue secuestrada como “trabajo para otra persona” y con ayuda, porque “no tiene sentido que lo haya hecho porque sí y es imposible que la haga desaparecer a plena luz del día, en un lugar por el que pasaba gente”.
Inriville es un pueblo de cuatro mil habitantes ubicado a 300 kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba. Tiene una cotidianidad tan pacífica que Jessica explica que a ella y al resto de la familia la desaparición de Mariela los “sorprendió, porque en el pueblo nunca había pasado nada, nada grave”, aunque Inriville es también el lugar en el que, en 2004, se descubrió que el cabaret local Puente de Fuego era un prostíbulo en el que al menos tres mujeres eran mantenidas cautivas en contra de su voluntad y explotadas sexualmente. El lugar pertenecía a un cabo retirado de la Policía Federal, Jorge Luis González, quien lo regenteaba junto con su pareja, y que en 2006 fue condenado a 14 años de prisión. González, que empezó a gozar de salidas transitorias recientemente, suele volver a Inriville los fines de semana y tiene trato con el detenido Orellano y otro hombre a quien distintos testimonios señalan como propietario de prostíbulos en Cruz Alta, Manfredi y Carlos Paz. La familia de Mariela teme que esa trama esté vinculada con su desaparición.
Mariela tiene 40 años, hace 20 atiende en Inriville el bar de la YPF, una de las dos estaciones del pueblo. Separada, vive la mayor parte del año con su hija Brenda, de 23, que a su vez trabaja como empleada en un comercio. Jessica, de 24, se había radicado en Villa María para estudiar inglés, y había regresado a Inriville en diciembre, después de los exámenes, para pasar el verano allí y ayudar en la recuperación de su madre, que se había operado un brazo. Jessica explica que son “una familia chiquita pero muy unidos, nos reunimos a comer todos los fines de semana” con los dos hermanos de Mariela, sus tíos Claudio y Marcela. “Mis tíos también están muy tristes, el marido de mi tía también”, agrega, y explica que si añade esos datos es porque el abogado defensor del sospechoso y detenido Orellano dijo que Mariela se prostituía, que andaba en “cosas raras” y “tuvimos que lidiar con eso, porque lo dijo a la prensa de Marcos Juárez, el pueblo de donde es él y la gente no nos conoce y confunde”.
Mariela fue vista por última vez el sábado 25 de enero, al atardecer, cuando recorría el mismo camino que usaba cada día para hacer ejercicio. “Había gente por donde andaba, no muchísima, pero había. Un testigo la vio pasar al lado, otro estaba fumigando y la vio de lejos, un matrimonio que iba en bicicleta se la cruzó”, enumera la hija mayor de Bortot. Cuando ya había caído la noche y no regresaba, sus hijas primero pensaron que estaría cenando con amigas del pueblo. “A las 10 de la noche la llamé por primera vez y no atendió. Empecé a sospechar a las tres de la mañana porque la llamaba, pero me cortaban el teléfono. Me empecé a asustar, llamé a los contactos de ella, nadie sabía nada. Di vueltas en el auto con mi novio, no la vi. Al otro día tomé conciencia de que era algo grave, llamé a todos sus contactos”, recuerda Jessica.
Antes del mediodía, ella y su hermana Brenda fueron a la comisaría para hacer la denuncia. “Antes de hacernos caso nos preguntaron si no se habría suicidado, si no estaba triste, si no se habría ido porque quería”, recuerda Jessica, y agrega que al cabo de un rato largo recién lograron convencer al comisario de que correspondía tomar denuncia por pedido de paradero. Organizar una patrulla de búsqueda llevó bastante más tiempo, y cuando finalmente sucedió, dice Jessica, “los policías iban con miedo, teníamos que ir nosotras y mi tío adelante, ellos iban con las armas pero atrás”. “No querían entrar a rastrillar el campo del intendente, decían que podía haber alguien armado que les disparara. Y así empezó a transcurrir el tiempo”. El pueblo se movilizó para apoyar a la familia de Mariela en el reclamo y en la búsqueda, entre quienes participaron se encontraba también el actual detenido. Días después, a la vera del río Carcarañá, a la altura del campo del intendente Rodrigué, apareció una ojota que la familia identificó como perteneciente a Mariela.
El 5 de febrero fue detenido Orellano, el vigilador del campo en cuyo auto aparecieron cabellos rubios y una mancha de sangre, que podrían ser de Mariela. La familia de la mujer insiste en que él solo no podría haberla raptado, que tampoco tenía motivos personales; Jessica descree del móvil amoroso que aducen los investigadores, según los cuales Orellano, enamorado de Mariela, intentaba infructuosamente seducirla. “Mi mamá nunca dijo nada de eso, y si hubiera sido así, lo habría comentado”, dice Jessica.
Jessica dice que ella y su familia reciben poca ayuda en la búsqueda, que la investigación judicial, en la que interviene el fiscal de Corral de Bustos, Gustavo Zucchiatti, pareciera trabarse. “El intendente y el cura del pueblo se mantienen al margen, no se acercan. Sólo una vez, porque pedimos mucho, el intendente nos recibió y ahora se muestra enojado porque le rastrillaron el campo. Después nunca más, y hubo concejales que nos echaron en cara que el operativo de búsqueda que hicieron los policías al municipio le salió 40 mil pesos”. Je- ssica no está trabajando porque pasa el tiempo detrás de la causa, pidiendo ayuda, haciendo gestiones; Brenda la acompaña, de modo que trabaja ocasionalmente, al igual que su tío, el hermano de Mariela, que esta semana viajó a Buenos Aires con su sobrina mayor.
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