Lunes, 26 de mayo de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
Cuando se escuchan o leen afirmaciones condenatorias de la educación argentina, y periodistas y políticos opositores repiten la reiterada cantilena acerca de la pésima calidad educativa argentina, la sociedad está asistiendo, sin saberlo, a otro perfecto doble mensaje confundidor.
Es inevitable preguntarse a qué tipo de calidad educativa aspirarán esos mismos políticos y periodistas que –infatigables y mentirosos, y algunos negadores de sus oscuros pasados– trajinan los estudios televisivos y las páginas editoriales de los todavía llamados grandes diarios monologando y coincidiendo entre ellos mismos acerca de un problema nacional gravísimo que en efecto existe –la calidad educativa en la Argentina viene en tobogán descendente desde hace más de 30 años– pero al que ellos, desde su ignorancia y repitiendo clichés, apenas y solamente frivolizan y confunden.
Puede entenderse en aquellos empleados del establishment televisivo y de Clarín y La Nación que, como sus patrones, están al servicio de intereses económicos antinacionales. Pero cuesta mucho más entender a dirigentes y legisladores que son gente grande y de apariencia seria, que aceptan y repiten todo lo que dicen o escriben aquéllos.
Porque la calidad educativa es un asunto de extrema complejidad y muy difícil solución para un país como el nuestro, en el que se degradó sistemáticamente a la docencia durante dos décadas y media (1976 a 2002); se arruinó un sistema que dio buenos resultados durante un largo siglo y, entre otras calamidades, acabó con el respeto a la autoridad del saber y el conocimiento, además de que eliminó todo sano criterio sancionatorio.
Resulta lamentable comprobar cómo periodistas, políticos, funcionarios y hasta dizque “estrellas” de variopintos firmamentos mediáticos, en realidad banalizan y bastardean el problema de la calidad educativa. Desde sus falsas preocupaciones al respecto, repiten lugares comunes y frases hechas, algunos invocan acríticamente las pruebas PISA y todos se pasean por los programas televisivos más condenables.
Así se confunde al pueblo argentino respecto de conceptos como “educación” “cultura”, “artistas”, “entretenimiento” o “humor”, y son muchas las propuestas embrutecedoras, algunas hasta extremos inesperados. Allí se invita a esos políticos dizque preocupados por la calidad educativa –sobre todo en períodos preelectorales– para que concedan entrevistas y se muestren sonrientes en medio del grotesco mediático con que se engaña día a día y sobre todo noche a noche a la ciudadanía. Y ellos y ellas van.
No sostengo que el Sr. Marcelo Tinelli sea el único responsable de esto, pero sí que le cabe una enorme responsabilidad. En sus programas, desde hace años, se hace culto de la vulgaridad, la banalidad y el mal gusto. Se incita a personas para que ofrezcan cuerpo y dignidad a cambio de efímeras fama y dinero, lo cual en otros ámbitos suele tener el nombre de corrupción y/o prostitución. Pero a eso periodistas y políticos de oposición no lo ven, no lo denuncian y, peor aún, lo aceptan sonrientes. Incluidos los y las neofiscales republicanos que van alegremente a comer con la Sra. Legrand o se prestan a las noches de TN en las que ahora es moda condenar la mala calidad del sistema educacional argentino.
Así resultan cómplices de la ya añeja cruzada de los poderes concentrados que trabajan desde los medios para convencer al pueblo argentino de que es importante todo aquello que no tiene ninguna importancia. Y de que tiene valor todo lo que carece absolutamente de valor.
Por su parte, admirable en su imaginación y audacia, el Sr. Tinelli parece capaz de todo. Y no sólo por sus negocios o aficiones deportivas, que son asuntos de él, sino porque el extraordinario crecimiento de su influencia está basado en consignas degradantes, en una misoginia constante, en la insistencia de que las mujeres sólo se destacan si bailan semidesnudas, y en una práctica de chabacanería, machismo y ordinariez pocas veces vista. Y todo ello con otro doble discurso habitual en sus programas: el de que “ayudan” a instituciones benéficas o carenciadas.
Obvio es decir que muchísimos ciudadanos no vemos esos programas, pero no podemos evitar, haciendo zapping, toparnos con vulgaridades, groserías y mal gusto. E igualmente obvio es que no se ve calidad educativa alguna en la media general de la televisión argentina a la que tan afectos son, y tan complacientes, los dirigentes, legisladores y militantes de la oposición que son capaces de ir a todo tipo de programas a hablar, justamente, de la mala calidad educativa argentina, a la que se refieren como si solamente fuese la perversa invención de un gobierno.
Es penoso comprobar además que, por necesidad o por cholulos, ellos y ellas esperan ser invitados. Y ha de ser por eso que no se conoce ni una sola presentación pública, de funcionario o legislador –¡y de ningún juez!– que alguna vez haya llamado la atención o propuesto límites a tanta mediocridad y desmesura, y tanto despropósito educativo en esos programas.
De esa calidad educativa no se habla. Ni una palabra. Aunque es ésa la peor, pésima educación que entra de contrabando todos los días en cientos de miles de hogares argentinos, buscando confundir y atontar a millones de familias con sexismo barato y la ideología más reaccionaria y retrógrada.
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