Sábado, 25 de octubre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › UN JOVEN DE 20 AÑOS QUE ENGAÑO AL PODER POLITICO Y A LA REALEZA ESPAÑOLA
Recibió el apodo por un personaje de historieta. Alardeaba de tener influencias, se colaba en actos como la coronación del rey y hasta cobraba para conseguir contratos. Ahora fue descubierto y terminó acusado de usurpación de cargo, estafa y suplantación de identidad.
Todos le creían. Al menos la gente –funcionarios, empresarios y políticos– que debía creerle en España. Tener 20 años, la apariencia adecuada y la seguridad como para decirse asesor de la vicepresidenta o agente del Centro Nacional de Inteligencia (CIN), sin que nadie lo chequeara, alcanzó para que el estudiante universitario Francisco Nicolás Gómez Iglesias se colara en eventos como la coronación del rey Felipe VI, se moviera con escolta oficial, viviera en un chalet lujoso y recibiera al menos 15 mil euros por parte de un empresario a quien, dijo, ayudaría a conseguir contactos y contratos. El joven era tan ejemplar que alguien sospechó y el servicio de seguridad de la Casa Real inició una investigación que terminó con el veinteañero acusado por usurpación de cargo público, estafa y suplantación de identidad (aunque, en rigor de verdad, siempre usó su nombre verdadero). Sus abogados, integrantes de un estudio tan prestigioso como costoso, aseguran que los cargos son injustos no sólo porque “él insiste en que tiene esos contactos”, sino porque, además, “nadie se cuela en la coronación del rey”. El informe forense encontró en el joven “una florida ideación delirante de tipo megalomaníaco”. Las andanzas del veinteañero, que exhibía fotos con ex presidentes, empresarios, celebridades y funcionarios en lugares clave de difícil acceso, llevaron a la jueza que investiga el caso a escribir: “No acierto a comprender cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería, pueda acceder a las conferencias, lugares y actos a los que accedió sin alertar a ninguna autoridad”.
Las pruebas del acceso que el presunto joven con influencias y contactos tenía en el palacio real, el palco de autoridades en el estadio Santiago Bernabéu, los seminarios y encuentros de negocios, estaban todas reunidas en un mismo lugar: el perfil de Facebook del propio Gómez Iglesias, quien gustaba de alardear ante sus amigos virtuales, muchos de ellos también víctimas de su encanto fabulador. Sobre el caso rige secreto de sumario desde el jueves pasado, pero los detalles conocidos alcanzaron para convertirlo en noticia global y chiste permanente en redes sociales, donde se volvieron virales los montajes fotográficos con el muchacho en situaciones improbables e inverosímiles (con Hitler, E. T., en el asesinato de J. F. Kennedy, el cuadro La última cena, entre otras).
En los diez días que lleva de fama, Gómez Iglesias, además de despertar asombro por las falencias de los sistemas de seguridad y la crédula vulnerabilidad de personas poderosas como el ex presidente José María Aznar, también se ganó involuntariamente un apodo en la prensa y los comentarios de la opinión pública: Pequeño Nicolás, en honor a la tradicional historieta del francés René Goscinny, que protagonizaba un niño travieso cuyas picardías terminaban con él huyendo por los pasillos.
Gómez Iglesias no venía de una familia conocida en el oficialista Partido Popular (PP), a cuyas juventudes madrileñas pertenecía, y en cuyas actividades siempre se reportaba bien vestido, seguro de sí mismo y muy informado de nombres, cargos, responsabilidades e incidencias de la gestión del poder. Vive con su abuela, cursa Derecho en el elitista Colegio Universitario de Estudios Financieros (CUEF), y había empezado a vincularse a sus 15 años con la Fundación FAES, dirigida por el ex presidente José María Aznar, y que opera como semillero de cuadros políticos y técnicos. Allí, en esa fundación, el Pequeño Nicolás alguna vez moderó una charla brindada por el propio Aznar, y a su lado se dejó tomar una fotografía (los dos sentados a una mesa, el ex presidente dirigiéndose un auditorio, el muchacho cautivado por la cámara) que luego compartió en Facebook, la red en la que cimentaba su fama en círculos de poder económico y político.
Gómez Iglesias aparecía en fotos con la entonces presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, la alcaldesa Ana Botella, empresarios y grandes dirigentes sindicales. Sonreía en el palco del Santiago Bernabéu, ante el palacio real, ante el rey en su coronación, adonde los investigadores sospechan que llegó como acompañante de un invitado, porque no figura en los listados de seguridad, y aunque nadie hasta el momento haya reconocido haber ido con él. Ante algunas personas se presentaba como asesor de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría; ante otras, como agente del CNI; ante todas, hacía gala de contactos e información. El alquiler del chalet del elegante barrio El Viso en el que vivía estaba a cargo de una constructora para la que, a veces, decía que trabajaba y a la que también había engañado, por lo menos el tiempo suficiente como para usurpar la propiedad. Allí celebraba reuniones con empresarios y fiestas con amigos. Allí, la policía secuestró placas falsas de la Guardia Civil, algunas verdaderas de la policía municipal y hasta un informe, falso, del CNI.
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