SOCIEDAD › POLEMICA POR LA EXPOSICION DE PACIENTES EN EL PROGRAMA DE TELEVISION E-24
Un debate en emergencia
Los pacientes en la guardia del Fernández, donde se filma el programa, aumentaron. Los médicos están de acuerdo. Pero expertos en bioética lo cuestionan.
Por Horacio Cecchi
Desde hace un mes, o mejor, desde hace cuatro lunes, la guardia del hospital Fernández expone sus entrañas en público a través de E-24, una suerte de reality vernáculo sobre las experiencias dentro de una guardia médica pública emitido los lunes por la noche por Canal 13. Los efectos de E-24 fueron meticulosamente comprobados en el rating. Pero junto con el rating se desató la polémica: desde la propia guardia sostienen que es una forma de abrir el hospital a la comunidad y que las imágenes ayudan a la prevención; los especialistas en bioética denuncian que es una flagrante violación a la intimidad de los pacientes y que transforma al hospital en un set de tevé. Como datos curiosos al margen de la discusión, el programa desató sorpresas: desde el martes siguiente al primer programa la cantidad de pacientes de la guardia se incrementó visiblemente. Y se dieron circunstancias curiosas: los médicos pasaron a ser médicos-héroes y los pacientes, que de medicina sabrán nada, pero de cholulaje están hechos, empezaron a caer con preferencias de galanes al estilo: “Yo quiero que me atienda ése doctor”.
Hay acuerdo general en que, desde la faceta televisiva, la productora Cuatro Cabezas elaboró un producto bien cuidado. Los 24 puntos de rating desde la primera emisión confirmaron que el formato, las imágenes y el tema habían desatado en los espectadores una especie de furor por la emergentología, con buenas dosis de curiosidad sobre las escenas que todos, alguna vez en su vida, vivieron, pero no desde un sofá en el living de la casa sino desde una camilla o en la previa a una sutura.
En esa diferencia de perspectiva, la que va del cómodo living a la sala de espera de la guardia es donde se concentró la polémica. El compromiso legal de la producción para que las autoridades consintieran el programa fue que la emisión de imágenes contara con la aprobación expresa de médicos, pacientes e incluso familiares y visitas. En pocas palabras, para convertir a un sujeto en emergencia en breve protagonista de las luces de neón debía firmar una autorización que daría un marco legal al asunto.
“Cuando se entra en una guardia uno está en una situación de altísima vulnerabilidad –dijo el médico Carlos Gherardi, director del Comité de Etica del Hospital de Clínicas–. El consentimiento que da el paciente, en estado de emoción, es inválido. El programa viola la Ley de salud de la Ciudad”. Según el artículo 4º del Capítulo II de la Ley 153/99, que trata sobre los derechos de las personas en el ámbito de la salud, está protegida “la intimidad, la privacidad y la confidencialidad de la información relacionada con el proceso salud-enfermedad”. “El Defensor del Pueblo debería actuar de oficio porque el programa no respeta nada de lo que se cita en la ley, y la Secretaría de Salud no tiene entidad legal para aprobar algo que es ilegal”, sostuvo Gherardi.
La realización de E-24 debió contar con la aprobación previa del secretario de Salud porteño, Alfredo Stern. “Se debatió durante mucho tiempo –dijo Stern a Página/12–. Nuestra preocupación básica fue que la instalación de cámaras no interfiriera en el trabajo del equipo de salud. Nos preocupaba de qué manera se garantizaba la funcionalidad. El segundo aspecto, de igual importancia, fue que no interfiriera en la relación médico-paciente y que no se produjera una invasión a las personas. El primero se fue resolviendo autorizando emplazamientos que no estorbaban. El segundo, mediante el consentimiento por escrito de cada persona cuya imagen va a ser emitida, sea médico, paciente, y hasta los familiares y las visitas. Tiene que firmar esa conformidad, si no esa imagen se destruye”.
La producción cumple religiosamente con la premisa. Imagen que se emite, imagen que cuenta con la correspondiente autorización. “Nos reservamos el derecho a veto –agregó Stern–. Vemos el crudo de la emisión y vetamos aquello que nos parece que no corresponde”. Para Gherardi, “la violación a la intimidad no es una cuestión cuantitativa. No hace falta que lo vean millones de personas para que se viole la intimidad. Con que una o dos personas se reúnan a decidir que tal imagen no cuenta con aprobación es suficiente para violar la intimidad. El morbo está dado por el espectador, no por el actor”. Según el abogado Salvador Bergel, titular de la Cátedra Unesco de Bioética en la UBA, “el acto médico debe ser absolutamente privado, es un derecho personalísimo del paciente. Aun cuando consintiera, la institución hospitalaria tiene la obligación de proteger genéricamente los derechos fundamentales y preservar la intimidad”.
Desde el costado médico, la perspectiva parece diferente. Al menos en las guardias en que se graba. El Fernández tiene siete equipos de guardia, uno por cada día de la semana. Tras un debate de cada jefe con su equipo, tres de los grupos aprobaron ser grabados. “Al principio estábamos un poco duritos, pero después nos olvidamos de las cámaras. La tarea de emergencias te pasa por arriba”, señaló Julio Comando, jefe de la guardia de los miércoles. Para Comando, el programa “es beneficioso porque democratiza al hospital. Nosotros nos pudimos enterar de lo que piensa la gente de nuestra tarea y la gente se enteró de cómo es nuestro trabajo real”.
“No todos los trabajadores aceptaron –sostuvo Liliana Voto, directora del Fernández–. Algunos prefirieron mantenerse al margen y eso se respeta. Además, antes de sacarlo al aire trajeron una de las emisiones, se pasó en el aula magna del hospital abierta a todos, y se debatió largo sobre lo que gustaba y lo que no gustaba. Yo creo que en sí el programa es beneficioso porque tiene un mensaje de prevención para la gente, como usar cascos cuando se viaja en moto, no conducir alcoholizado y cuestiones por el estilo”.
“Desde el punto de vista técnico, Cuatro Cabezas y el Canal 13 dieron lo que se esperaba, imagen muy moderna, muy cuidada, con mucho trabajo de producción detrás, nada que se haya dejado al azar. Pero habría que ver en qué medida las imágenes reproducen fiel y estrictamente lo que ocurre en la realidad de la práctica médica –señaló Martín Becerra, investigador, docente y director de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Quilmes–. Es imposible que una cámara no distorsione con su presencia lo habitual de las escenas que está verificando. Los espectadores ven una ilusión, sin que esto implique una valorización del trabajo médico ni de las escenas. Al día siguiente, cuando los pacientes van a pedir turno, están pidiendo desde esa ilusión. Además, está la otra pregunta: ¿por qué acepta la gente en semejante situación? Es seguro que influye otra ilusión, la que genera la posibilidad de ser alguien por ese minuto de fama que parece dar aparecer en la pantalla, así sea en las condiciones humanamente menos deseables.”
Un médico de la guardia lo explicó en “off the record” con otras palabras. “Después de la primera vez que salí me llamó un millón de parientes y amigos de todo el país. ¿Por qué los pacientes aceptan? En este país somos muy especiales: por un poquito así de fama cualquiera es capaz de vender a su abuela”.
La percepción de los pacientes es concreta. Y se verifica en la multiplicación de las consultas a partir de la primera E-24, según reconocieron los propios médicos. Y, cuando el estrés no es demasiado profundo, en la selección del galán que atenderá el caso. Tan concreta es esa percepción que, cuando la semana pasada la producción ya había completado la grabación de imágenes para las nueve emisiones restantes, la cara de desazón de Gervasio, un motoquero con la pierna envuelta en yeso, era evidente: “No, nadie me preguntó si me iban a filmar. Una vez que tenía la oportunidad...”.