Sábado, 6 de junio de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › DOS MIRADAS TRAS EL NI UNA MENOS
La legisladora Gabriela Alegre repasa los avances y las deudas. El economista Pablo Perelman enfatiza el papel de los hombres.
Por Gabriela Alegre *
La consigna que nos convocó a la movilización del 3 de junio es fuerte y directa: “Ni una menos”. No toleramos una muerta más, no queremos más víctimas de la violencia machista. La enorme y diversa participación en la movilización nos conmueve y conmociona, pero además nos compromete. ¿Qué hacer, además de movilizarnos y decir que estamos hartas?
Tenemos la constitución, los tratados, las leyes. Hay políticas que se despliegan desde el gobierno nacional, pero evidentemente también hay mucho trabajo pendiente.
Una de las tareas, que excede la coyuntura y los hechos puntuales, es generar conciencia y cuestionar profundamente a la sociedad para promover los cambios necesarios.
Los femicidios están insertos en la sociedad en la que vivimos, en la que persisten relaciones injustas como son las de género, que pueden conducir al asesinato de mujeres en manos de sus parejas o ex parejas.
Para producir transformaciones debemos reflexionar sobre todas las formas de violencia machista. Las violencias simbólica, sexual, económica, institucional. En todas estas manifestaciones violentas que padecemos las mujeres se pone de manifiesto la injusticia en las relaciones sociales de género.
Las distintas expresiones de violencia dan cuenta de la subordinación de las mujeres, de su menor consideración social, del hecho de que aún hoy no seamos consideradas sujetos dignos con derechos plenos.
Por eso, entiendo que la construcción de la justicia social también pasa por construir la justicia de género.
Además de movilizarnos tenemos el deber de generar conciencia y promover todas las medidas a nuestro alcance para cambiar esta realidad social acuciante, para desbaratar las relaciones de género injustas y seguir transformando la sociedad. La educación, los medios, el trabajo, el mercado, la cultura, todos los ámbitos son terreno para impulsar este cambio esencial.
Desde hace años venimos impulsando el acceso a los derechos reproductivos para las mujeres, niñas y adolescentes, la eliminación de los estereotipos de género en los medios, el cuidado compartido de los hijos/as a través de los regímenes de licencias laborales que también contemplen a los varones como cuidadores, la jubilación para las amas de casas, el reconocimiento de las trabajadoras domésticas como trabajadoras con plenos derechos.
Todas estas medidas están encaminadas a obtener relaciones de género más justas; ese es su efecto concreto, pero debemos redoblar el esfuerzo.
En particular, creo que es necesario pensar un poco más en los varones. Hacer foco en ellos, no en ellos individualmente sino como sujeto colectivo privilegiado y en la forma en que se construye esta concepción de masculinidad que tanto daño causa.
Y me parece que tiene sentido porque ante la injusticia y la violencia extrema, que llega al acto de matar, no se trata sólo de cambiar o fortalecer a las mujeres –las mujeres ya cambiamos y nos fortalecimos muchísimo, aunque siempre parezca poco–, sino principalmente, de cuestionar los estereotipos que seguimos perpetuando.
La fuerza física, la determinación, ganar, poseer, todo eso que seguimos trasmitiendo irreflexivamente a los varones tiene que ver con lo que nos pasa. Los seguimos alentando a dominar. Inclusive persiste el miedo a trasmitirles otros valores por temor a que se “feminicen”. Los censuramos duramente si flaquean, si no se ajustan al molde. ¿Qué esperamos como resultado?
Por otra parte, y cuando el tema que nos convoca es la violencia de género, creo que es importante no caer en simplificaciones. Muchas mujeres, casi todas en algún u otro sentido, sufrimos violencia de distintos tipos y en distintos ámbitos. Pero no podemos permitir que desde concepciones paternalistas nos coloquen, por eso, en el lugar del sujeto débil que debe ser protegido.
Ante la violencia necesitamos medidas estatales concretas, decisiones, presupuesto público afectado a esta problemática. Necesitamos visibilización del asunto y atención decidida, no beneficencia.
Si caemos en la trampa del paternalismo, dejamos de ser agentes activos de la construcción social, actuales y potenciales protagonistas de nuestra propia historia, y nos transformamos, nuevamente en objetos. No de la violencia, sino de la protección, pero objetos al fin y al cabo.
No queremos ni una menos. Queremos la transformación social con todas y con todos.
* Presidenta del bloque del Frente para la Victoria de la Legislatura porteña.
Por Pablo Perelman *
Los muchachos feministas pensamos que las mujeres deben ganar lo mismo que los varones cuando realizan igual trabajo o tarea. Y que no es una excusa o argumento válido que a un padre de familia haya que pagarle más que a una mujer sola, pues para eso existen las asignaciones familiares.
Los muchachos feministas pensamos que los ascensos deben otorgarse a las personas que están más preparadas para un determinado puesto, sin importar si se trata de un varón o una mujer, como también ambos tienen el mismo derecho a capacitarse.
A los muchachos feministas no nos parece bien que sean siempre las mujeres las que tengan que faltar al trabajo cuando los chicos se enferman, porque siempre el nuestro es más importante que el de ellas.
Los muchachos feministas que somos padres pensamos que tenemos la misma obligación que las mujeres de llevar a nuestros hijos al médico, de revisar sus cuadernos o de asistir a las reuniones de padres del colegio. Aunque por razones culturales o de conveniencia, muchas veces no lo hacemos.
Los muchachos feministas sabemos que tenemos que compartir las tareas domésticas con nuestras mujeres que también trabajan, y que no es suficiente con que simplemente las “ayudemos” o “colaboremos”.
Los muchachos feministas pensamos que las mujeres tienen derecho a decidir sobre su salud sexual y reproductiva, y que el Estado y las leyes deben adecuarse para respetar sus puntos de vista individuales.
Los muchachos feministas no toleramos que, bajo el argumento de los celos o de una supuesta moral victoriana, haya varones que ejerzan de manera cotidiana una tortura psicológica sistemática sobre las mujeres, coartando su libertad para maquillarse, vestirse o arreglarse como les plazca. Por lo tanto no aceptamos argumentos tales como “esa pollera es demasiado corta”, “ese escote es demasiado pronunciado”, o “ese maquillaje es muy provocativo”.
Los muchachos feministas desconfiamos de los hombres que porque dicen “amar demasiado a sus mujeres”, las someten permanentemente a escenas de celos violentas, las acusan de cometer infidelidades que solo están en su fantasía, y las persiguen sin pausa con el fin de comprobar el producto de su afiebrada imaginación.
Los muchachos feministas no creemos en las disculpas recurrentes de los violentos, que para dejar atrás una golpiza o una sarta de insultos llegan a casa con un ramo de flores, renovadas declaraciones de amor infinito y eterno, y la enésima promesa de un cambio de actitud definitivo.
Los muchachos feministas detestamos que haya varones que a través del desprecio y la violencia diaria minan o destruyen la autoestima de sus mujeres, hasta convencerlas de que solamente permaneciendo al lado de ellos lograrán escapar de un destino de desgracia y miseria.
Los muchachos feministas aborrecemos a los hombres que amenazan a sus mujeres con lastimar a sus hijos si no aceptan las condiciones de convivencia que ellos les imponen, o si osan denunciarlos ante la justicia, o intentar separarse o divorciarse de ellos.
Los muchachos feministas no soportamos que se le ponga la mano encima a una mujer, aprovechando de manera cobarde la fuerza de machos, y por lo tanto ejerciendo sobre ella violencia de género.
A los muchachos feministas nos desespera que casi todo los días en algún rincón del país una mujer muera a manos de la locura asesina de un hombre, y que todavía algunos medios de comunicación se refieran a estos femicidios como “crímenes pasionales”.
A los muchachos feministas nos complace el apoyo generalizado que ha recibido la marcha del 3 de junio bajo la consigna #NiUnaMenos por parte de casi todos los sectores y personalidades políticas, pero nos preocupa que en muchos casos pueda tratarse solamente de un reflejo oportunista en el contexto de un año electoral.
Los muchachos feministas pretendemos que tanto los políticos como los medios de comunicación se preocupen por los femicidios y la violencia de género los 365 días del año, y que eso se traduzca en el apoyo a políticas concretas para evitar tanta tragedia, y con presupuestos acordes para cumplir con los objetivos trazados.
Los muchachos feministas estamos convencidos de que la violencia de género y el femicidio son temas demasiado graves para dejárselos solo a las mujeres.
Por todo esto y seguramente mucho más, los muchachos feministas marchamos junto a nuestras madres, hermanas, hijas, amigas y compañeras de trabajo el 3 de junio a la Plaza del Congreso y a todas las plazas del país en donde hubo una convocatoria, donde dijimos muy fuerte: Basta de Femicidios. Ni una menos.
* Economista especializado en temas demográficos y de familia.
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