Sábado, 9 de abril de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Washington Uranga
Si bien la encíclica difundida ayer en el Vaticano bajo el título de Amoris Laetitia no produce cambios sustanciales en la doctrina católica respecto del matrimonio y la familia, a través de ese documento el papa Francisco pone nuevamente de manifiesto su impronta pastoral de acogida abriendo las puertas de la Iglesia Católica a quienes participan de la misma “de modo incompleto”. Esta es la estrategia que usa Bergoglio para recuperar fieles y ampliar la influencia del catolicismo en el mundo.
En este caso, el llamado estuvo dirigido especialmente a los católicos divorciados y vueltos a casar, uno de los temas que fue eje del debate en los sínodos episcopales realizados en los dos últimos años en Roma.
La orientación del Papa queda en evidencia en una frase que plasma su espíritu: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque ésa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren”, sostiene. Idéntica perspectiva se reafirma en otra parte del mismo documento en la que se señala que la Iglesia no puede “condenar a nadie para siempre”.
Pero tratando de evitar enfrentamientos mayores, especialmente con los sectores conservadores que se resisten a esta mirada, el Papa evita entrar en discusiones directas sobre temas tales como la participación de estas personas en el sacramento de la comunión. También esta postura es parte de la estrategia de Francisco, que deja librada estas decisiones a los obispos y a los párrocos. La excusa es la “diversidad” de casos y situaciones existentes.
Menor apertura hay, sin embargo, respecto de las uniones de personas del mismo sexo. Francisco ratifica la doctrina tradicional católica sobre el matrimonio, aunque también hace consideraciones para evitar que las personas homosexuales sean agredidas o maltratadas en la comunidad católica, especialmente por parte de los ministros.
En definitiva, un largo texto que resume muchos de los debates planteados en los sínodos, pero que sobre todo ratifica la perspectiva pastoral de Francisco dispuesto a acoger a todos en la Iglesia, especialmente en el llamado “año de la misericordia”. Algo a lo que bien se le puede llamar política de puertas abiertas.
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