SOCIEDAD › EXPLOSION, DERRUMBE Y MUERTE POR UN DEPOSITO CLANDESTINO DE PIROTECNIA

Una imagen de Bagdad en Florencio Varela

Un almacén mayorista de golosinas que vendía cohetería estalló a la tarde y provocó el derrumbe del edificio de una planta, de locales vecinos y una casa particular frente a la estación Ardigó. Hay al menos tres muertos, 15 heridos y se habla de cinco desaparecidos. Los vecinos habían denunciado el lugar por la pirotecnia ilegal.

 Por Horacio Cecchi

No había palabras. Sólo quejidos, gritos, humo acre y negro, cuerpos mutilados y enormes trozos de mampostería. Nada más quedó de los dos locales de una planta de mil metros cuadrados y varios locales aledaños, tras las dos tremendas explosiones que se sucedieron en cuestión de segundos, ayer alrededor de las 16.45 en Florencio Varela, frente a la estación Dante Ardigó de la línea Roca. Un enorme almacén dedicado a la venta de pirotecnia trucha voló por los aires. Por la noche, el parte oficial señalaba en forma provisoria tres muertos, 16 heridos, y extraoficialmente cinco desaparecidos, entre ellos una nena de dos años. A última hora, con dos manzanas a la redonda a oscuras y trabajando con equipos electrógenos y maquinaria pesada, más de un centenar de bomberos, integrantes de Defensa Civil, policías, médicos y voluntarios removían escombros intentando rescatar sobrevivientes. El almacén había sido denunciado por los vecinos. Julio Pereyra, intendente de Varela, dijo a Página/12 que el 31 pasado, Defensa Civil concurrió al lugar para una inspección y el dueño, cuyo nombre aún se desconoce, “echó a los inspectores porque no tenían orden de allanamiento”. Pereyra reconoció tres variantes: “O hubo inoperancia, o hubo negligencia, o hubo coima”.
Ombú 640, entre Martín Fierro y El Zonda, frente mismo a la estación Ingeniero Dante Ardigó de la línea Roca, dentro del partido de Florencio Varela. En esa dirección, una mezcla de pólvora, cohetería trucha y comercio criminal hicieron eclosión, desataron el horror y demolieron techos, paredes y todo lo que se opuso a la onda expansiva. El lugar, un local de 20 metros de frente por 50 de fondo. La ironía indica que los dueños, un matrimonio de entre 35 y 40 años que no residía en la zona, lo había habilitado como almacén mayorista de golosinas. Al momento del estallido, la mujer había salido de compras y su marido no se encontraba en el lugar.
No estaban ellos, pero dentro, no menos de media docena de empleados trabajaba intensamente. El almacén, según relataron los vecinos a Página/12, variaba de rubro en forma estacional. “Desde hace dos años, en diciembre –relató un vecino, con el rostro demudado y la voz temblorosa– los dueños sacaban una mesita a la vereda para vender cohetes de todos los tamaños y colores. El local estaba cerrado al público. Ahí entraban nada más que los dueños, los empleados y los vendedores.” Para tener una idea del movimiento de pirotecnia del local, uno de esos vendedores –según una versión que corría insistente entre los dos mil espectadores de los trabajos de rescate– había dejado en consignación 77 mil pesos en mercadería volátil.
Octavio, de 40 años, vive exactamente a la izquierda del almacén, en el primer piso de un edificio con locales comerciales en la planta baja. “De repente sentí un ruido impresionante –dijo todavía aterrorizado–, mi casa se llenó de humo negro. Pude sacar a una de mis hijas adolescente. Estaba inconsciente por el humo.” Según los vecinos, fueron dos explosiones sucesivas, la primera con una espantosa humareda negra y la segunda que volteó techos y paredes. Pero Octavio todavía asegura que fueron “40 minutos ininterrumpidos de explosiones”. Las autoridades no le permitieron regresar a su casa para recuperar nada: el edificio de dos plantas literalmente colgaba en equilibrio inestable sobre una viga.
Las cifras oficiales hablan de tres muertos y 16 heridos. Ernesto Rosendo Bargas, secretario de Gobierno de la intendencia, señaló a este diario los nombres de los fallecidos: Jorge Benítez, de 18, y Luis Alberto Quintero, ambos empleados; y Segundo García Vásquez, odontólogo que había instalado su consultorio cuatro meses atrás, en un local que, paradójicamente, no se encontraba junto al almacén sino con el edificio en el que vivía Octavio mediante. La explosión arrasó con una pared que lo aplastó. En ese momento, García Vásquez atendía. Su paciente, de milagro, apenas sufrió algunos golpes. También destruyó una peluquería adyacente. Del otro lado, sobre la esquina de Ombú y El Zonda, un local de video a esa hora estaba repleto de chicos. El local sufrió leves daños, pero con la primera explosión los chicos salieron corriendo. “La segunda –según relató el joven de 25 años encargado del local–, nos despidió por el aire como en las películas.”
Catorce unidades de bomberos lucharon contra el fuego y alrededor de un centenar de policías, médicos, integrantes de Defensa Civil y voluntarios intentaban hallar sobrevivientes, mientras cuatro palas mecánicas removían cuidadosamente los escombros. Las autoridades cortaron la luz en dos manzanas a la redonda. Por la noche, iluminados con equipos electrógenos, con el silencio y la oscuridad flotando sobre el polvo y los perros husmeando en busca de sobrevivientes, la imagen era una más de tantas escenas de guerra.
Entretanto, alrededor del vallado dispuesto por la policía, unas dos mil personas observaban entre incrédulos e indignados. “¡Se hicieron un montón de denuncias! –gritaba desairada una mujer–. Pero siempre que venían los cohetes desaparecían.” El intendente Pereyra tenía una versión distinta: “La primera denuncia se hizo a principios de diciembre, por ruidos molestos –aseguró a Página/12–. El 31 de diciembre se apersonaron inspectores de Defensa Civil. Al fondo del almacén dicen que hay un depósito que se extiende en el sótano. Cuando quisieron entrar, el dueño los echó porque no tenían orden de allanamiento”.
–¿Y todo quedó así? ¿No le resulta extraño? ¿Qué explicación le encuentra?
–Yo creo que acá hay tres posibilidades. O hubo inoperancia. O hubo negligencia. O hubo coima a los empleados municipales.
Pereyra, igual que el comisario de la seccional 2ª de Varela (ubicada apenas a dos cuadras del desastre), Pedro Scaramellio, y el director de Operaciones de Defensa Civil provincial, Ernesto Quintar, reconocieron a última hora de anoche que aún existía riesgo de explosiones. Este diario recogió la versión de cinco desaparecidos: tres repositores, una cajera y una nena de dos años. “Por ahora nadie hizo la denuncia –sostuvo Quintar–. Tenemos la esperanza de que no se confirme la versión. Pero acá todo es posible.”
Informe: Maricel Seeger y Darío Aranda.

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Las tareas de rescate entre los escombros se prolongaron hacia la noche y las imágenes remitían a las escenas de los atentados.
 
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