SOCIEDAD
La calle Alem, meca del baile en Mar del Plata
Desde Almafuerte hasta Primera Junta, la movida se arma todas las noches, una tras otra, desde la una de la madrugada. Hay quejas y polémica. Pero lo que impera es la diversión general.
Por Carlos Rodríguez
Los taxistas, que viven de la movida, son los primeros en despotricar contra los que son sus clientes. “Acá viene gente muy baja, gente jodida”, dice uno que lleva a Página/12 hasta la calle Leandro N. Alem, que con sus pubs y sus discotecas provoca cada noche, desde la 1 de la madrugada en adelante, una verdadera peregrinación de jóvenes deseosos de conocer el desmadre y el despadre. O simplemente divertirse. En las primeras noches del verano, una pelea generalizada que, dicen las malas lenguas, habría sido provocada por “borrachos y drogadictos”, despertó una ola de comentarios descalificadores por parte de cierta prensa local, que consultó a personas que no vieron lo que realmente ocurrió, simplemente porque “a esas horas” ellos duermen. Una recorrida nocturna por las cinco conflictivas cuadras de Alem, desde Almafuerte hasta Primera Junta, a la altura de Playa Grande, dejaron como saldo ningún herido grave y una larga galería de personajes simpáticos y algunos, un poco locos. Todos jóvenes, chicos y chicas de 18 a 30 años, carilindos, desenfadados, eufóricos, algunos intoxicados y otros naturalmente zafados, pero todos muy lejos del perfil de asesinos seriales que se les adjudica.
Paola es mendocina y futura abogada. Una mirada le basta para ganar cualquier pleito. No tiene el estilo de las chicas que se devoran el mundo y desde su mesa en el Malayha Beach Smack, cuenta que le ha ido muy bien: “Alem es un lugar un poco loco, pero conocés gente muy graciosa y la pasás bien. Algún piropo fuerte, algún insulto, algún borracho, pero nada que ponga en peligro la vida de nadie”, dice cerrando las tapas del Código Penal y decretando un sobreseimiento al menos provisorio. Junto a ella están sentadas Laura, también de Mendoza y contadora, y Luján, una maestra jardinera que vive en la localidad bonaerense de San Martín. “Venimos todas las noches porque hay ruido en las calles, hay baile, hay canto y es muy bueno divertirse un poco. Estamos de vacaciones. Nunca vimos que pasara ninguna de las cosas que, según dicen algunas radios, están pasando todas las noches.”
“No son pocos (los vecinos) que lamentan tener que presenciar con frecuencia el espectáculo que brindan jóvenes de ambos sexos deambulando por las inmediaciones, dando muestras de estar alcoholizados y/o drogados.” El párrafo textual apareció publicado en un diario local que recogió largamente las quejas de los vecinos. En la esquina de Alem y Quintana, a pocos metros de un puesto policial que cuenta con móviles y varios agentes de imponente presencia, los brindis son en plena calle. Un grupo de chicos llegados de Bahía Blanca convidan un cóctel donde predomina el gin y que deja un toque mágico en el paladar. La promotora de un boliche invita al baile, se toma un sorbo y charla con todos como si fueran viejos amigos. Tres cordobeses, Leonardo, Fermín y Gerardo, son fanáticos de Mar del Plata y sobre todo de Alem. “¡Esto es bárbaro, guaso! No hay nada más grande que Instituto y Alem”, brama uno de los mediterráneos.
Entre los bahienses hay uno al que la borrachera lo pone cariñoso. Abraza al cronista, a una rubia rosarina, a un agente de la policía provincial, el único que desprecia las efusividades. Los de Bahía alquilan una gran casa sobre Quintana y la romería se corre unos metros y sigue paredes adentro, en torno de una larga y sólida mesa de madera. “La juventud que se divierte.” “Noche marplatense.” Paola y Janina, dos rosarinas, se presentan como estudiantes avanzadas de periodismo y proponen dos títulos para la nota que está en marcha. Las dejan asentadas, con sus firmas, en la libreta de apuntes de Página/12. Argentinas al fin, la charla va derivando hacia la crisis, la corrupción y por suerte, una nueva ronda de cervezas orienta otra vez hacia las cosas urgentes: “Lo que hay que definir es dónde seguir la joda”.
Entre los de Bahía Blanca, ciudad conservadora si las hay, destaca un joven movedizo que viste una remera que dice “CCCP”, la sigla original de las hoy desaparecidas Repúblicas Socialistas Soviéticas. Otro de los chicos filma todo lo que pasa, pero no sabe cómo va a reaccionar su familia cuando vea la grabación. Un tercer chico de Bahía aprovecha el momento de libertad para criticar a la prensa de su ciudad: “¿Cómo titularía La Nueva Provincia una nota sobre la calle Alem? A mí ese diario no me representa, pero allá es lo que más se lee”. En la calle sigue la diversión y un par de chicos ensayan piruetas circences sobre el asfalto, incentivando el embotellamiento de decenas y decenas de vehículos que pasan por Alem, que nunca se cierra al tránsito. Los autos circulan por allí, unos pocos por despiste y otros dan vueltas “por si sale alguna transa”. Federico Ruffa es marplatense y trabaja en el programa D-Rock, que sale al aire por la 89.7 de la ciudad. “En Alem no pasa nada más de lo que querés que te pase. Es un buen lugar.” A su lado asienten sus amigos Pablo Niro, del barrio porteño de Liniers, y Marina, de San Isidro.
Además de los negocios de distinta índole y categoría, Pp-Corcho Bar, El Paraíso, Tres 79 Bar, Manhattan, Deja Vu, Augustus, El Pancho Bar, Barnon, Camarón Brujo, Barramansa, heladería Italia y Kevingston, entre otros, están abiertas hasta muy tarde los comercios de venta de ropa, las disquerías, los locales donde se hacen piercing y tatuajes, y hasta una farmacia, por si la bebida se sube a la cabeza y hace falta un toque de Geniol. “No pasa nada, hay mucho ruido, un poco de descontrol, pero nunca pasa nada grave”, dice Sofía, la dueña de un local de venta de remeras y ropa para la playa. Los policías, algunos en pleno embole y otros semisonrientes, se concentran frente al único lugar que permanece en silencio: el edificio cerrado del Colegio Nuestra Señora del Carmen.
En la esquina de Saavedra y Alem, los taxistas hacen cola esperando a los que vuelven para el centro o los que optan por seguir la diversión en los locales bailables de la avenida Constitución. Allí la fiesta se pone buena después de las 4 de la madrugada, cuando llegan los locos de Alem. El taxista que trae de regreso a Página/12 repite por segunda vez en la noche el mismo discurso machacón: “Acá siempre hay quilombo. Lo peor es cuando se juntan los de clase media alta con los de los barrios bajos. Un pisotón, un empujón y se arma la batalla campal”.
–Si es tan peligroso como dice, ¿por qué se queda toda la noche esperando en esta esquina?
–Y... hay que vivir.