SOCIEDAD

Asaltantes que robaron, tomaron rehenes y jugaron a ser Robin Hood

Fue en Comodoro Rivadavia: rodeados por la policía, los ladrones exigieron que se repartiera comida y dinero. Dos de ellos fueron abatidos por la policía.

 Por Horacio Cecchi

La última toma de rehenes del año ocurrió en una distribuidora de alimentos de Comodoro Rivadavia y fue protagonizada por tres ladrones. A las características propias del género (tres rehenes, seis horas de tensión, mediación periodística, asalto policial, tiros, muertos y heridos), el hecho tuvo marcas propias: la banda arrojó dinero y alimentos a la gente desatando una batalla campal, obligó al dueño del local a gritar que el pueblo no pasará más hambre, cantó la marcha peronista y negoció su salida con un camarógrafo porque el único negociador de los uniformados había sido desplazado por una interna policial a un pueblito de 500 habitantes. El camarógrafo-negociador también era evangelista y, como primer gesto de buena voluntad, al ingresar rezó con los ladrones. Horas después, y diez minutos antes de 2002, la policía entró y desató el desparramo.
En el barrio La Loma, a unas diez cuadras del centro de Comodoro Rivadavia, sobre Vélez Sarsfield al 1600 se encuentra la distribuidora La Salteña. Durante las últimas seis horas del año pasado, La Salteña, La Loma y los 135 mil habitantes de la ciudad quedaron congelados como una vulgar caja de ahorro siguiendo las inéditas incidencias del asalto.
Alrededor de las 18, de un Peugeot 505 bordó bajaron tres hombres. Llevaban máscaras y armas. Alguien los vio y llamó a la policía. Con menos suerte, Omar Cárdenas, dueño de La Salteña, su hermano José y un empleado, Juan, también Cárdenas pero sin relación familiar directa, quedaron dentro. Poco después, los habitantes de Comodoro se enterarían de que dos de las máscaras ocultaban rostros conocidos: Francisco Jesús “Pancho” Martínez y Rubén Eduardo “Chilote” Chandía Tapia, ambos de 35 años y de prontuarios abultados. Con ellos participaba un delincuente de poca monta, Daniel Fabricio de Vigili, de 20 años.
En pocos minutos La Salteña fue rodeada por la policía. Mientras llegaban los especialistas del GEOP (Grupo Especial de Operaciones de la Policía), Martínez y Tapia pidieron un juez y al periodismo como garantes de su entrega. Una hora después se produjo el primer acontecimiento fuera de género: desde una ventana en la que se veía a Martínez apuntando con un arma a la cabeza de Omar Cárdenas, el asaltante le arrojó a Fernando Illiana, del Canal 3, una bolsa con dinero.
“‘¡Que la repartan entre la gente, así por lo menos tienen algo para comprar para las Fiestas!’, me gritó –relató más tarde Illiana a Página/12–. Era plata chica, menos de 500 pesos. Después tiraron otra con algo más de mil quinientos”. Illiana, con autorización del juez de instrucción 2 Oscar Herrera, arrojó el dinero a la multitud de curiosos. Mientras en La Salteña prevalecía una calma chicha, a media cuadra se desataba una batalla campal por los billetes. A todo esto, Martínez, insistente con su imagen, arrojaba alimentos (quesos, salamines, leche), mientras gritaba “¡Esto es para que se lo den a la gente que no tiene para comer!”. Los productos fueron cargados en una camioneta del Canal 3 para desatar una nueva batalla campal entre una multitud in crescendo, que más tarde clamó por la libertad de la banda.
Los asaltantes estaban divididos: Chilote y Pancho, más expertos, pretendían entregarse. De Vigili exigía un auto para huir con un rehén. A pedido de la banda se acercaron las cámaras. Fue entonces que se escuchó: “¡Hey, Pancho, soy yo, Lámpara!”. La voz salía de un cronista del Canal 3, Miguel Bargas, que conocía a Martínez desde la infancia. Apenas detectado por éste, Bargas pasó a ser el negociador oficial, habida cuenta de que el único especialista policial –el comisario Puley– había sido trasladado al pueblito de Gan-Gan, de 500 habitantes, como resultado de una interna. Bargas ingresó alrededor de las 19.30, con un camarógrafo. También evangelista, Lámpara rezó con captores y entrevistó a rehenes in situ. Después bajó con las condiciones: entrega con periodistas y juez como garantes, y un auto para la fuga del novato con su rehén. Herrera aceptó.Pero cuando todo estuvo dispuesto, Martínez pidió una botella de whisky y cigarrillos. Le fue entregada. Después una sidra recolectada en el vecindario. “¡Está sin gas!”, denunció Martínez y la arrojó por la ventana. Tres sidras más siguieron ese camino, sin desanudar la negociación.
Un último diálogo se registró alrededor de las 23.30: “¡Me voy!”, gritó Bargas desde la vereda. “¡No, Lámpara, no te vayas!”, le rogaron desde dentro. “¡Y qué querés, si consigo todo lo que me pedís y no me das bola!”. No hubo caso. Diez minutos antes de 2002, el GEOP entró por una puerta lateral. Se desataron los tiros: Martínez y Tapia cayeron muertos. De Vigili fue herido por cuatro impactos. José Cárdenas fue herido en su mano derecha por una 22, y en su hombro derecho por una 9 milímetros; su hermano Omar presentaba golpes en la cabeza. Juan, el empleado, el roce de una bala en el cuero cabelludo.

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