SOCIEDAD › DARIO AZZELLINI, CIENTISTA POLITICO, EXPERTO EN MERCENARIOS

La privatización de la guerra

Especializado en conflictos étnicos, se encontró con el nuevo fenómeno mercenario del siglo 21: empresas que combaten, dan servicios, asesinan, bombardean, fumigan cultivos, secuestran y hasta lavan la ropa de los ejércitos convencionales. Acaba de publicar en Alemania “La empresa guerra”, el primer estudio sobre este nuevo tipo de combate que escapa a toda ley.

 Por Martín Piqué

–¿Por qué el libro se llama La empresa guerra?
–Porque describe la privatización de la guerra. Privatización en el sentido directo de la palabra, que es algo que parece ciencia ficción pero, de hecho, existe: un mercado creciente en los últimos años de empresas privadas que se presentan prácticamente como subempresarios de ejércitos y gobiernos a llevar a cabo operaciones militares. Ese es el lado, entre comillas, oficial. El lado no oficial, que también entra en este fenómeno, es el uso del paramilitarismo de parte de los gobiernos. Esa es la temática del libro. Hay muy poco conocimiento público de este fenómeno, que forma un mercado que ya abarca unos 100 mil millones de dólares al año a nivel mundial.
–El asesinato de los cuatro mercenarios norteamericanos en Fallujah le da más actualidad al tema. ¿Cuál es la función que cumple este tipo de soldados privados?
–Están llevando a cabo las acciones militares más delicadas. O las más duras.
–¿Cuáles?
–En Irak, por ejemplo, los cuatro americanos que fueron asesinados en Fallujah trabajaban para Blackwater Security, que es una empresa militar. Y ellos llevaban a cabo las acciones militares en Fallujah, el territorio más peligroso.
–¿No eran ingenieros o gente civil que se encargaban de tareas de reconstrucción? Porque eso fue lo que se dijo en un primer momento.
–No. Son ex fuerzas especiales desarrollando trabajo militar. Ahí depende luego de qué tan complicado es el trabajo. En Irak, en concreto, pueden llegar a ganar hasta mil dólares al día si están en operaciones peligrosas. En Irak se dice que un promedio de uno de cada diez personas que están por la Alianza son de empresas privadas y no soldados deejércitos. Eso es una relación que demuestra cómo ha ido cambiando la guerra. Para citar un antecedente, en la guerra de Yugoslavia la proporción era uno de cada cincuenta.
–¿Qué tareas cumplen esos soldados privados en el terreno?
–Están llevando a cabo cualquier tipo de trabajo. Podría decirse que son mercenarios, pero cuando se habla de mercenarios podría pensarse que se trata de unos tipos brutos que están actuando. Pero no es así. Son personal altamente entrenado –ex fuerzas especiales– que manejan prácticamente todo el campo de alta tecnología. Por ejemplo, en Colombia las estaciones de radar dentro del país son manejadas por empresas privadas. Las estaciones de radar de Estados Unidos alrededor de Colombia son manejadas por empresas privadas. Y las fumigaciones de los supuestos cultivos de coca y amapola –supuestos porque se han fumigado zonas donde no hay ningún cultivo– son llevadas a cabo por la Airscan, otra empresa privada. Nos encontramos con ejemplos de ese tipo en todo el mundo.
–¿Qué caso le pareció más representativo del fenómeno?
–La guardia personal de Hamid Karzai, el presidente de Afganistán, es de la empresa MPRI, fundada por generales del ejército de Estados Unidos que actuaron en la primera guerra contra Irak y que luego crearon esa empresa. La MPRI es un caso muy especial porque tiene un asiento, una participación fija, en todas las reuniones del Pentágono. Y ellos hacen publicidad diciendo que tienen más generales por metro cuadrado en sus oficinas que el Pentágono. Además, la MPRI es un caso muy duro y claro: actúa como todas las empresas de Estados Unidos, con un contacto muy estrecho con el Pentágono y sólo en asuntos que el Pentágono apoya de la misma manera. Por ejemplo, el MPRI ideó, lideró y organizó la campaña del ejército croata contra los serbios de la Krajina, cuando se sacaron a más de 200 mil civiles durante la guerra de esa parte de Croacia donde había una población serbia. Luego entraron el ejército de Croacia y el ejército de Bosnia-Herzegovina. Como ésa hay muchas empresas más: la Dyncorp, que lleva a cabo las fumigaciones en Colombia, tiene 30 mil empleados a nivel mundial. En Estados Unidos se ha llegado hasta a privatizar los campos de entrenamiento para los soldados: hay una empresa que organiza los entrenamientos para el ejército de Estados Unidos. Para la guerra de Yugoslavia, por ejemplo, ellos se encargaron de reconstruir un pueblito yugoslavo ahí en Estados Unidos. Contrataron a mil inmigrantes yugoslavos que vivían en Estados Unidos como actores y organizaron un entrenamiento para el ejército de una semana de lucha callejera en un pueblo yugoslavo. Esas empresas actúan ya en cualquier campo.
–Y en la guerra de Irak, ¿qué rol cumplen?
–Hasta el reparto del correo que llega a los familiares o el lavar la ropa de los soldados en Irak está a cargo de empresas privadas. O sea, la función de los soldados privados puede ser de cualquier nivel. Otro asunto, no directamente de empresa militar, es la ampliación del trabajo de las empresas de armas. Empresas como la Lockheed Martin, que producen aviones de guerra o helicópteros de combate, cuando un comprador adquiere un helicóptero o un avión, no le dan sólo la máquina sino que ahora le dan también el ingeniero mecánico que hace el mantenimiento. Es un paso cualitativo porque el comprador primero tenía que formar al ingeniero de mantenimiento antes de poder usar todo el equipo.
–En los países en donde hay guerras civiles o insurgencia armada, como Colombia, ¿estas empresas cumplen una función de represión o de actuar al margen de lo que hace el ejército? Porque, en ese caso, podrían actuar sin los límites constitucionales que imponen las democracias.
–Eso se presume. Una de las actividades principales de estas empresas no es como el out-sourcing clásico que luego siempre se dice que ahorra gastos, aunque nunca ha sido comprobado eso. Hay varios puntos: primero, esas empresas operan solamente si el país donde actúan firma un contrato de impunidad. O sea, que no pueden ser sometidos a ningún juicio. Dehecho, hay varios casos de bombardeos o asesinatos en Colombia que han quedado impunes, llevados a cabo por varias empresas.
–¿Por varias empresas directamente?
–Sí, tenemos el caso de Santo Domingo, que es un pueblito en Arauca, al lado del oleoducto Caño Limón-Coveñas, que es el oleoducto que lleva el petróleo desde el campo petrolero Caño Limón al puerto, de donde es llevado a Estados Unidos. Ahí, en 1998, durante las fiestas patronales de Santo Domingo, murieron 18 personas por bombas. El gobierno colombiano en un primer momento dijo que fueron coches bomba de las FARC. Los restos humanos se llevaron a un análisis del FBI, que luego no pudo ocultar el resultado. Fueron bombas de fragmentación de producción estadounidense que habían pasado al ejército de Colombia. Entonces, ¿qué pasa? Les hacen un juicio a los pilotos de combate de los helicópteros del ejército colombiano. Y éstos, durante el juicio, dicen: “Sí, sí, es verdad. Nosotros bombardeamos Santo Domingo. Los 18 muertos son del bombardeo, pero nosotros actuamos bajo las órdenes de la empresa Airscan”, que es una empresa que tiene su base de operaciones dentro del campo petrolero de Caño Limón en Arauca. Y hace la evaluación de todas las imágenes satelitales para luego pasar la información a los pilotos del ejército colombiano. “Fueron los empleados de la empresa Airscan los que nos dijeron que ahí había que bombardear porque había una columna guerrillera”, dijeron los pilotos colombianos. ¿Y entonces qué pasó? Nada. Porque no hubo nunca juicio contra esa empresa y sus empleados.
–¿Hay impunidad?
–Hay impunidad absoluta. En la ex Yugoslavia, la empresa Dyncorp ha sido implicada en trata de blancas, en venta de mujeres, en prostitución infantil. Y nunca pasó nada. En Colombia, la empresa Dyncorp ha sido hasta implicada en tráfico de heroína, y nunca pasó nada. Y hay varios de esos casos. Además, hay otras ventajas. Primero, en el caso de Colombia, el Congreso de los Estados Unidos decidió que no puede haber más de 400 soldados estadounidenses al mismo tiempo en Colombia. Luego de unos años, dándose cuenta de la existencia de las empresas militares, también decidieron que no puede haber más de 400 empleados de Estados Unidos en esas empresas. Por un lado, se evita enviar más soldados –aunque por otro lado es probable que los haya en Colombia, porque así lo indican los datos extraoficiales– y se logra esquivar el límite impuesto por el Congreso de los Estados Unidos. Pero, por otro lado, las empresas contratan personal que no es de Estados Unidos: por eso sucede que hay 400 empleados que son de Estados Unidos, pero hay 1500 más que son de El Salvador, la Argentina, Chile, que han sido entrenados en la Escuela de las Américas o bajo la misma lógica del ejército de los Estados Unidos, y que no caen bajo los límites del Congreso estadounidense.
–Cuando se recurre a soldados privados para ciertas operaciones, ¿se está intentando sortear el peso de la opinión pública estadounidense?
–Claro, porque una de las ventajas que tiene todo eso –y la ex embajadora de Estados Unidos en Colombia, Anne Peterson, lo admitió abiertamente hace dos años– es que, si alguien de esas empresas muere durante el “trabajo”, eso no causa ningún furor en la opinión pública de Estados Unidos. Es un empleado más que muere. Es como si muriera un empleado de la IBM de un infarto; ¿a quién le importa en Estados Unidos? Mientras que si llega el soldado muerto envuelto en la bandera de Estados Unidos, eso sí provoca furor público. Otro punto importante es que estas empresas llevan a cabo operaciones encubiertas. Porque no hay posibilidad de averiguar nada. El control democrático en ese momento falla. En el congreso de Estados Unidos, cualquier congresista progresista puede meter una demanda y pedir que se aclare qué está haciendo el ejército. En el caso de empresa privada, no pueden meter en el Congreso una demanda para que la empresa privada te diga qué está pasando. Esas empresas, además, firman un contrato con el Pentágono donde queda claro que ellos no pueden pasarle información a nadie que no sea del Pentágono. Si ahora unopregunta al Pentágono, responden: “El contrato dice esto, esto y esto, pero de lo que están haciendo no sabemos nada, no es nuestro asunto, no tenemos el control”. La empresa privada afirma: “Nuestro contrato dice que no podemos decir nada”. Y la información queda oculta y no se sabe qué está pasando.
–¿Qué perspectiva ve hacia el futuro de los conflictos bélicos y de su relación con el imperialismo y la expansión de los Estados Unidos?
–Estamos frente a un fenómeno que es cada vez más complicado ver cómo y quién está haciendo la guerra. Y dónde. Por otro lado, estamos regresando a un modelo de economía de enclave, como en el siglo XVI y XVII. O sea, que ya no se trata de mantener el control total de todo un territorio o de un país sino que se concentra uno en las zonas económicamente interesantes. Eso es algo que se ve claramente en el Congo. En la guerra que llevó a Kabila al poder. Antes de eso había diferentes empresas mineras junto a diferentes empresas privadas de guerra que marchaban con las diferentes facciones guerrilleras para apoyarlas por un lado. Y por el otro, en el momento en que esas facciones iban a tener el control territorial, asegurarse los derechos mineros de la zona. Y además, otro cambio que vemos es que, mientras anteriormente podíamos decir que la guerra era la interrupción del flujo normal de la economía para apoderarse de algo o para instalar otro modelo económico, hoy en día la guerra es la manera de economizar. Muchos de los negocios que se están llevando a cabo, sea en Colombia, sea en Congo, o sea donde sea, no se pueden llevar a cabo sin guerra. Eso es un cambio natural que se muestra también en Irak, donde hasta la misma resistencia iraquí analiza que Estados Unidos quiere la desestabilización total del país para seguir manteniendo una presencia. Para justificar eso. O sea que ya no se trata de poner un gobierno títere y dejarle el control del lugar sino que ahora se prefiere quedar con una presencia, pero concentrándose en los puntos económicamente interesantes.
–En el caso de Irak, ¿la decisión de retirarse de las ciudades en algunos lugares y replegarse al desierto tiene que ver con esa estrategia, de mantener enclaves y no todo el territorio?
–Claro. En cierto momento, el costo para mantener las ciudades se vuelve demasiado alto y entonces es más importante mantener el control de los oleoductos y de los campos petroleros. Entonces, la solución aparece en salir de las ciudades hasta que el costo no sea tan alto. El peor ejemplo es Africa. En Africa tenemos países como el Congo, donde todo el país es un desastre, es una guerra única, pero en la zona donde hay diamantes hay mucho más interés. Hasta la Unión Europea decidió enviar 2500 soldados. ¿A dónde? A apoyar los campos de diamantes, lo demás ni siquiera importa. Que se maten millones alrededor, no importa, mientras haya control de las zonas económicamente interesantes.

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