SOCIEDAD › LOS COMERCIANTES BONAERENSES PAGAN UN DIEZMO POLICIAL
Pedro, el lobo y el saqueo
Ya hay un negocio del saqueo: los rumores van y vienen, sospechosamente oportunos, y los policías cobran extras para, esta vez, no desaparecer. Tarifas y sistemas de una naciente y lucrativa industria del miedo.
Por Marta Dillon
Los comerciantes de La Matanza conocen el cuento de Pedro y el lobo, por eso están atentos a su moraleja. No importa cuántas veces se repita la mentira: si hay alguna posibilidad de que los rumores de saqueos se concreten, ellos estarán listos para hacerles frente. Y no sólo porque desde diciembre pasado se hayan dedicado como buenos alumnos a la práctica de tiro para poder utilizar los cientos de armas recién compradas. También cuentan con el acuerdo al que llegaron con la policía bonaerense de la zona. Ahora cada esquina –por lo menos en las zonas más “calientes” del distrito– tiene a su hombre de uniforme dispuesto a revertir la fea impresión que dejaron cuando, aludiendo a órdenes superiores, vieron pasar los saqueos como vacas a un tren. Claro que eso tiene un costo: 400 pesos por hombre para cubrir una semana con sus días y sus noches, más algún plus los días feriados. Nadie quiere hacer mención a la identidad de este Pedro que difunde los rumores, pero quedan pocas dudas sobre a quién beneficia.
Los rumores tienen sus ritmos. Hay murmullos que se sostienen durante todas las semanas, que corren de local en local como un llamado de tambores. Cualquier grupo de más de diez personas sirve para que por la avenida Crovara –la “zona caliente”, según el titular de la Federación de Empresarios de La Matanza, Emilio Majori– circule el temor como una corriente eléctrica y sorpresivamente se suelten las cortinas metálicas que sellan los negocios. “No sé si está bien o está mal lo que hacemos, pero bueno, tenemos nuestras armas y pagamos por más seguridad para no quedar desprotegidos. Entre todos el costo se hace más liviano.” Hugo Díaz es pragmático. Dice que es consciente de que los impuestos que abona deberían ser suficientes para que el Estado les provea seguridad, pero es ese potencial el que lo obliga a tomar otras decisiones. “Uno no se puede descuidar porque así pasan las cosas. Además fue un acuerdo, el monto que pagamos lo consensuamos con los comisarios en una reunión, no es que ellos nos hayan impuesto una tarifa”, dice Guillermo Cenci, presidente del Centro de comerciantes de San Alberto, también sobre avenida Crovara.
El flujo de murmuraciones tuvo su pico los últimos días de marzo, entonces algunos comerciantes tuvieron tanta fe que, como los cazadores de la leyenda de Pedro, no esperaron ninguna certeza para vaciar de mercadería los locales. “Antes de la Semana Santa nos reunimos con los comisarios de Ciudad Evita e Isidro Casanova para ver cómo estaban pertrechados. Nos ofrecimos a comprarles balas, por las dudas, ellos siempre están diciendo que no hay plata ni para eso.” El ofrecimiento fue amablemente rechazado, pero en esa semana el ritmo de los rumores se hizo denso como una pared. “Es una fecha histórica”, dice Hugo Díaz, tal vez recordando 1987. Y una oportunidad para facturar el doble por la acumulación de feriados. “Es lógico que se quiera cobrar más, a nadie le gusta trabajar un feriado”, concluye Díaz, del otro lado del mostrador de su local de artículos del hogar.
Hay unos pocos datos que tranquilizan a los comerciantes de La Matanza. Las imágenes de la policía cordobesa enfrentando a los vecinos del barrio Comercial, que después de pedir comida decidieron tomarla de un camión cargado de alimentos, es uno de esos datos. Porque eso es lo que comerciantes, reunidos en 17 centros que los agrupan en todo el distrito, quieren: una policía que tome la iniciativa ante cualquier tumulto. “La tranquilidad está dada porque hay una acción conjunta entre los titulares de los negocios y la departamental de La Matanza. Y ahora se pudo ver que hay una decisión personal y un mandato de no quedarse con los brazos cruzados como sucedió en diciembre. El Viernes Santo se los vio actuar en Camino de Cintura y en otros puntos. Además saben que si actuamos nosotros sería una sangría, para algo se han comprado las armas”, dice Majori, panadero industrial.
“Yo quisiera que viniera (Carlos) Ruckauf y explique qué es lo que pasó en diciembre, porque a mí me lo dijeron personalmente los comisarios queno se podía actuar. Me lo dijo el jefe de la departamental de La Matanza, el comisario general Pérez, y ellos cumplen órdenes.” Cenci, legítimo titular de armas de guerra y dueño de una ferretería sobre la avenida Crovara que se salvó de los saqueos porque él estuvo al frente de su local. “La demanda de armas fue impresionante desde diciembre, ahora lo que se busca es la Itaka con balas de goma, para evitar que se derrame sangre”, dice. La Itaka es más económica que una pistola de mano. Díaz compró la primera a 300 pesos y la segunda a 800.
En La Matanza la pregunta sobre lo que está bien o lo que está mal se repite en boca de los comerciantes pero ninguno intenta responderla. Es un hecho que hay que pagar la policía adicional y son un hecho también las prácticas de tiro a las que se acostumbraron. “Se pueden hacer en Lomas de Zamora, en Haedo, en Morón, uno paga un canon y aprende a disparar”, dice Cenci. “Lo bueno es que durante la Semana Santa la policía cumplió lo que prometió, hasta la gendarmería anduvo por la zona patrullando. Si antes tenías tres patrulleros en Crovara, esos días hubo diez”, agrega. Pasado el “pico de tensión” de los últimos días de marzo, los comerciantes respiraron profundo aunque nunca llegan a aflojarse, siempre hay alguien que echa a rodar el miedo representado en lo que llaman “merodeadores”. Y sí, “esta puede ser una guerra de pobres contra pobres –dice Majori–, ya lo sabemos. Unos que no pueden cubrir sus necesidades naturales y nosotros que no tenemos por qué solucionarles sus problemas; tenemos muchos y no nos corresponde. Vivimos tensionados porque sabemos que la situación social se ha agravado en lugar de mejorar, qué vamos a hacer”. Por ahora, según el consenso, lo que hay que hacer es seguir guardando armas “hasta abajo de las baldosas” y pagar el diezmo necesario para contar con aquel vigilante de la esquina.