SOCIEDAD
Cuatro policías acusados de matar a golpes a un hombre en Santa Cruz
La familia de la víctima abrió el cajón, sacó fotos y las mostró por TV. Luego aparecieron testigos de un castigo brutal.
A veces, cuando la muerte sobreviene sin aviso, para los deudos, ver el cadáver es el comienzo de la verdad sobre ese final. Si además el finado dormía en un calabozo cuando falleció, un ataúd cerrado resulta un alerta de que lo que se oculta podría ser un crimen. Por eso el día que velaron a Ricardo Almirón, un albañil de Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz, sus familiares se negaron a llorarlo a cajón cerrado, como había aconsejado la policía. Entre cinco hombres abrieron el féretro, quitaron el velo del rostro amoratado, y sacaron el cuerpo para desnudarlo y comprobar que la violencia había dejado marcas. Como entrenados a pesar de la distancia que los separa de los grandes centros suburbanos donde el gatillo fácil es vida cotidiana, también decidieron producir pruebas: tomaron 13 fotos del cuerpo. Luego las imágenes fueron trasmitidas en un canal local. Fue suficiente para que aparecieran los testigos que habían visto cómo cuatro policías molieron a patadas y puñetazos a Almirón, un vecino tan conocido como cualquiera en ese pueblo en el que ahora no dejan vivir en paz a los policías sospechosos escrachándolos “hasta cuando se bajan del auto para comprar cigarros”. Ayer hubo una marcha de 500 personas que dejaron carteles pidiendo justicia en las puertas de la comisaría del pueblo.
Esta historia de policías golpeadores en un pueblo patagónico de cinco mil habitantes donde el viento sopla doblando hasta las voluntades comenzó el miércoles 3 de abril. Esa noche, como a las nueve y media, según contó la propietaria del bar San Julián, a tres cuadras del centro, Ricardo Almirón llegó a tomarse unas cervezas y charlar un poco en la barra. Se le fue la hora de la cena en hablar de su madre combatiendo un cáncer avanzado en Río Gallegos. Cuando eran las 0.30, salió montado en su bicicleta, sin bamboleos, lúcido a pesar de los tragos, hacia la casa donde vivía con su hermana –tucumana como él–, su cuñado, Raúl Verón y sus sobrinas. Nunca llegaría. A dos cuadras de allí, por el llamado de un vecino que lo vio sentado en el cordón de la vereda, lo detuvo la policía. En un galpón de venta de materiales fue que le dieron la pateadura que ahora es para sus familiares el verdadero motivo de su muerte. Según los médicos, a Almirón lo afectó una “bronco aspiración producida por un derrame gástrico”, que en criollo sería un ahogo producido por un vómito sanguíneo, producto de una herida interna.
Al menos así lo describe Raúl Verón, el cuñado de Almirón, su amigo, director de Acción Social del municipio de Puerto San Julián, y a la sazón, efectivo investigador del crimen. Fue Verón quien primero advirtió que había algo escondido en el ataúd. “Abrí la tapa de madera y vi que la chapa de zinc no estaba todavía soldada. La saqué. En la cara tenía varios golpes.” Cerró nuevamente el cajón y ordenó que los empleados de la funeraria sellaran la urna a las 11 de la noche. A esa hora, con otros cinco hombres, en un cuarto que es depósito de ataúdes, sacaron el cadáver del cajón y lo revisaron. “Tenía lesiones en los riñones, raspones en los laterales del torso, en el brazo izquierdo, un hematoma en la zona hepática, abajo del ojo derecho, en el pómulo izquierdo, la boca hinchada y la nariz como partida”, describe Verón a Página/12. Demasiado, para Raúl y para los otros testigos, como para no sospechar que Almirón había muerto a golpes. Eso es lo que sospechan. Aunque al no ser parte en la causa judicial que investiga la jueza Luisa Lutri aún no tengan información sobre el resultado de la autopsia.
Claro que a veces no es sólo una pericia la que determina el destino de una investigación. Las fotografías tomadas al cadáver fueron divulgadas en uno de los dos canales de Puerto San Julián, Universal Video Cable. Son tan fuertes (este diario decidió no publicarlas) que produjeron un impacto impensado en los sanjulianenses, pero sobre todo en aquellos que habían visto las escenas de la golpiza. Solos, por teléfono, por mensajeros, se fueron comunicando con la familia de Ricardo Almirón. Ya son seis las personas que contaron ante una cámara de video –las grabaciones ya fueronofrecidas al fiscal Piedrabuena– que dos policías bajaron de una camioneta de la Policía de Santa Cruz para agarrar a patadas y trompadas a Almirón en la calle Berutti. Y que otros dos uniformados de los que patrullan las calles del pueblo llegaron para sumarse a la faena en un móvil VW Senda. “Veinte minutos estuvieron pegándole, y después lo arrastraron de los pies por el piso, para tirarlo atrás de la camioneta, donde le seguían dando”, dijo uno de los testigos.
Almirón fue de allí a la comisaría y luego, más tarde, lo llevaron al hospital a una revisación médica. Pero el médico que lo atendió no lo revisó, contaron las enfermeras en un sumario interno iniciado a raíz del caso, y solo escribió en un certificado que tenía un corte en un lóbulo. “A este borracho ni lo revisés y dale algo para que pase toda la noche sin joder”, dicen que le dijo el policía que lo llevó. Obediente, el profesional le dio un calmante. Lo regresaron a la seccional y lo metieron en un calabozo. Al día siguiente, cuando debían tomarle declaración, Almirón ya estaba muerto. A su hermana, en la comisaría, le negaron toda la mañana que había ocurrido algo. Recién al mediodía le reconocieron que había fallecido y que el cuerpo se lo entregarían al día siguiente. A 11 días aún no hay noticias de medidas adoptadas por la Policía de Santa Cruz, y ayer cuando Página/12 entrevistaba a los familiares los mismos policías sospechados del crimen patrullaban las calles de San Julián como siempre. Claro que ya lo hacen con cierto cuidado. En la calle les gritan “asesino”, y se lo hacen saber a sus hijos, en la escuela. “Esto es el resultado de mucho tiempo de apremios ilegales, de otras golpizas, de oficialitos jóvenes que salen mal enseñados y para hacerse los machos pegan, aunque en el pueblo uno pueda salir a la calle y dejar todo abierto, pegan por pegar”, dice Verón, un hombre que además durante siete años supo ser policía.