SOCIEDAD › DIALOGO CON EL SOCIOLOGO FRANCES ALAIN TOURAINE

“Ya estamos en una sociedad de mujeres”

Cerca de los ochenta años, Alain Touraine parece dispuesto a volver a empezar. Su nuevo libro, que se presentará en enero, ofrece una nueva mirada del mundo, donde lo “social” deja paso a lo “individual”. En ese proceso, el sociólogo francés más conectado con América latina pone el acento en el lugar que ya ocupan y seguirán ocupando las mujeres.

 Por Sandra Chaher

Por Margarita Cea Barrios

A sus 79 años, al sociólogo francés Alain Touraine se lo ve ágil, atento, curioso, en su enésima visita a Chile. No sólo por el cuerpo atlético que lo sustenta sino porque durante los últimos años ha cambiado los paradigmas con los que inició su carrera escribiendo sobre los grandes movimientos políticos y sociales. Para él su tarea sigue siendo comprender el mundo en que vivimos y, la de hoy, reconocer la desorientación de las ciencias sociales para entender y explicar el mundo globalizado.
Para el ex director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Políticas de París ya está claro que hoy lo que existe son sociedades desestructuradas y desocializadas. Explica que quizá la idea de sociedad no haya desaparecido del todo, pero que existe de la peor manera. “Hay que aceptar la desaparición de todo vínculo social, ya que actualmente la sociedad tiende hacia una homogeneización que trata de eliminar cualquier resquicio de identidad.”
–¿Y qué queda del concepto de cohesión social?
–No nos queda más que las personas recuperen el sentimiento de tener un proyecto personal, que les permita reconstruir sus experiencias como parte de algo integrado, cultural y socialmente. Durante tres siglos, digamos, hemos hablado de lo social en términos políticos, la paz, la guerra, porque el problema era la creación del Estado. Después tuvimos enfoques económico-sociales: lucha de clases, sindicatos, explotación, lucha social, riqueza, estratificación social. Entonces, desde mi punto de vista, eso desaparece y es a lo que llamo el fin de lo social. Hemos pasado, sin darnos cuenta, de un discurso, de un lenguaje social, a un lenguaje cultural. Se hablaba de trabajo, de capital, ahora se habla de ecología, de mujeres, de género, de sexo, de minorías. Todos estos temas tienen algo en común: son culturales. La explicación más sencilla es que pasamos de una sociedad industrial, en la cual la sociedad de masas existía solamente en el nivel de la producción, a una sociedad en la cual hay masificación en el consumo, en la comunicación en todas partes. De tal manera que nos encontramos transformados no solamente en nuestros instrumentos, lo que es social, sino en nuestras categorías, en nuestra manera de establecer nuestras relaciones, en nuestra sexualidad, en la vida, en la muerte.
–¿Qué ejemplos podría dar de esa observación?
–Es cosa de ver lo que se dice o escucha en un día, o tome usted lo que se habla en un Parlamento durante un año. Es impresionante constatar cómo, con globalización incluida, en los parlamentos de nuestros países ya no se habla mucho de economía. ¿De qué se habla? Diría que, desde hace ya bastantes años, de la concepción, de aborto, de fecundación asistida, de adopción, de eutanasia, de minoría culturales. Ahora se está discutiendo el derecho de los gays a casarse, a adoptar niños. Hablan casi solamente de problemas culturales.
–¿De la vida íntima de las personas?
–No solamente íntima, cultural. Yo diría que lo que era privado, a excepción de lo cultural, psicológico, se vuelve público. Venimos de una sociedad orientada hacia la conquista del mundo, con una visión hacia fuera. Eso hoy no sólo no le interesa a la gente sino que tiene miedo, o está por lo menos ambivalente, frente a eso que les ocurre a las personas en el mundo globalizado. Hoy la mirada es hacia dentro. Cómo construirse a sí mismo, cómo producirse a sí mismo, cómo conocerse, el psicoanálisis... Lo interesante es que el tema que prima hoy en los medios son los problemas personales. Estoy seguro de que la revista que usted lee habla de problemas personales mucho más que de problemas políticos internacionales.
–En A la búsqueda de sí mismo... usted señala que los pensadores más influyentes del último siglo han sido Nietzsche y Freud.
–Sí, tal vez hace quince años yo hubiera dicho solamente Nietzsche, porque intelectualmente Nietzsche es más potente. Freud fue influenciado por aquél pero, resulta obvio, Nietzsche es el más destructor de la sociedad, de la definición de lo social, del grupo. Y profundizó la idea de que estábamos entrando en otra cultura. Al parecer, yo soy el que mejor ha entendido eso.
–¿No le parece que ése es un enfoque que interesa más a mujeres?
–Es el movimiento hacia sí mismo. Y, de manera objetiva, si uno compara concretamente a las mujeres, ellas están más avanzadas en ello y los hombres están un poco atrasados. En realidad, están muy atrasados.
–Déme un ejemplo de cómo se comprueba esa percepción.
–He trabajado con grupos y he realizado muchas entrevistas. Con esto me refiero a que el cambio de paradigma no es sólo pasar de lo social a lo cultural, sino de lo hacia afuera a lo hacia adentro. ¿Y qué es este hacia adentro? El yo se vuelve autofundado, tal como la sociedad era autofundada, tal como la política era autofundada. Es decir, lo que me importa, lo que nos importa a todos, en un mundo de imágenes, en un mundo de acontecimientos, en un mundo de consumo, es que estamos fragmentados. Hoy, yo puedo ser muchas personas a la vez, un poco a lo Pirandello, seis personajes en mí. Y estoy tratando, al revés, de mantener mi identidad, de reflexionar sobre mí, de ser “él” o “ella”. Ahí no hay diferencia, la persona, el individuo, tiene como meta y finalidad afirmarse como ser singular, independiente. Quiere descubrirse como creador, expresamente creador.
–Pero, en términos del ser femenino, ¿cuál es la diferencia?
–Estamos viviendo la transformación de la situación de la mujer en el trabajo, de su independencia económica, en la vida sexual, una serie de cosas. Si se le pregunta a un grupo de mujeres por el éxito o el fracaso en sus vidas, para las mujeres no hay nada más importante que la vida de relación. Las mujeres viven en un mundo laboral en el cual están cambiando el vocabulario en todos sus enfoques; y los hombres están aprendiendo de ello, porque estamos ya en una sociedad de mujeres. Ellas tuvieron que aprender el lenguaje masculino y ahora todo el mundo tiene que aprender el lenguaje femenino, algo que los hombres no hacen con placer. Los hombres están tratando de reconstruir una versión masculina de ese lenguaje aunque aún mantienen el poder y la plata.
–Es decir, aún no han cambiado mucho las cosas.
–Pero las mujeres tienen ya dos cosas: la primera, tienen el sentido de la significación de las cosas. Las mujeres conocen lo que significa una cosa y, concretamente, han tomado la palabra. Por ejemplo, si yo reúno a diez hombres y diez mujeres para que hablen de la relación hombre-mujer, los hombres no dicen nada; las mujeres hablan. Eso es impresionante.
—¿Cómo proyecta esos cambios en las relaciones?
–Mire, se espera una igualdad entre hombres y mujeres de una manera muy elemental. Yo también creí, durante mucho tiempo, que había que buscar la igualdad y ahora estoy muy lejos de eso. Yo creo que hemos vivido en una sociedad dominada por los hombres durante mil años y que ahora estamos entrando por mil años en una sociedad de mujeres. Tanto creo eso que mi próximo libro se llamará Una sociedad de mujeres. Las mujeres, de manera muy consciente, porque lo que digo no tiene razón si no es consciente, se definen como los agentes de la recomposición y se definen siempre en términos de combinación. Yo repito continuamente la historia de un estudio italiano reciente con hombres y mujeres jóvenes de entre 15 y 21 años. La encuestadora o encuestador hace la siguiente pregunta a una mujer: ¿En su vida adulta, a cuál le da prioridad, a la vida profesional o a la vida personal? Respuesta de las mujeres: “¿Podría repetir su pregunta?, no le entendí bien?”. Le repiten la pregunta aunque habían entendido muy bien. La respuesta: “Pero ambas cosas”, por lo menos dos cosas, tal vez tres o tal vez cuatro. Para ellas lo mejor es mantener las dos cosas juntas.
–¿Y qué contestaban los hombres?
–Los hombres contestan: yo no puedo hacer eso, es una lástima pero yo tengo que trabajar. Lo que digo es que las mujeres se definen no por la idea de reemplazar al hombre en el poder, no por demostrar que pueden hacerlo, sino por el deber de recombinar las cosas. Por eso es que toda la evolución, como la importancia en la percepción social de la sexualidad, es mucho más hecha por mujeres que por hombres. Las mujeres no quieren decir “yo no me intereso más en la sexualidad, porque me interesan más las matemáticas y el éxito”. No, quieren ambas cosas.
–¿Cómo ve entonces al género masculino?
–Los hombres viven muchas veces una conciencia de contradicción. Se plantean que si quieren hacer una carrera tienen que trabajar hasta las diez de la noche, etc. Y, por otra parte, los hombres están de acuerdo con lo que dicen las mujeres, pero no lo han resuelto aún. Piense usted también en lo que implica que en la relación sexual el hombre penetra, el hombre domina, el hombre fecunda. Eso no significa nada si, por ejemplo, existe la posibilidad para las mujeres de una inseminación artificial o la posibilidad de tener niños sin ninguna relación con un hombre. Y si mira las estadísticas, el 80 por ciento de los divorcios son solicitados por las mujeres, y muchos de ellos relacionados con el aspecto sexual. A los hombres sólo les enseñan a mirarse a sí mismos.
–Queda la impresión de que no tiene una mirada positiva de su género.
–Es que estoy seguro de que es solamente a través de las mujeres que se entiende mejor. Es un mundo que me interesa, es tratar de entender más y más a través de la relación con mujeres. En una comida con mujeres ellas hablan de todo, de sus problemas personales, de lo que sucede en el mundo, todo mezclado. En una comida de hombres “quién lo soporta, no hablo nada”. Los hombres son un poco ciegos en este sentido.
–Se aburre usted con los hombres, entonces.
–Es que creo que soy mejor que la mayor parte de los hombres. Bueno, pero no se trata de mí, se trata de todo el mundo. Estoy seguro de que usted dedica tiempo a concentrarse, incluso a hacer, como se dice “vacío social”. Esto puede ser antimoderno o posmoderno, no importa. Hay un esfuerzo de orientación hacia dentro, no solamente para provecho personal sino también en función de que la persona está amenazada todo el tiempo, fragmentada, y está tratando de encontrar una identidad personal.
–Pero debe haber alguien con quien comparte o refrenda sus ideas.
–Diría que en el pensamiento social con Habermas; a un nivel más bajo, con el mundo de Anthony Giddens y con mi mundo. Mejor se lo contesto con un ejemplo del mundo del arte contemporáneo. Hace ya varios años, en una gran exposición que hubo sobre Picasso, Matisse dijo una frase magnífica: “Ustedes se preguntan lo que es el arte moderno: nosotros dos”.
–Con el panorama social que describe, ¿cómo ve el futuro?
–Hay que recomponer un mundo que se ha descompuesto. Lo contrario de la polarización, reconstruyendo la unidad de las categorías que están separadas. Por ejemplo, ir más allá de la oposición hombre y mujer, ir más allá de la oposición cuerpo-mente, ir más allá de la oposición desarrollado y subdesarrollado, etc. Incluso hay un montón de premisas más extremas que son las más interesantes, como los que plantean que hay que destruir las categorías hombre y mujer. Estamos viviendo en una sociedad en la cual la preocupación fundamental es reconstruir. Y para el futuro, la gran preocupación es evitar la catástrofe, evitar la ruptura, evitar la contradicción entre, no sé, la industria y el medio ambiente, el clima, la tierra, etc., la contradicción entre los ricos y los pobres.
–¿No le parecen inquietantes todos estos cambios?
–Me parece exactamente lo contrario. Prefiero entender que no entender. No quiero vivir de manera totalmente atrasada en un mundo que no entiendo. Creo que es una cosa muy interesante tener varias edades, ser hombre y mujer, joven y viejo... También esta globalización nos obliga a concentrarnos en el individuo, lo que aparece paradójico, pero no lo es.

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