SOCIEDAD
› AUTORIZAN UNA DONACION DE ORGANOS ENTRE AMIGOS
Un hígado, regalo del corazón
Adriana Vivier quería donar parte de su hígado a Mauro Dorado, pero no podía por no ser familiar. Planearon divorciarse de sus parejas y casarse. Pero un juez autorizó la operación.
› Por Alejandra Dandan
Al médico le pareció que la historia era parte de una película. Esas cuatro personas proponían un divorcio, nuevos casamientos y comenzar el trámite para el trasplante. La historia empezó en Brandsen cuando uno de los cuatro amigos, Mauro Dorado, supo que necesitaba un trasplante hepático. Ni su mujer ni sus trece hermanos estaban en condiciones de hacerlo. Por eso se lo ofreció una amiga del barrio. Ahora, Adriana Vivier está por convertirse en la primera donante no vincular judicialmente habilitada para un trasplante. El juez de Paz de Brandsen Francisco Mainero acaba de firmar una autorización de “excepción” después de estudiar la evolución acelerada de la enfermedad de Mauro, considerada letal en muy corto plazo. El fallo conocido ayer despertó ciertas críticas entre especialistas en ablaciones e implantes preocupados por los efectos que podría tener como antecedente en la comercializacion de órganos. Sin embargo para el Incucai la resolución del juez es limitada: “Está demostrando –dijeron sus voceros a Página/12– que técnica y jurídicamente esas maniobras en el país son inviables”.
La carrera para lograr el permiso judicial empezó en octubre, cuando sin quererlo, cada uno de los cuatro integrantes de esta historia quedó atrapado en una película de enredos.
Mauro Dorado ahora cumplió 27 años, es padre de tres hijas y empleado de la Panadería San Martín, uno de los comercios más grandes de Brandsen. En julio del año pasado comenzó a notar los primeros síntomas de una enfermedad mortal, de larga data en su familia. Tres años antes uno de sus hermanos había sido internado de urgencia en el Hospital Argerich con bajísimo peso, síntomas de entumecimiento del cuerpo e insensibilidad. Después de varios estudios los médicos detectaron una enfermedad con pocos antecedentes en el país, hepática, mortal y de trasmisión genética: amiloidosis crónica.
Omar, el hermano de Mauro, esperó dos años para conseguir un donante cadavérico. Durante ese lapso el hígado infectado continuó segregando las sustancias que terminaron paralizándolo. Cuando volvió al hospital, sus órganos estaban deteriorados y la opción de un trasplante inmediato no parecía poder revertirlo: “Una vez que la enfermedad se declara, el proceso de degradación es violento, veloz e irreversible”, le explicaron entonces a Mauro. Omar estuvo dos meses internado, soportó una operación de catorce horas, y treinta y tres horas después murió.
Todos los hermanos, incluso Mauro se hicieron estudios. Como estaba previsto, el virus apareció en todos ellos. Aunque los médicos no conocían demasiado sobre este tipo de enfermedad, aseguraban que comenzaba a manifestarse a los 25 años. Hasta julio, Mauro estuvo bien pero Jorge Trigo, el jefe del equipo médico del Argerich lo mantenía en estado de alerta. Mauro debía examinarse ante cualquier punzón en el dedo de un pie. Cuando llegaron los primeros síntomas Mauro pensó en la historia de espera de su hermano. El equipo médico lo incluía en la lista de espera para un trasplante. “En ese momento no sabíamos que existía la posibilidad de que un donante vivo pudiera darle un órgano: ¿cómo no se lo iba a dar?”, dice ahora su mujer, Maribel Piñero de 26 años. Entonces los médicos le propusieron convertirse en donante.
La historia hubiese terminado ahí si el grupo de sangre de Maribel hubiese sido compatible con la de su marido. Pero no. Por eso, ella cuando se subió al colectivo en el Argerich y se fue para Brandsen no podía dejar de buscar otras opciones. Pensó en todo: incluso en divorciarse. “Le digo a mi hermana –pensó–: si total sólo piden que sea la cónyuge: me separo, la pongo a ella en mi lugar y nadie se va a dar cuenta.” Esa tarde se cruzó con Adriana Vivier, la mujer de Miguel Angel Córdoba, otro de los panaderos del pueblo, amigo y compañero de trabajo de su marido.
“Era la segunda vez que veía a Miguel Angel pegarle trompadas a las paredes del baño: la primera había sido cuando murió su mamá, ahora estaba desesperado porque también perdía a su mejor amigo.” Eso tenía en lacabeza Adriana cuando se encontró a la mujer de Mauro. Maribel volvía del hospital con los resultados de compatibilidad rechazada. Adriana dijo sólo una cosa:
–Me caso yo.
–¿¿Cómo vos??
–Sí me caso: las dos nos divorciamos, me caso con Mauro y le doy mi hígado.
La idea no era fácil. Miguel Angel no pudo negarse, simplemente, dice ella ahora, porque la decisión ya estaba tomada. Mauro tampoco se negó pero el tema fue más difícil de resolver con el juez y los médicos. “El juez no entendía nada pero cuando nos vio tan decididos se conmovió.” Mainero buscó antecedentes para permitir la donación de “no familiares” y encontró que una de las cláusulas de la ley de trasplante parecía habilitarla (ver aparte). De todos modos, hacían falta pruebas para eliminar sospechas vinculadas al mercado de órganos. La decisión fue examinada por un perito judicial, un psiquiatra y una trabajadora social. Mientras tanto, comenzaron los exámenes para el trasplante que no sólo será doble sino triple.
Al cabo de las 14 horas de operación, Adriana se habrá quedado con el 40 por ciento de su hígado, el resto comenzará a regenerarse en el cuerpo de Mauro. Si todo marcha bien, en un año los dos hígados estarán trabajando en su capacidad máxima y también lo estará el del tercero: por el tipo de enfermedad, Mauro puede dar su hígado a una de las personas mayores de 75 años en lista de espera. Como su patología demora 25 años en despertar los médicos creen que su hígado puede seguir usándose.
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