Jueves, 26 de abril de 2007 | Hoy
“El Negro Sombra” fue sentenciado por el secuestro de Mirta Fernández en 2003. La mujer fue torturada en su cautiverio y sufrió la amputación de medio dedo, que fue enviado a la familia. También fue condenado a la misma pena un cómplice. Un ex policía recibió 22 años.
El mítico delincuente Sergio Orlando Leiva, alias “El Negro Sombra”, fue condenado a 23 años de prisión por el secuestro de Mirta Fernández, una mujer que en 2003 fue “picaneada”, violada y a la que le cortaron un dedo durante sus 27 días de cautiverio. La misma pena de 23 años de cárcel recibió otro de los secuestradores, Horacio “Lala” López, mientras que el ex policía federal Juan Carlos Gómez, a quien la víctima denunció como su violador, fue condenado a 22 años de prisión.
El fallo fue dado a conocer ayer en Olivos por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de San Martín, que además absolvió a Mario Leopoldo Ibarra y a Angel Martínez, alias Víctor Valenzuela o “el Chileno Manolo”. La absolución de Martínez fue una sorpresa, ya que al declarar en el juicio, Fernández lo reconoció como la persona que la sacó de los pelos y a punta de FAL de su auto en el momento de la captura y como quien jugó con su mano y una tenaza el primer día de cautiverio para anunciarle que le iban a cortar un dedo.
Ibarra, en cambio, fue absuelto porque ni el fiscal de juicio, Marcelo García Berro, ni el abogado querellante, Jorge Cancio, lo habían acusado en sus alegatos por falta de pruebas. Para el resto de los imputados, García Berro había solicitado una pena de 22 años y Cancio, 25 años.
Los jueces Marta Milloc, Lucila Larrandart y Enrique Manson consideraron a los tres condenados como coautores del delito de secuestro extorsivo cuádruplemente calificado por haber obtenido un rescate, por ser cometido por tres o más personas, por las lesiones graves (la mutilación) ocasionadas a la víctima y por haber utilizado armas de fuego. En el caso de Gómez, se le consideró como un agravante el hecho de haber pertenecido a una fuerza de seguridad, ya que es un sargento retirado de la Policía Federal, pero le dieron un año menos porque confesó su participación y delató a miembros de la banda.
Mirta Fernández, que ahora tiene 35 años, escuchó el fallo acompañada y tomada de la mano por su hermana, su madre y su padre y en todo momento evitó el contacto con la prensa.
Al mediodía, en sus últimas palabras antes del veredicto, Leiva dijo que no era un “monstruo” y se declaró inocente al igual que López y Martínez. El único que admitió su participación en el hecho fue Gómez, quien dijo estar “realmente arrepentido”.
Mirta Fernández fue víctima del secuestro más aberrante que tuvo que sufrir una mujer. Fue capturada el 19 de agosto de 2003, cuando regresaba a su casa de Don Torcuato en una camioneta y la interceptaron tres autos y una moto con hombres armados con FAL que se tirotearon con un policía. Por su liberación, los secuestradores pidieron un millón de dólares y como primera prueba de vida enviaron a la familia un casete de audio con sus gritos mientras era “picaneada” en un pie con un cable enchufado a 220 voltios.
Si bien pasó un par de días en un primer sitio que no se pudo identificar, luego fue trasladada a la casa de Villa Elisa del ex policía Gómez, que fue su cuidador y, según denunció, la violó. El 7 de septiembre, la drogaron con un té y cuando se despertó se dio cuenta de que le habían amputado la primera falange del dedo meñique de la mano derecha. El dedo fue enviado a su familia junto a un video donde se la veía mutilada sobre la cama.
El padre de la víctima, ex capitalista del juego, finalmente pagó el rescate el 15 de septiembre arrojando 430 mil pesos desde un tren y al día siguiente Mirta fue liberada.
Los investigadores del caso dijeron en su momento a la prensa que Mirta había padecido el “Síndrome de Estocolmo” con su cuidador Gómez y que por ese motivo seguía hablando por teléfono con él luego de su liberación. Sin embargo, en el juicio, Fernández aclaró que eso era mentira y que si ella habló por teléfono con su violador fue por consejo de la Policía Federal, que gracias a su colaboración logró detenerlo mientras hablaba con ella.
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