Lunes, 5 de noviembre de 2007 | Hoy
Una asociación que trabaja en el sur del conurbano bonaerense busca entusiasmar con el retorno a quienes se vieron obligados a dejar el campo y terminaron hacinados en la ciudad.
Camina lento Gustavo. Con parsimonia. En realidad, el ritmo general de este joven de 29 años es así, a baja velocidad, como si fuera un hombre de campo. Tal vez sea una casualidad, pero pertenece a una organización llamada Servicios a la Cultura Popular (Sercupo), que desde el sur del conurbano pregona un cambio de orientación en el país, que convierta a las regiones rurales en lugares viables y atractivos para vivir y trabajar. De esa forma, “se reduciría el desequilibrio que produce la migración interna hacia los centros urbanos”, afirma, con su tranquilidad a cuestas. Lo dicho, tal vez haya una casualidad entre lo que enarbola y su forma de vivir, pero se parece mucho a la coherencia.
“La vuelta al campo” es la consigna de la agrupación, que funciona como una de las patas urbanas del Movimiento Nacional Campesino Indígena. Desde esa frase, subraya la importancia de recuperar la actividad rural como fuente importante de empleo en un país con la extensión de tierra que posee Argentina. Pero lo hace desde lugares como El Jagüel y Lomas de Zamora, en pleno Gran Buenos Aires. “Nuestro lugar de acción son las villas y los barrios pobres, porque es allí donde vive una gran parte de la gente que, por falta de oportunidades, viene desde las regiones rurales hacia Buenos Aires y queda en una situación precaria. Como consecuencia de ese movimiento, hoy más del 93 por ciento de nuestra población vive en las grandes ciudades y sus alrededores”, explica Gustavo, cuyo apellido es Vassallo.
Lo más fuerte de su trabajo se desarrolla en la localidad de El Jagüel, en el partido de Esteban Echeverría. En el barrio donde se ubica la sede de Sercupo, que está emplazada en la casa de Gisela, una de las integrantes, las cuadras de asfalto alternan con las de tierra. Donde falta el pavimento, la gente camina por las calles, y tiene la prioridad sobre el andar de los pocos autos que pasan. Mientras avanza, Gustavo no para de saludar vecinos. Se sabe el sobrenombre de todos. “Hay que recuperar la dignidad del campo, que acá en las ciudades y sus alrededores se pierde”, reflexiona.
Campamentos
Lejos de quedarse en el discurso, los integrantes de Sercupo pasan a la acción a partir de varias actividades. Una de ellas es la participación en los campamentos de jóvenes del Movimiento Nacional Campesino Indígena, que se realizan en campos de diferentes puntos del país. Se llaman Campamentos Latinoamericanos de Jóvenes, porque “más allá de que el núcleo de las organizaciones es argentino, participan agrupaciones como el MMC y el MTD de Brasil, el MST de Chile y otros compañeros de Paraguay y Uruguay”, enumera Vassallo.
En esas vivencias se acercan al trabajo rural, a modo de aprendizaje, con el objetivo de enseñarlo después y difundirlo en el conurbano. Y a los viajes intentan llevar a los integrantes más nuevos. Según Vassallo, “los chicos a los que llevamos vienen revolucionados después de conocer cómo es la vida en el campo, les abre el panorama”. “Eso sirve para empezar a concientizar a la gente de acá sobre la gran oportunidad que podría representar la vida fuera de las ciudades si los gobiernos se ocuparan de garantizar las condiciones”, reflexiona.
Si bien se trata de acciones con un fuerte componente lúdico, tienen una organización estructurada, siempre tras la idea de lo justo. “La agrupación que recibe al resto es la que se encarga de todas las cuestiones logísticas. Es como la anfitriona de la fiesta”, explican los chicos de Sercupo. Y agregan: “El año pasado, por ejemplo, nos tocó a los de Buenos Aires, ya que el campamento se llevó a cabo en Marcos Paz, y hubo que poner el hombro para que todo saliera bien”.
Para darles una utilidad completa a esas experiencias, la organización está dialogando con propietarios de campos ubicados en la zona donde termina el conurbano sur y empieza la provincia de Buenos Aires, con la meta de que les cedan al menos una hectárea “en la que podríamos realizar prácticas más abarcativas”, se entusiasman.
La ansiada reforma
A la hora de pensar en reclamos concretos para detener la continua migración hacia los centros urbanos, la “reforma agraria integral” aparece como uno de los fundamentales, y para Sercupo hay algunos puntos que no deberían faltar en esa transformación.
“La distribución entre la población de las tierras improductivas, a través de la expropiación, como se probó en Venezuela, es una cuestión primordial”, sostiene Gustavo, mostrando algo de fervor en el gesto. “Después viene un debate que a esta altura es indispensable: el del modelo sojero”, manifiesta.
Entre las organizaciones campesinas se generalizó un nombre para denominar el resultado que, para ellos, tendrá la soja si no se contiene su avance. “Desierto verde”, grafican cuando tienen que imaginar el futuro del país bajo este proyecto agrícola. “Se le dice así porque quienes buscan el beneficio inmediato que da la soja suman mucho a la despoblación del campo, ya que las hectáreas sembradas con soja necesitan muy pocos empleados para desarrollarse y ser cosechadas”, advierten en Sercupo.
El otro punto señalado como fundamental es “la detención de los desmontes, que nosotros la reclamamos no porque va a haber algunos árboles menos, como hacen las organizaciones ambientalistas –expresa Vassallo–. Eso es importante, pero como resultado de las talas indiscriminadas lo es mucho más que miles de familias de campesinos se quedan sin el hábitat donde vivieron siempre”.
Vassallo reconoce que “el trabajo de concientización de la importancia del trabajo rural recién está empezando”. Y entonces, el mientras tanto se convierte en fundamental para el movimiento, que más allá de la idea de fondo realiza tareas comunitarias en los barrios marginales donde trabaja. En la localidad de El Jagüel posee un comedor comunitario que se llama Los Gurises, donde le dan de almorzar y merendar a decenas de chicos sin recursos. Gustavo reflexiona que “la vuelta al campo es un trabajo de largo plazo, pero en el camino no nos podemos quedar quietos, porque aquí y ahora, en estos barrios, se puede hacer mucho para dignificar la vida”.
En el comedor, un arco de fútbol con el travesaño torcido domina la escena en la entrada. A un costado hay un desvencijado portón tipo tranquera –otra coincidencia con la ideología a favor del trabajo en el campo– y un poco más atrás, la construcción con techo de chapa donde comen los chicos. La tarde se empieza a hacer noche allí, y entonces los bichitos de luz titilan sobre la huerta.
“Esta plantación permite que a los pibes les podamos dar variedad de verduras, ya que en ella cosechamos acelga, zapallo, tomate y cebolla”, relata Verónica Lozano, otra integrante del movimiento. El resto de los alimentos que comen los chicos sale de donaciones voluntarias que hacen los vecinos del barrio. “Ahí te das cuenta de la bondad de la gente. Porque nadie tiene para darte un peso, pero no pasa semana sin que recibamos kilos de alimentos, que van llegando de a poco pero nos sirven para ayudar a más niños”, agrega Verónica.
Ese rectángulo de tierra que es la huerta representa bastante bien (en escala) los lugares del campo que el Sercupo aspira a recuperar como espacios laborales plenos. Hasta tiene unos espantapájaros, también más pequeños que los normales, que cuidan amenazantes el sembradío. Esos símiles de granjeros fueron confeccionados por los niños que concurren al comedor, algo que en la mente de Gustavo y sus compañeros aparece como una práctica para cuando esos chicos crezcan y tengan que espantar los pájaros de los campos donde trabajen.
Informe: Eugenio Martínez Ruhl.
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