SOCIEDAD › LOS GUARDIAS, ENTRE LA PREVENCION Y LA SANCION

Después del silbato, la boleta

Sólo hace falta pararse en la esquina de Florida y Diagonal Norte, una de las más transitadas o, mejor dicho, caminadas de la ciudad de Buenos Aires, para percibir la notable educación de los peatones porteños. Cientos de ellos olvidan su apuro por llegar al trabajo o a casa, hacen a un lado la urgencia por alcanzar aquella ventanilla donde realizarán ese trámite impostergable y hasta son capaces de aplazar la necesidad de encontrase con su ser amado para aguardar pacientemente que el semáforo los habilite a seguir adelante. Nada de adelantarse a correr sobre la senda peatonal antes de tiempo. Pero la confianza en el porteño apego a las normas se desvanece al tiempo que una señorita de uniforme color petróleo, una integrante de la Guardia Urbana, hace sonar un silbato y cuida que nadie baje del cordón. “¡Sobre la vereda por favoooooor!”, invita en voz alta y cordial a la vez, nunca un grito.

La de la advertencia es Lorena, una morocha que dice haber hecho su multa inaugural a un automovilista reacio a los cinturones de seguridad. “Lo primero que hacés es tratar de prevenir. Pero si les decís que se tienen que poner el cinturón y no lo tienen, bueh, qué vas hacer”, dice con la vergüenza de quien sabe estar marcando una falta en el otro.

Mientras en la vereda de enfrente su compañero ordena a los peatones para que no crucen en rojo, ella sigue explicando que por el momento los infractores respondieron positivamente a los nuevos poderes de los guardianes. “¿La gente? Por ahora bien, por suerte... Algunos se quejan, pero la mayoría no y se lo toma bien”, cuenta hasta que la interrumpen para preguntarle por qué más allá, para el lado de Carlos Pellegrini hay tanta policía. “Es que hay una manifestación”, responde a una curiosa que se va tranquila.

Idéntico cuidado por los que se trasladan de a pie se manifiesta en Corrientes y Pellegrini. Allí también se escuchan los silbatazos protectores. “Por favor, ¿puede subir a la vereda?”, le sugiere otra guardiana a un transeúnte. Portafolio en mano y de prolijo traje, el advertido mira hacia abajo, parece constatar que sí, que está en la calle, y entonces, una vez comprobada su falta vuelve hacia atrás, a resguardo de los vehículos.

La siguiente protegida estuvo más cerca del suicidio que del paseo. Quién sabe por qué, pisó decidida la senda peatonal de Corrientes con el rojo del semáforo brillando. La atenta guardia recurrió primero a su arma: el silbato, pero sin lograr una reacción de la mujer de paso firme. Con un movimiento ágil llegó hasta ella para tomarla por el hombro. “Señora, el semáforo”, le mostró. Un gesto de indiferencia fue la única respuesta a la persona que la salvó de un seguro accidente urbano.

Informe: Lucas Livchits.

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