LA TAREA DE DIFUSION CIENTIFICA DEL ESTADOUNIDENSE ROBERT HEILBRONER
Lección para economistas
Robert Heilbroner, autor de Vida y doctrina de los grandes economistas, falleció el miércoles pasado en Nueva York. Nació en 1919 en los EE.UU. y fue uno de los grandes historiadores del pensamiento económico.
Por Leonardo Moledo
Es posible que el gran público no tenga presente la figura del norteamericano Robert Heilbroner, que falleció el miércoles pasado a los 85 años, y si en algún caso oyó hablar de él, lo arrincona en el conjunto de los economistas del siglo XX, que escribieron obras más o menos esotéricas y muchas veces escatológicas. Pero no es así: Heilbroner, efectivamente, escribió montones de libros y fue uno de los historiadores de la economía más importantes del siglo XX. Sin embargo, su peso en el recuerdo quedará del lado de su trabajo en el terreno de la difusión y la popularización de la teoría económica y sobre todo, de la historia de la economía. Como Samuelson, o Galbraith, escribió para no economistas. Pero a diferencia de Samuelson o Galbraith, cuyo estilo suele ser muchas veces pesado y enredado con las truculencias de su disciplina, Heilbroner inventó una manera de escribir, de recrear una época, de comprender una teoría.
De toda su obra, probablemente, quedará grabada para siempre su Vida y Doctrina de los grandes economistas (Worldly Philosophers: The Lives, Times and Ideas of the Great Economic Thinkers), práctica e incomprensiblemente inconseguible en la Argentina (salvo en mesas de saldos por unos pocos pesos) que es, probablemente, una de las grandes obras del siglo XX, o por lo menos, una de las grandes obras de difusión científica e histórica del siglo pasado. De hecho, en todos los artículos que se están publicando en su honor se insiste en éste libro y no en los veinte que le siguieron. Allí, Heilbroner recorre, como si fuera un tren que atraviesa un paisaje sociocultural, el largo y escarpado trecho que va desde el siglo XVII y la aparición de los primeros titubeos de la economía de mercado, hasta el keynesianismo. Pero ese recorrido se produce con una fluidez tal, con una pluma tan amable y vigorosa, que verdaderamente los sistemas sociales y económicos se levantan ante los ojos del lector, con su colorido y su miseria, con sus buenas y malas intenciones, con la avaricia de los “empresarios ladrones” y la serena teorización de Keynes (sin olvidar sus travesuras en tanto integrante del grupo de Bloomsbury). En el magnífico capítulo sobre “El mundo brutal de Thorstein Veblen”, un retrato ciertamente magnífico, se puede leer: “Por ejemplo, en el año 1860, Cornelius Vanderbilt, genio fabuloso de la marina mercante y del comercio, descubrió que sus propios socios se habían confabulado contra sus intereses, cosa que no era raro que ocurriese. Y entonces les escribió esta carta: Señores: Ustedes han tratado de provocar mi ruina. Yo no los llevaré a los tribunales, porque los pleitos son largos. Los arruinaré. Sinceramente, Cornelius Vanderbilt. Y los arruinó. “para qué quiero yo recurrir a la ley? ¿No dispongo acaso del poder?”, preguntaba”.
O: “no fue únicamente en el desdén por los delicados procedimientos legales en lo que los norteamericanos dejaron atrás a sus contemporáneos europeos; cuando luchaban, no lo hacían con el delicado florete del caballero, sino con la llave inglesa del maleante (...) en el año 1881 Jay Gould, el implacable señor de los mercados de dinero se vio en la necesidad de enviar las órdenes a su corredor de bolsa por medio de un mensajero. Sus adversarios vieron en eso su oportunidad y no la desperdiciaron: secuestraron al muchacho y lo sustituyeron por otro que se le parecía físicamente. Por espacio de varias semanas tuvo Gould la desagradable sorpresa de ver que sus contrarios conocían por adelantado todas sus maniobras, sin que él se explicase de qué manera ocurría.”
Y así, y así: el capítulo sobre Marx y Engels reconstruye el horror de las condiciones de vida de la clase obrera inglesa en la primera mitad del siglo XIX, y en “El mundo económico victoriano y el bajo mundo de la economía” analiza el fenómeno del imperialismo, tal como se reflejaba no en la economía académica sino en la marginal; todo en el mismo tono.Heilbroner era partidario de la economía de mercado, amaba el mercado, y lo consideraba el mejor método de distribución y asignación de recursos que hubiera conocido la humanidad, aunque siempre adhirió a las posturas socialdemócratas. La posición será discutible, pero lo que no es discutible es su genialidad literaria, ni la grandeza de Vida y doctrina de los grandes economistas, cuya primera edición, aparecida en los ‘50, vendió más de cuatro millones de copias, y se convirtió en el segundo libro de economía más vendido de todos los tiempos (después de Economía, de Paul Samuelson). Fue libro de texto en las universidades y sigue siendo hoy, cincuenta años después, tan fresco e interesante como entonces.
Vaya, pues, esta despedida para el gran autor de un gran libro, que se puede leer y releer.