CONTADO
Con reserva
Por Marcelo Zlotogwiazda
Luego de las intensivas compras de diciembre pasado que acercaron el nivel de reservas a los 20.000 millones de dólares, en lo que va del año la intervención del Banco Central se ha moderado sobremanera. Por razones estacionales no hay tanta necesidad de sostener el dólar apuntalando la demanda, y por otra parte, el repunte inflacionario de diciembre y algunos atisbos remarcatorios durante enero generaron una actitud cautelosa en cuanto a la expansión de la cantidad de pesos que provoca la adquisición de reservas.
Pero así como muchos se preguntan cuánta es la cantidad de dinero máxima en circulación, compatible con una inflación anual de un dígito, casi nadie se pregunta cuál es la cantidad óptima de reservas. O, si no se pretende ser tan preciso, si conviene seguir acumulando dólares o, al revés, si lo mejor es darles un uso a las reservas eventualmente sobrantes.
Hablando del uso de reservas, es desopilante un artículo del cada vez más mediático economista estadounidense Nouriel Roubini, recomendándole irónicamente al gobierno de George Bush que venda todas sus reservas para financiar el monstruoso y creciente agujero fiscal (se lo puede leer en www.roubiniglobal.com).
Volviendo a un tono serio. ¿Qué uso dar a las reservas del BCRA? Dejando de lado formalidades de la Carta Orgánica y otras normas, se podría pensar, por ejemplo, en usar 3700 millones de dólares (menos del 20 por ciento del total) para repartir a razón de 400 dólares por familia tipo. Si alguien objeta que repartir poder adquisitivo en dólares es tan inflacionario como repartir el equivalente en pesos, una alternativa sería distribuirlo con la obligación de mantenerlo ilíquido. ¿Por qué no asegurando 100 dólares per cápita adicionales al momento de jubilarse (más la correspondiente rentabilidad que devengue)? Pero para llegar a ese tipo de disquisiciones, primero hay que responder si 20.000 millones de dólares es poco, mucho o suficiente.
Dos economistas del Fondo Monetario Internacional, Marco Espinosa Vega y Mercedes Vera Martín, se hicieron esa pregunta para el caso del vecino trasandino en un documento titulado ¿Son excesivas las reservas de divisas de Chile? Al momento de realizar el estudio, Chile tenía reservas por el equivalente al 22 por ciento de su Producto Interno Bruto, que era la proporción más elevada de América latina, donde el promedio ronda el 15 por ciento. En el documento establecen una serie de parámetros de suficiencia, que son básicamente los que cualquier entendido tomaría en cuenta. Aconsejan observar la relación entre reservas e importaciones, entre reservas y deuda a corto plazo, y entre reservas y cantidad de dinero.
Respecto a lo que sugieren como umbral para cada parámetro, la Argentina muestra resultados ambiguos. Los dos economistas señalan que las reservas deben ser por lo menos equivalentes a tres o cuatro meses de importaciones. Aquí no están lejos de cubrir un año entero. Es decir que tomando este criterio, sobrarían.
Lo mismo si se atiende a lo que sostienen para la relación reservas/cantidad de dinero. Se muestran conformes con lo que sucede en Chile, donde la cobertura es inferior a la que se registra en la Argentina. Aquí, las reservas superan la base monetaria y equivalen a aproximadamente el 60 por ciento del nivel de depósitos. Obsérvese que hay dólares como para reestablecer una régimen de Convertibilidad al actual tipo de cambio con ciento por ciento de respaldo de base monetaria en divisas. ¡Vade retro Satanás, que estás tan lejos!
Donde la tortilla se mezcla es en el tema deuda externa. Siguiendo con los consejos de Espinosa Vega y Vera Martín, las reservas deberían como mínimo igualar la deuda de corto plazo, una variable que en la Argentina es difícil de determinar hasta tanto no se conozcan los resultados del canje.Por ahora, sólo los intereses impagos sobrepasan el total de reservas. De todas maneras, cualquiera sea el resultado, es casi seguro que el nivel de endeudamiento que quede sea pesado tirando a insoportable.
Dado este panorama contradictorio, cuál es la respuesta a la pregunta sobre si sobran, faltan o si flotan en un nivel apropiado. Los dos economistas esbozan una metodología para establecer un único parámetro para utilizar como criterio, pero el esbozo es tan, pero tan vago que sirve de bastante poco.
No pretenderán, entonces, que si dos especialistas de una institución tan prestigiosa y tan poco falible terminan su paper sin responder de manera tajante la pregunta que ellos mismos se formulan referida a un país mucho más estable y previsible que la Argentina como lo es Chile, que desde aquí haya una respuesta precisa y contundente para el caso argentino. No obstante, la experiencia alcanza para por lo menos, encolumnarse con una de las máximas del sentido común: en caso de duda, más vale soso que fofo.