Domingo, 16 de enero de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Representantes
Nuestro sistema político establece el gobierno representativo, por el cual el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes. Ahora bien, en cada instante coexisten intereses muy diversos, desde los de aquellos muy bien posicionados económicamente, dueños de grandes propiedades y con vinculaciones con el resto del mundo, hasta aquellos pobres de solemnidad y cuya supervivencia depende de la caridad pública, sin dejar de contar a los niños y a los adolescentes, los que aún no son nada, pero lo serán todo. En cierto sentido, la propiedad es el pasado, el trabajo es el presente y el aprendizaje es el futuro. ¿A quién o a qué representan los representantes? El Senado (senatus: senectud) representa a la propiedad y sus titulares, los Diputados al trabajo, y los menores de edad carecen de representantes. A lo largo del siglo 20, por ejemplo, tuvieron curso favorable en la Cámara de Diputados ciertas iniciativas que promovían nuevos horizontes para la economía, pero que, en tanto conmovían a los intereses económicos establecidos, murieron en la Cámara de Senadores. En 1916 y 1917 el presidente de la Nación, doctor Hipólito Yrigoyen presentó al Congreso una serie de proyectos económicos y financieros, entre ellos, la creación de un Banco Agrícola, la Marina Mercante y la explotación de los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia. Fueron aprobados en Diputados, pero detenidos en Senadores. En 1923 el ingeniero Alejandro E. Bunge entregó al ministro de Hacienda, Rafael Herrera Vegas, un proyecto tendiente a sustituir el viejo esquema agroexportador –ya en visible desgaste– por un esquema industrial, basado en restringir con aranceles determinadas importaciones. El presidente Alvear se interesó y envió un proyecto al Parlamento, quien lo rechazó, motivando la renuncia de Herrera Vegas; el ministro que le sucedió, Víctor M. Molinas, hizo quemar los ejemplares del proyecto Bunge. En 1940, anticipando un posible desempleo en la Argentina a raíz de la guerra europea, Prebisch y su equipo elaboraron un proyecto de reactivación que contemplaba, entre otras medidas, un sustancial crecimiento de la industria de la construcción de viviendas populares. Presentado en el Senado por el ministro Pinedo, fue rechazado. Algún día, cuando alguien estudie por qué la Argentina no fue todo lo que pudo ser, deberá recordar a sus representantes.
Ganancia
Convengamos en que una empresa particular sólo puede desenvolverse si produce ganancia, y que ésta es la diferencia entre la masa de todos sus ingresos y la masa de todos sus gastos. La masa de sus ingresos se forma con la suma de todos los productos y servicios que vende, valuados cada cual por sus precios. Lo propio ocurre con la masa de sus gastos o egresos. Podría con simpleza decirse: para ganar más bastaría con subir el precio de aquello que se vende y bajar el de aquello que se compra. Pero el sistema económico en que estamos inmersos es uno de competencia empresarial, en el que ninguna empresa monopoliza la producción de un bien o servicio sino que está rodeada de otros productores de productos o servicios iguales o similares, anhelantes de arrebatarle su clientela, y que lo logran cuando ganan el favor de los compradores ofreciendo lo mismo o similar a menor precio. Naturalmente, el afán de ganancia lleva al empresario a no desear la competencia de otros productores, o a engañar al público persuadiéndolo de supuestas bondades de un producto que, en esencia, es igual a los otros. Ya Adam Smith, en 1776, advirtió esta tendencia al engaño y la limitación de la competencia: “en todas las ramas del comercio y de la fabricación, el interés de los comerciantes y fabricantes difiere siempre en algunos aspectos, e incluso llega a sercontrapuesto del interés público. A comerciantes y fabricantes interesa siempre ensanchar el mercado y reducir la competencia. Puede, frecuentemente, resultar del agrado del interés público ensanchar el mercado, pero el reducir la competencia siempre choca con ese interés y sólo puede servir para que los negociantes, elevando su ganancia por encima de la que naturalmente debería ser, impongan en provecho propio al resto de sus compatriotas un impuesto absurdo. Debe siempre escucharse con el mayor recelo, cualquier proyecto de ley o de ordenanza nuevas para el comercio que esa clase de personas proponga; no deberían adoptarse sino luego de un examen largo y cuidadoso, al que habría que dedicar una atención no sólo escrupulosa sino muy recelosa. Proceden esas propuestas de una clase de personas cuyo interés nunca coincide exactamente con el del público, de una clase de personas que tiene generalmente interés en engañar e incluso en oprimir al público, y que por ello lo ha engañado y oprimido, efectivamente, en muchas ocasiones”.
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