Domingo, 25 de agosto de 2013 | Hoy
LAS CONSECUENCIAS ECONóMICAS DE LOS DICHOS DEL PAPA FRANCISCO
Por Carlos Andujar *
Como institución social y terrenal, la Iglesia Católica ha estado ligada a las distintas estructuras de poder social, político y económico a lo largo de su historia. En el largo proceso de consolidación, como toda institución, ha desarrollado alianzas y creado y combatido enemigos internos y externos. Las Cruzadas, la conquista de América, la guerra de confesiones desatada por la Reforma protestante, la Inquisición, no son sólo ejemplos, sino que cada proceso fue definiéndola y constituyéndola en lo que hoy es. Sin embargo, la principal batalla que debió enfrentar fue contra otra institución que llegó para disputar espacios de poder, criterios de verdad y las reglas de la vida cotidiana del pueblo. Una institución que lenta pero inexorablemente, en un progresivo proceso de secularización, fue transformado una sociedad de fieles en una de ciudadanos: el Estado. No está de más decir que la conformación de los Estados-nación es sólo una cara de la moneda, la otra es la consolidación del capitalismo como sistema económico y las democracias liberales como sistemas políticos.
Como sucedió con la burguesía mercantil, la lucha temprana se convirtió en alianza más tarde. De todos los males había que optar por el más conveniente y, como recientemente escribió Emir Sader, secretario general de Clacso, el papa Juan Pablo II optó, en el marco de la Guerra Fría, por alinearse con Estados Unidos y Gran Bretaña, a través de la represión y el debilitamiento de la Teología de la Liberación que, con apoyo de Roma, podría haber “cristianizado” la Iglesia Católica.
Estos primeros meses del papa Francisco estuvieron signados por gestos de humildad, sencillez y cercanía con los fieles. Esa postura estuvo acompañada por un discurso que contiene frases como las que siguen: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”; “¡Cuánto daño hace la vida cómoda, cuánto daño hace el bienestar! El aburguesamiento del corazón nos paraliza”; “Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre. La ecología humana y la ecología medioambiental son inseparables”; “Debe exigirse la distribución de la riqueza”; “Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades”; “La deuda social exige la realización de la justicia social. Juntas, nos interpelan a todos los actores sociales, en particular al Estado, a la dirigencia política, al capital financiero, los empresarios, agropecuarios e industriales, sindicatos, las Iglesias y demás organizaciones sociales”.
Estas o las que el lector haya podido escuchar implican, si realmente tienen la intención de superar la esfera discursiva (de lo contrario sería perverso), que la Iglesia debe revitalizar aquellos valores que enseñaban y practicaban (y muchos curas villeros lo hacen ahora en soledad) los apóstoles de la Teología de la Liberación. Querer una Iglesia para los pobres, distribuir la riqueza o la justicia social implica elegir a favor de quién y en contra de quién se está. No se puede defender a los pobres y acompañar a quienes producen pobres. Esto es válido tanto para las perversas relaciones capitalistas dentro de un país como para las desiguales e injustas relaciones de dominación entre las naciones. ¿Se puede condenar la pobreza sin condenar las relaciones sociales de producción que la provocan? ¿Puede la Iglesia no estar apoyando a los gobiernos progresistas de América latina y el creciente rol del Estado que los caracteriza? ¿Cómo hará Francisco, si quiere hacerlo, para no caer en la falsa generosidad de los opresores (la que condena la pobreza pero mantiene la situación de opresión) de la que hablaba Paulo Freire? ¿Cuánto debemos esperar para que se pronuncie a favor de limitar la propiedad privada, las ganancias y la libertad de empresa en pos de la igualdad?
Dice Francisco: “Entre una Iglesia accidentada que sale a la calle y una Iglesia enferma de autorreferencialidad, no tengo ninguna duda: prefiero la primera”. Los oprimidos, los olvidados, los nadies de este mundo, la están esperando
* Docente UNLZ FCS
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