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Domingo, 25 de agosto de 2013

RECETA ORTODOXA PARA TENSIONES CON LOS PRECIOS

“Las metas de inflación”

 Por Andrés Asiain y Lorena Putero

Las modas no sólo tienen lugar en el mundo del espectáculo o de la indumentaria, también ejercen su influencia en terrenos tan distantes de esas esferas, como el de la política económica. Un ejemplo es la difusión dentro de las políticas monetarias de la denominadas “metas de inflación”. Planteada en trabajos académicos de universidades norteamericanas, implementada por las bancas centrales de países poderosos, llega a la Argentina como la última innovación en materia monetaria capaz de terminar con el endémico incremento de los precios. No es casual que candidatos de moda no pierdan la oportunidad de proclamar que adhieren a la política de “metas de inflación”, aunque dudosamente tenga alguna idea de lo que ello significa. Suena bien, entonces sirve para el marketing de campaña.

La política de metas de inflación es una regla de política monetaria que indica al Banco Central que suba la tasa de interés cuando la inflación se va por encima del nivel que se tiene como meta, y la baje cuando la inflación se encuentra por debajo de la meta. La justificación de esa regla parte de suponer que hay un nivel medio de crecimiento más allá del cual los precios se aceleran (la economía se recalienta) y, por debajo del cual la actividad se deprime y el desempleo se expande. Las subas y bajas de la tasa de interés impulsadas por la autoridad monetaria desestimulan o estimulan la inversión y el consumo financiados con créditos, manteniéndolos en un nivel compatible con un suave crecimiento sin tensión de precios.

Esa regla de política monetaria puede considerarse un avance frente al monetarismo más rancio, ya que abandona la pretensión de controlar la cantidad de dinero para abocarse a regular su costo: la tasa de interés. Sin embargo, su implementación puede afectar el buen desenvolvimiento de las economías, especialmente cuando la inflación no se debe a un sobrecalentamiento por exceso de gastos, sino a subas inerciales de precios y salarios que reciclan un shock de precios inicial (por ejemplo, un salto en el precio de los alimentos provocado por cortes de ruta y desabastecimiento). En ese caso, la suba de tasas de interés difícilmente reduzca la inflación y, por el contrario, podría acelerarla si los empresarios trasladan los mayores costos financieros a los precios.

En algunas economías, la suba de la tasa de interés impulsada bajo el esquema de metas de inflación, actúa atrayendo capitales especulativos de corto plazo que permiten abaratar el dólar y, por su intermedio, disminuir las presiones inflacionarias gracias al menor precio de los productos importados o exportables. Esa política tiene poco sentido en la Argentina actual, donde no hay acceso a capitales especulativos de corto plazo y el tipo de cambio real ya se encuentra en un nivel relativamente bajo –acompañado de restricciones a las importaciones que protegen la producción nacional–. Tal vez la suba de la tasa de interés, al hacer más atractivos los plazos fijos, podría tener algún impacto a la baja en el dólar paralelo, pero como ese dólar afecta muy pocos precios (propiedades y productos de contrabando), su efecto sobre la inflación sería insignificante

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