Domingo, 22 de diciembre de 2013 | Hoy
BAJAR EL GASTO PúBLICO Y MENOS ESTADO
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
Un amigo médico nos contó que cuando hacía guardias para una prepaga había un tal doctor Reyes que atendía los miércoles y a todo el mundo le recetaba un fármaco para los mocos llamado N-acetilcisteína, más conocido con un nombre de fantasía que comienza con A y termina con K. Nuestro amigo atendía los jueves y cuando entraba a una casa y veía en la mesa el frasquito preguntaba: “¿Llamó al médico ayer, vino el doctor Reyes?”, y no fallaba nunca. El remedio no hacía ni bien ni mal al paciente, pero a don Reyes le reportaba reintegros y alguna invitación a congresos y fiestas patrocinados por el laboratorio que lo comercializaba.
Algo similar sucede con los economistas ortodoxos, que ante los más variados problemas económicos siempre recetan lo mismo. Hay inflación, propondrán “reducir el gasto público para evitar la emisión inflacionaria, generando un clima de confianza que estimule la inversión privada”. Hay deflación, la solución será nuevamente “reducir el gasto público para brindar previsibilidad macro estimulando la inversión y el gasto privado”. La economía crece rápidamente, “hay que reducir el gasto público para evitar su sobrecalentamiento” y si crece poco “también hay reducir el gasto público para generar la confianza de los empresarios y los consumidores”. Faltan dólares, “hay que reducir el gasto público para que baje el riesgo país y vengan inversiones”, y cuando los verdes sobran se debe “bajar el gasto para compensar el impulso de demanda y liquidez proveniente del sector externo”.
La baja del gasto público, junto a otras políticas orientadas a una menor intromisión del Estado en la economía, es vendida a la sociedad como un “tónico que cura todo” problema económico. A cambio, el economista ortodoxo recibe diversos beneficios que le dispensan las corporaciones económicas que dominan los mercados y no quieren un Estado que se entrometa en sus negocios. Podrá acceder a una elevada remuneración mediante contrataciones de asesorías y variados puestos en las mismas corporaciones o en instituciones públicas o privadas, nacionales e internacionales, penetradas por el lobby empresarial. Construcción de prestigio gracias a invitaciones a congresos y programas televisivos auspiciados por las empresas. Títulos, menciones y publicaciones científicas que le facilita el aparato académico bajo influencia del poder corporativo para blindarlo de las críticas y acusaciones de econochanta de parte de sus colegas. Tantos beneficios a cambio de aprenderse una sola receta, ponerse un traje, fingir seriedad y hablar con tecnicismos, terminan por conformar una propuesta laboral difícil de resistir para aquellos economistas sin otra motivación profesional que su éxito individual.
A diferencia del fármaco recetado por el doctor Reyes, la receta ortodoxa tiene graves contraindicaciones, pudiendo derivar en un empobrecimiento masivo con elevado desempleo en las sociedades donde se aplica. Por ello, hay que prevenirse con una campaña de educación popular en temas económicos. La tarea no es tan difícil como se piensa, ya que, como señaló hace tiempo Raúl Scalabrini Ortiz: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros” (Bases para la Reconstrucción Nacional, 1965).
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