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Domingo, 2 de noviembre de 2003

BUENA MONEDA

Riesgo de acostumbrarse

 Por Alfredo Zaiat

Los profetas del Apocalipsis le vienen advirtiendo a Néstor Kirchner que sus elevados índices de popularidad irán decreciendo. Para amortiguar esa caída inevitable, aconsejan, el Gobierno debería asumir costos en medidas que no necesariamente serán simpáticas. Los más ortodoxos recomiendan “sincerar” la economía con la suba de tarifas, la reforma del sistema financiero vía más compensaciones a los bancos, la eliminación de retenciones y un mayor esfuerzo fiscal para aumentar el excedente y así rever la propuesta de quita a los acreedores en default. O sea, iniciativas que implican asignación de recursos para los grupos más concentrados y que, sostienen desde el Olimpo del saber indiscutido, serán señales para alentar un proceso de inversión del sector privado. Otros exegetas de los deseos de la sociedad apuntan que el Gobierno debe continuar con la política de gestos e iniciativas para satisfacer a una clase media angustiada por el miedo de ya no ser. Esos guiños van de arremeter con una estrategia de castigo a los piqueteros que cortan puentes y avenidas para que no molesten a automovilistas inquietos, pasando por la política de mostrar dureza ante los grupos económicos para después negociar, hasta la de adelantar que la primera movida en materia tributaria no será la de bajar el IVA, sino la de reducir el impuesto al cheque para aliviar cuentas. Una y otra estrategia, satisfacer aspiraciones de los sectores económicos más poderosos como la de responder a los ciclotímicos humores de la clase media, tienen sus riesgos.
Aunque muchos se resistan a aceptarlo, y es comprensible que así sea, el país es otro luego del estallido de la convertibilidad. O, mejor dicho, la crisis de los últimos años, la peor de la historia económica moderna de la Argentina, ha sido la resultante de una política de devastación de más de una década. Por lo tanto, las medidas de gobierno, si se pretende que sean exitosas, tienen que responder a la nueva realidad que surge del colapso, y no a la que quedó en el imaginario colectivo.
Poco o casi nulo margen tienen los grupos económicos privilegiados de las privatizaciones y la extranjerización de seguir con la lógica de rentas fáciles de los ‘90. Y, aunque les cuesta a muchos asumirlo, ha sido un agradable sueño de elevados costos el consumo de Primer Mundo de la clase media que hoy está empobrecida. Sería tropezar con la misma piedra buscar caminos para satisfacer los deseos de esos dos sectores sociales de recuperar lo perdido.
No en forma abierta pero sí indirecta, como con esa certeza de que Kirchner irá perdiendo popularidad, la comunidad de negocios y la clase media reflejada con sus miedos y pretensiones en la mayoría de los medios de comunicación aspiran a recuperar esos años dorados. Para ello resulta indispensable convencer y convencerse de que la mejora de ciertos indicadores económicos implica la resolución de la crisis. Y si lo peor ya pasó, entonces llegó el turno de restaurar el “orden natural de las cosas”.
Sin embargo, y pese a que se distribuyen informes que muestran una reactivación sostenida del consumo, la situación no está como en los días más terribles pero tampoco se está en presencia de un boom. Si bien los índices sociales más alarmantes se han reducido este año respecto del anterior, el riesgo se encuentra en naturalizar la violenta caída de ingresos y deterioro en la calidad de vida de la mayoría de la población fruto de la recesión 1998-2002 y el estallido de la fantasía del 1 a 1.
El peligro de acostumbrarse a un país de pobres es el que más acecha al Gobierno, influenciado por una opinión media que no quiere verse reflejada en esa sociedad de marginados. Lo que sucede es que de ilusiones vive pero no come el hombre. Si bien en este año hay un crecimiento del 7 por ciento en los niveles de consumo total de los hogares respecto de 2002, ese aumento se produce en un cuadro de extrema concentración de la estructura de ingresos de los hogares.
En un reciente documento de trabajo, los economistas Claudio Lozano y Tomás Raffo precisan, en base a la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, que los sectores altos y medios altos concentran más del 70 por ciento del incremento de ingresos verificado en el período octubre 2002-mayo 2003. “La otra cara de la moneda de esta concentración de la mejora de los ingresos la expresa el hecho de que los sectores pobres (el 60 por ciento de los hogares) sólo explican el 28,4 por ciento del incremento verificado”, concluyen Lozano-Raffo.
Los piqueteros, en última instancia, son el iceberg de una sociedad de excluidos que hoy está en condiciones de infraconsumo. El lanzado proceso de recomposición del nivel de actividad industrial y, por lo tanto, del consumo, debido a que ya se tocó el fondo de la crisis, y la previsible reactivación del crédito, no alterará el cuadro de marginación y cortes de avenidas si no se modifica ese patrón de distribución de ingresos.

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