Domingo, 14 de diciembre de 2003 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Viva México
A usted no le simpatiza su vecino, pero él tiene un cuadro que a usted
le encanta y usted querría poseer. ¿Le tiraría la puerta
abajo para descolgar el cuadro y salir corriendo con él? Ello podría
provocar una reacción tan violenta de su vecino que a usted le fuera
del todo imposible lograr su deseo. En lugar de acción directa, más
nos hubiera valido probar por una vía indirecta, la de la amistad. Acaso
el vecino nos regalase el cuadro, o lo permutase por otro objeto o nos lo vendiera
a precio muy cómodo. Veamos un caso: los EE.UU. son hoy un país-continente,
pero en sus inicios tenían una superficie muy pequeña. Hacia el
norte anexaron Alaska, su estado más vasto. Y hacia el sur fomentaron
primero la secesión e independencia de Texas respecto de México
(1836). Luego la anexaron (1845), añadiendo un territorio mayor al de
España. Ello provocó la guerra entre México y EE.UU. (1846-48),
que ganó EE.UU. Obligado a firmar la paz, México también
debió entregar Nuevo México, Alta California y Arizona. Además
del territorio, los EE.UU. codiciaron el petróleo de México, no
contentos con el de Texas. El presidente Elías Calles, viendo la seguridad
de su país amenazada por el tema del petróleo, expresó:
“Ojalá México no hubiera tenido nunca petróleo”.
El punto culminó al nacionalizar Lázaro Cárdenas las compañías
petroleras de capital extranjero. “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete
a él”, meditaron los EE.UU. Esa unión se consumó
en enero de 1994, al entrar México en el Nafta (Tratado de Libre Comercio),
con EE.UU. y Canadá. Ya se venía ejecutando un programa neoliberal,
con fuertes reformas estructurales y desprotección de actividades, que
marginó a gran parte de la población, creó descontento
social y la ocupación de poblaciones de Chiapas por el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional. Mal nacido, el Nafta pronto provocó
la crisis del Tequila, de la que México zafó con una “ayuda”
internacional de 50.000 millones de dólares, hipotecando en garantía
las divisas provenientes de la exportación de petróleo. Sometido
a un plan de ajuste del Fondo Monetario Internacional, que incluyó a
la industria petrolera, se incrementaron las tarifas de los servicios públicos,
cayó el salario real, se perdieron industrias, reemplazadas por la “maquila”,
lo que aumentó el desempleo y el empleo pecario. “Demasiado cerca
de Estados Unidos”, suelen repetir los mexicanos.
Economistas del
Imperio
No sólo la historia la escriben los que ganan sino que se escribe sobre
los que ganan. Los libros de economía están abarrotados de referencias
y comparaciones sobre los EE.UU. y casi ninguna alusión a los que perdieron
a causa de la expansión de dicho país, como México, Colombia
y otros países. Ya Adam Smith en 1776 se impresionaba por su acelerada
expansión, que entonces se manifestaba como el desplazamiento de una
frontera interior, desde el este hacia el oeste, consagrada por la obra del
historiador Turner. En Europa faltaba tierra y sobraban capital y trabajo, decía
Smith, mientras que en “nuestras colonias de América del Norte”
sobra tierra y faltan capital y trabajo. En Europa la renta de la tierra era
alta y bajos el salario y la ganancia, mientras en América ocurría
lo opuesto. Las migraciones de nuevos colonos y capitales del Viejo al Nuevo
Mundo, mejoraba el ingreso nacional tanto en el primero como en el segundo.
Nacidos como primera república burguesa en la historia, los EE.UU. ya
en el siglo XIX eran una potencia con instituciones capitalistas avanzadas.
Clément Juglar analizó el ciclo económico internacional,
según se transmitía entre Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
En el siglo XX gran parte de lo que pensaron y escribieron los economistas tenía
como referencia explícita o implícita a los EE.UU. Keynes, en
su Teoría General, se refiere a una economía cerrada, condición
que sólo cumplía el país del Norte. Los mayores economistas
del mundo en las décadas del treinta y cuarenta, docentes en la Universidad
de Harvard (centro clásico de formación de los hombres de Estado
americanos) se caracterizaban por haber destacado algún aspecto de la
organización económica norteamericana: Joseph A. Schumpeter (1883-1950),
austríaco, estudioso del empresario innovador; Gottfried Haberler (1900-95),
también austríaco, defensor del libre mercado y enemigo de los
sindicatos; Alvin Hansen (1887-1975), el “Keynes americano”, mentor
de Paul A. Samuelson –principal asesor económico del presidente
Kennedy–, elaboró la tesis del estancamiento secular, o insuficiencia
de la formación de capital (en relación al ahorro) debida a declinación
del crecimiento demográfico, fin de la frontera agrícola expansiva
y falta de avance tecnológico; y Edward H. Chamberlin (1899-1967), creador
de la teoría de la competencia monopólica.
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