Domingo, 28 de agosto de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
La bicicleta, desde ya, tiene un lugar ganado en la economía financiera, y también en los hábitos de transporte de algunos economistas, como John Hicks y Piero Sraffa. Este vehículo maravilloso, sin ruido, no contaminante, que no depende de las reservas de hidrocarburos, era en el pasado el máximo regalo para niños y adolescentes, e instrumento de placer y utilidad para adultos. Hoy es un síntoma de exclusión, y el ciclismo no deportivo es el compatible con una sociedad de pobres. El ciclismo empieza por la bicicleta, pero incluye al ciclista y al espacio de rodamiento. Las bicicletas del pasado estaban pintadas a fuego, de varios colores, con timbre, cambios y mecanismos de iluminación. Desaparecieron, en gran parte robadas, porque al no exigirse patente cualquiera podía arrebatarla a otro, con tal de exhibir la fuerza necesaria. Las bicicletas de hoy tienen valor mínimo, desprovistas de todo chiche o elemento de valor. En especial, la gran mayoría carece de todo elemento que permita distinguirlas de noche –un ojo de gato, una tira reflectante–. El ciclista de hoy es el laburante, que procura ahorrar los centavos del colectivo –lo que ha resucitado los furgones para bicis y las guarderías en la estación–. Se viste de negro o con ropa oscura, como hoy se usa. Su misma falta de recursos le impide tener una muda especial para la bici. Su desplazamiento tiene lugar en el mismo espacio que los “automóviles”, si así puede llamarse a las innumerables chatarras que circulan en el Gran Buenos Aires. De día no hay peligro. Pero es fácil imaginar una mezcla letal: de noche bici y ciclista son un bulto negro; una calle sin luz o mal iluminada y un auto-chatarra sin luces, que topa con un bulto negro, fácilmente se resuelve con la destrucción del bulto negro. Uno se pregunta por qué no usan una tirita reflectante en los pedales o ponen un timbre en el manubrio. Como no hay respuesta, se vuelve a preguntar ¿cuánto valoran su propia vida? Y se contesta: muy poco. Y por tanto, ¿cuánto valoran la vida de los demás? Se ha intentado ordenar el desplazamiento de ciclistas mediante bicisendas, construidas a expensas de los carriles de autos, es decir, convirtiendo a ciclistas y automovilistas en rivales por el espacio, en eventuales víctimas y victimarios. Las bicisendas, para seguridad del ciclista, deben construirse fuera de las calles, en espacios propios y separados.
Estos días, por boca del mismísimo Diego, concluyó la controversia sobre si el gol a los ingleses fue fruto o no de la hábil utilización de un recurso prohibido en el fútbol, o resultado de una intervención metafísica de poderes sobrenaturales. La atenta observación del video permite advertir el fugaz segundo en que ocurre. Mucho se festejó la picardía, no por apelar a un recurso prohibido, sino por haberlo hecho contra los ingleses. Pero todo no pasa de ser un episodio en una historia mucho más larga, en la que los ingleses, también a través de una mano extraña, le propinaron un gol tras otro a las demás naciones del mundo. Se trata de la “mano invisible” de Adam Smith. Con ella, Smith recomendaba una política de total libertad de acción para el empresario privado. Como en el video, si se observa atentamente, se verá que los actores que Smith tenía en mente eran los dueños de capitales, que la mano “invisible” era la de ellos, y sólo garantizaba que el ingreso nacional fuera alto, no repartido con equidad: “Del mismo modo que cada individuo trata, hasta donde está en su mano, de emplear su capital en el sostenimiento de la actividad o industria del propio país, encaminando su actividad hacia productos que pueden tener el mayor valor, también todos los individuos, en conjunto, se esfuerzan necesariamente por conseguir que los ingresos anuales de la sociedad sean lo mayores posible. Es cierto que, por lo general, nadie se propone fomentar el interés público, ni sabe hasta qué punto lo está fomentando. Al preferir dar apoyo a la industria del país más bien que a la extranjera, se propone únicamente buscar su propia seguridad; y encaminando esa actividad de manera que sus productos puedan ser del mayor valor, busca únicamente su propia ganancia, y en éste, como en muchos otros casos, una mano invisible lo lleva a fomentar una finalidad que no entraba en sus propósitos”. El gol de los ingleses fue expresado por Manoilescu: “Los británicos siempre remitían un ejemplar gratis de la Riqueza de las Naciones en cada fardo de bienes de algodón exportados a la India”. Argentina, aun después de publicarse la obra de Smith, sufrió varios goles de la “mano invisible” británica: el contrabando, el tráfico de esclavos, el empréstito Baring, la ocupación de Malvinas, la guerra con Paraguay, las inversiones del gobierno de Juárez Celman, el control de los medios de transporte, etc.
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