Domingo, 30 de abril de 2006 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
La historia de las empresas registra como un signo del paso de la empresa familiar a la sociedad anónima, el desdoblamiento de la propiedad y la gestión de las unidades productivas. Alfred Marshall (1842-1924), aunque graduado en una disciplina tan abstracta como la matemática, era un agudo observador de la realidad, y notó una suerte de ciclo vital de las empresas familiares, debido al traspaso de la propiedad y gestión a herederos menos animosos que los fundadores. “Cuando un hombre ha formado una gran empresa, sus descendientes suelen fracasar, no obstante su mejor posicionamiento, en adquirir las superiores capacidades y la especial disposición y temperamento que se requieren para continuarla con el mismo éxito. El mismo probablemente fue criado por padres de carácter severo y fuerte, y fue educado por la influencia personal de aquéllos y por la lucha contra las dificultades a temprana edad. Pero sus hijos, más si nacieron después de volverse rico, o en todo caso sus nietos, quizá quedaron buen tiempo al cuidado de servidores domésticos carentes de la misma fibra fuerte de aquellos padres bajo cuya influencia se educó. Y mientras la máxima ambición de aquél fue el éxito en los negocios, éstos probablemente estén no menos ansiosos de adquirir distinción social o académica. Cierto es que durante algún tiempo todo puede marchar bien. Los hijos encuentran una trama comercial firmemente establecida, y también lo que es quizá más importante, un cuerpo de subordinados con interés generoso en la empresa. Por simple aplicación reiterativa y prudente, contando con las tradiciones de la empresa, pueden mantenerse unidos por largo tiempo. Más cuando pasó una generación entera, cuando las viejas tradiciones dejan de ser una guía segura, y cuando se rompen los lazos que mantenían unido al antiguo staff, entonces la empresa se hace pedazos, a menos que la gestión de hecho se ceda a nuevos hombres que han ido subiendo hasta asociarse con la empresa. Pero a menudo los descendientes llegan a ello por un camino más corto. Optan por un ingreso abundante sin esfuerzo de su parte, y no ganar el doble mediante constante trabajo y afán; y venden la empresa a particulares o a una sociedad; o se convierten en socios pasivos; esto es, compartiendo riesgos y ganancias, sin tomar parte en la gestión: en todo caso, el control activo sobre el capital pasa a manos de hombres nuevos.”
Se ha ido una gran figura de la cultura argentina del último medio siglo, paradójicamente, cuando se celebra la Feria del Libro, la feria de la industria editorial, que tantísimo debe a los trabajos de don Gregorio. Pasarán muchos años y todavía se seguirán buscando y consultando las numerosas ediciones de El Pasado Argentino, publicadas bajo el sello de Solar/Hachette, como se siguen buscando las ediciones de La Cultura Argentina, otro gran legado del siglo XX. ¿Por qué recordarlo en esta sección? Porque nos honraba con la lectura de la misma, y con frecuencia nos daba el gran gusto de llamarnos y hacernos algún comentario. Por ejemplo, cuando se publicó Pueblos esquilmados, acerca de la tala del quebracho en Santiago del Estero y el consiguiente cambio ecológico en la región, llamó para expresar que estaba bien, ya que él era testigo de aquel proceso de destrucción. También nos ponía en contacto el pensamiento de grandes economistas argentinos: Manuel Belgrano, Mariano Fragueiro, Raúl Prebisch. Del primero editó Escritos económicos, en editorial Raigal, en los cincuenta. Yo usé mucho esa obra. Gregorio me comentó que se había limitado a reproducir los textos publicados en Papeles del Archivo de Belgrano, publicados por el Museo Mitre. Encontré que las dos primeras memorias tenían textos defectuosos, por haberse hecho a partir de copias manuscritas incorrectas, y los textos correctos fueron publicados por Página/12 en 1992. Cuando el golpe militar de 1966 hizo emigrar a muchos intelectuales a Chile, don Gregorio dirigió allí la edición de la Revista de la Cepal, y trató mucho a Prebisch. Dos décadas más tarde, ya fallecido Prebisch, la Fundación que llevaba su nombre encaró reunir sus publicaciones en la Argentina, hasta 1949. La recopilación de los trabajos se me encomendó a mí, y la edición de la obra –que se publicó gracias al apoyo de Javier González Fraga, como presidente del Banco Central– se puso en las mejores manos, las de Gregorio, que dirigió los aspectos editoriales de los cuatro tomos. Por último, nos veíamos en las reuniones del Instituto Nacional Belgrano, al cabo de las cuales lo acompañaba hasta su casa, en la calle Remedios de Escalada. La última vez fue el pasado 6 de abril, en que ya se sentía aquejado por varias dolencias. En el viaje me expresó su preocupación por el deterioro del lenguaje y costumbres de la juventud actual.
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