Domingo, 30 de abril de 2006 | Hoy
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Por Marcelo Zlotogwiazda
La semana pasada se informaba en esta columna que, medido correctamente, China ya es la segunda potencia mundial, y como casi todos suponen que va a continuar en la misma tendencia (por más medidas de enfriamiento que se adopten como la suba de la tasa de interés del jueves pasado), desplazará pronto a los Estados Unidos como primera potencia mundial. A simple vista puede sorprender, pero se comprende fácil teniendo en cuenta que el gigante asiático creció en el último cuarto de siglo a un promedio del 9,5 por ciento anual mientras Estados Unidos lo hizo a un ritmo de apenas 2,5 por ciento.
Por más que le falten unos años para que su Producto Bruto sea el más grande, China ya es número uno como locomotora de la economía mundial. Según datos sobriamente recopilados por la weblog birrayeconomia.blogspot.com, en los últimos años China explica un tercio del crecimiento mundial, una proporción similar del incremento en el consumo de petróleo y en el comercio internacional, y alrededor de dos tercios del aumento en la inversión fija mundial. Ya se ubica como tercer exportador, y será el más grande en eso antes aún de que su PBI desplace en algunos pocos años al de Estados Unidos.
China no sólo invierte domésticamente. Gracias a sus reservas de divisas descomunales está desplegando una clara estrategia de inversión en el extranjero para, entre otras cosas, garantizarse el abastecimiento directo de sus inagotables requerimientos de materias primas u otros insumos. Obviamente, un ejemplo es el petróleo, del que es el segundo consumidor mundial detrás de Estados Unidos: además de destinar cifras siderales al aumento de la producción local, su petrolera estatal está pisando fuerte en varios países que poseen grandes reservas. En estos días están firmando un importante acuerdo con Nigeria, por citar el caso más reciente.
Sus enormes excedentes también le permitieron convertirse en uno de los principales financistas del déficit de la por ahora primera potencia. Se calcula que guardan en sus reservas unos 200.000 millones de dólares en títulos emitidos por el Tesoro estadounidense. Y por supuesto no se quedan atrás invirtiendo en activos no financieros. Un ejemplo de cuantía menor pero de inmensa trascendencia política, es la proliferación de negocios chinos en Irán (con inversiones directas y como contratistas de grandes obras de construcción), lo que ha llevado a la diplomacia de Pekín a resistir las sanciones que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pretende imponer al gobierno iraní.
La semana pasada también señalábamos que la incidencia del fenómeno chino ha contribuido de forma determinante a mejorar significativamente los términos de intercambio (la relación entre los precios de lo que se exporta e importa) de la Argentina, básicamente por la presión de su demanda externa sobre productos que el país exporta, como soja y derivados, petróleo, cobre, acero, etc. Pero cabe observar que se trata de beneficios indirectos.
Por el contrario, el aprovechamiento directo que la Argentina está realizando del aluvión chino es decepcionante. En materia de inversiones productivas se ha avanzado poco y nada, al punto de que aquel ruidoso anuncio oficial sobre inversiones por 20.000 millones de dólares va a ser recordado como uno de los grandes bloopers de este gobierno. Ya se sabe que los tiempos de maduración de un emprendimiento chino son más lentos que la ansiedad de la contraparte, pero no hay siquiera una cantidad apreciable de negocios en gestación. Ni en el ámbito público ni en el sector privado.
Tampoco es satisfactoria la penetración en el mercado chino con productos made in Argentina. Si bien los datos difundidos el jueves último por el Indec muestran que en el primer trimestre del año las exportaciones se incrementaron un 71 por ciento respecto a igual período de 2005, el porcentaje aislado lleva a interpretaciones erradas. Por empezar, la base de comparación era muy pequeña, con lo cual aun después del señalado aumento, las ventas a China en el trimestre ascienden a 551 millones de dólares, que representan menos del 6 por ciento de todo lo que se exportó. Además, la facturación subió en parte por efecto de la revalorización de la mercadería que se les vende. Y, precisamente el tipo de bienes que se colocan en China constituye el tercer factor decepcionante. La mitad son productos primarios, y si se suman las manufacturas de origen agropecuario se llega al 80 por ciento.
Casualmente de paso por China como titular de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), el miércoles pasado el ex ministro de Economía José Luis Machinea recomendó a los países latinoamericanos “no limitarse a exportarle a China materias primas sino aprovechar la oportunidad para agregarle más valor y sobre todo más conocimiento a lo que se les vende”. Machinea dijo que “los trenes pasan, y uno debe tomar el tren correcto, sabiendo que no pasa todos los días”.
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