Domingo, 22 de octubre de 2006 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Se acepta generalmente, desde los estudios de Andreas Papandreou (La economía como ciencia, 1958), que la ciencia económica está constituida por dos tipos de entes: teorías y modelos abstractos. Los segundos son construcciones lógicas, a saber, un conjunto de premisas que se admiten sin probar su existencia (por ejemplo supongamos que hay libre competencia), ciertas reglas deductivas (usualmente algún tipo de matemática) y las inferencias a que conduce el razonamiento deductivo. Las primeras son modelos a los que se les añaden datos, para cierto tiempo y lugar, acerca de las magnitudes consideradas en los modelos, y que permiten probar si el modelo es aplicable a esas coordenadas concretas de espacio-tiempo. Los modelos no dependen en lo más mínimo de los datos de la realidad, sino, en todo caso, de qué premisas o supuestos se tomen como puntos de partida; todo lo que se deduce dentro de ellos es exacto, en la medida en que las reglas deductivas provengan de la matemática y el economista que efectúa la deducción no cometa errores en el uso de la matemática. En las teorías, en cambio, la utilización de los datos admite un amplio margen de discrecionalidad: los datos mismos suelen tener un margen mayor o menor de inexactitud; ciertos datos no están disponibles o nunca fueron obtenidos, por lo que deben aproximarse mediante otras magnitudes; algunos no son comparables con otros. Tampoco es raro el caso en que se eligen ciertos datos, mientras otros se desechan, por ajustarse mejor (o no, respectivamente) al modelo propuesto. Los enunciados de los modelos son formales, como los de cualquier construcción matemática, y como tal son necesariamente verdaderos, pero en un sentido formal o analítico. En tanto, los enunciados de las teorías son fácticos, dependientes de los datos que se hayan elegido, y su veracidad es, por consiguiente, fáctica o relativa. Qué tipo de ciencia predomine en una sociedad depende de qué inclinación predomine entre los científicos. “Hay mentes –decía Adolph Wagner– que tienden al razonamiento deductivo, a la exposición sistemática, a generalizar y dogmatizar; hay otras mentes más inclinadas a ‘lo histórico’, que recurren a la inducción, a la investigación histórica y estadística. Las segundas se inclinan al estudio especial, incluso al estudio microscópico; las primeras se inclinan al ordenamiento sistemático”.
Cuando los vientos soplan desde otro lado no sólo giran las veletas o aparece Mary Poppins, sino que se ven también afectadas las inclinaciones de científicos e intelectuales, ya militen en las ciencias del hombre, el pensamiento religioso o el arte. La crisis y el subsiguiente cambio no suele darse en una única disciplina, sino en varias (o todas) a la vez. Un caso famoso fue el cambio de tendencia operado en la ciencia económica hacia 1870. En grandes trazos, se pasó de la aceptación del enfoque histórico a su rechazo, del enfoque social y objetivo al individual y subjetivo: “Hubo un viraje general –dice Stark– del tipo intelectual de Mill y Schmoller hacia el de Menger y Jevons; de una tendencia alejada de los aspectos sociales y realistas de la vida, hacia los aspectos individualistas e idealistas. Fue una época de transición y la sorprendente transformación de la ciencia económica sólo reflejaba los profundos y decisivos cambios que estaban experimentando en ese tiempo todas las esferas de la cultura. La filosofía, la religión y el arte, los tres pasaron por una violenta crisis”. Uno de los focos de mayor brillo comenzaba a perfilarse en ese tiempo: Viena. Así fue descripta por Carl E. Schorske, en la obra Fin-de-siècle Vienna: “La Viena de fin de siglo, con sus temblores de desintegración social y política agudamente sentidos, mostraría ser uno de los más fértiles campos nutricios de la cultura ahistórica de nuestro siglo. Sus grandes innovadores intelectuales –en música y filosofía, en economía y arquitectura y, por supuesto, en psicoanálisis– rompieron todos, más o menos deliberadamente, sus ataduras con la perspectiva histórica, central para la cultura liberal del ochocentismo en que se habían formado”. En Economía, la escuela de Viena desechó el uso por la escuela clásica de datos de la sociedad –o arreglos de los mismos, como promedios o aproximaciones– por considerar que los datos eran mudables y no ofrecían una base firme en que asentar la ciencia. En cambio los rasgos psicofísicos de los individuos (como su necesidad de ciertos bienes, la utilidad de los mismos, etc.) sí eran inmutables. Así nació, al decir de Schumpeter, “otra economía, mucho más ‘pura’, que contiene claramente menos datos concretos y, por consiguiente, ofrece un número mucho menor de resultados prácticos y menos fácilmente expresables en fórmulas breves”.
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