Domingo, 7 de enero de 2007 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
La vida nos obliga a cada instante a elegir. Y lo que se elige depende de lo que se quiere. Pero no podemos decir “lo quiero todo”, como suelen expresar los infantes. Si no lo podemos todo, nos queda elegir lo que más queremos, lo que tampoco significa que aun reducido a ello, elegido entre todo lo querible, sea posible. Todo depende de que haya una variedad de cosas queribles o fines por alcanzar, que cada fin pueda ser valorado, y de los recursos con que contamos para alcanzar tales fines. Es necesario que haya más de un fin, pues en caso contrario no aparece ningún problema en la elección: sólo se trata de volcar los recursos (limitados) disponibles a la obtención de un único fin. También es necesario que los recursos puedan utilizarse en uno u otro fin, pues un recurso sólo apto para un fin determinado tampoco da cabida a un problema de elección. Tampoco un recurso no escaso, como el aire, origina dificultades en ninguna elección. Para un individuo, el recurso por excelencia es el dinero. Pero para un país o una región, los recursos pueden ser el volumen y calidad de su fuerza laboral, la extensión y fertilidad de su tierra, la existencia de capitales productivos, etc. De tal manera, el problema económico podría plantearse como una adecuación de recursos a fines. O bien, la asignación de recursos escasos y de uso alternativo a la obtención de fines múltiples valuados según una escala de preferencias. Este fue el planteo que desarrolló el profesor Lionel Robbins en su obra Naturaleza y significación de la ciencia económica, publicado en 1932. En la Argentina esta posición halló eco especialmente en el profesor de la UBA y la UCA Francisco Valsecchi, de quien precisamente el 22 de julio de este año se cumple el centenario de su nacimiento. En Qué es la economía (1959), Valsecchi expresaba: “Llamamos actividad económica a toda acción humana que modifica el conjunto de medios útiles y escasos a disposición de un sujeto (individuo o grupo social) para los fines de la vida”. Valsecchi sentía verdadera admiración por Robbins, como pudo verse cuando el economista inglés visitó Buenos Aires, invitado por la Bolsa de Comercio. Se aclara también que, en cuanto al individuo, entre sus recursos se cuenta el tiempo en el que transcurre su propia vida, y dentro del cual va realizando sus sucesivas elecciones. Esta limitación fue considerada por vez primera por H. Gossen, en 1854.
En el estudio de la elección se presupone que el individuo es un ser racional. Esto significa que tiene perfecta información de todas sus opciones posibles, que cada una de ellas tiene con cualquier otra una relación de “preferido a”, “menos preferido que”, o “indiferente a”, y que, puesto a elegir, optará por el conjunto de fines factibles que mejor satisfaga sus preferencias. En sus elecciones, claro, no siempre lo que se elige es satisfactorio en sí, sino un camino que al final lleva a la satisfacción. Bajando un poco a la realidad, las recientes festividades –incluyendo la de ayer, los Reyes Magos– muestran que muchos argentinos eligen quitarse la vida, mutilarse o dañar su mente. Es palmario que transitar en un vehículo dañado (automóviles sin luces delanteras o traseras o con equipos de GNC deteriorados, bicicletas sin frenos, timbre ni luces) no provoca por sí solo la muerte, pero que bajo circunstancias combinadas ella puede ser inevitable. Manipular pirotecnia puede ser inofensivo –es decir, no mutilar una mano o inhabilitar un ojo– pero no en una sociedad en la que estos artículos se fabrican truchos y compra-venden al por mayor. Beber alcohol o drogarse pueden no causar la muerte de quien lo practica, en tanto no salga a manejar en la ruta. Y tanto más si lo hace de noche, y más todavía si lo hace en un vehículo sin luces, posibilidad que se ha dado recientemente. En todos estos casos, en que la muerte, mutilación o daño cerebral ha sido el desenlace, el camino anterior fue una acción deliberada, realizada sin coacción alguna: comprar un auto-chatarra o una bici playera para andar en la ciudad, proveerse de pirotecnica, gastar en alcohol o droga. Debemos considerarlas elecciones racionales. Y no puede suponerse que los individuos desconozcan dichos siniestros como posibles resultados de sus elecciones racionales. ¿Es mejor pensar a la Argentina como país amante del riesgo, donde uno sale a la autopista y no sabe si vuelve a casa, o se queda en la ruta y no sabe si vendrán a socorrerlo? O mejor es decir que el país se volvió amante del riesgo. El caso más famoso de elección bajo riesgo es comprar un billete de lotería, en que la probabilidad de ganar el premio es casi cero. Y si se compara, en la presidencia de Pellegrini se prohibió el juego; hoy permiten los juegos de azar el gobierno nacional y las provincias, y lo fomentan ampliamente por radio y televisión.
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