Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
No es simple correlacionar la dotación de tierra con el desarrollo industrial. Adam Smith sostenía apodícticamente que en una economía, librada a sus fuerzas espontáneas, el desarrollo agrario debía preceder al industrial. En países densamente poblados, como los europeos, el desarrollo agrario siguió al crecimiento demográfico, y muchas veces perdió la carrera y resultó insuficiente para alimentar a todos. En países escasamente poblados, como la Argentina, el desarrollo agrario siguió a la demanda internacional. El enorme potencial argentino para generar saldos agropecuarios exportables permitió a los propietarios del suelo conseguir mejores precios exportando y con ello enriquecerse; y a los países importadores, considerar al suelo argentino como una virtual colonia agropecuaria de ultramar (“Inglaterra halló conveniente producir [su] trigo y [su] carne en la Argentina”: J. H. Williams, 1929). Pero lo que parecía interminable, con el tiempo alcanzó un límite. El área sembrada con trigo alcanzó un máximo relativo en 1917-1918 (siete millones de hectáreas). La existencia de vacunos, en igual lapso, se estacionó en 30 millones de cabezas. Entonces Alejandro E. Bunge, que algo sabía de interpretar estadísticas, y además era propietario de tierras, advirtió que el modelo agropecuario se había agotado, y el desarrollo económico debía continuar con un modelo industrial. En 1924 elaboró un plan para el presidente Marcelo T. de Alvear, cuyo ministro Rafael Herrera Vegas presentó al Congreso de la Nación. Pero el Parlamento, como en tiempos de Ricardo, representaba más al terrateniente que al industrial o al trabajador y rechazaba toda alteración de la patria agropecuaria. Rechazó, pues, el llamado proyecto Herrera Vegas, con lo que el ministro se vio obligado a renunciar, y con él Alejandro E. Bunge (su cargo, director general de Estadística, dependía del renunciante Herrera Vegas). Quien le sucedió, Raúl Prebisch, demostró que la especialización en exportaciones agropecuarias había sido un factor de subdesarrollo (Prebisch: 1949), y era sazón de adoptar la propuesta de Bunge: desarrollar la industria. Como muestra de lo que se hizo está YPF, la mayor empresa minero-industrial del país, entregada al capital extranjero, y el actual status de país sojero. ¿Ahora se viene el cambio? ¿Seguirá el país a remolque del mercado sojero?
¿Qué se proponía sobre industria hace 130 años? Entre los pensadores destacados, Vicente Fidel López distinguía entre pueblos industriales y productores de materia prima: “Un país que produce materias primas para mercados extranjeros marcha siempre al borde de su ruina. Cuando la industria nacional abastece su propio consumo con las elaboraciones de su propia materia prima, se halla libre de crisis”. VFL presentó su posición proteccionista en Revista del Río de la Plata (1871), en la Cámara de Diputados de la Nación (1873) y en la UBA (1874-6). El comercio internacional anexaba el suelo del país primario al del país manufacturero: “Abundantes de ciertas materias primas, no hemos hecho hasta ahora otra cosa con ellas que recogerlas y ofrecerlas al extranjero fabricante, en su estado primitivo: convirtiendo nuestro suelo en una parte adherente a la fábrica ajena”. López, diputado nacional, con Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle y Luis Lagos García, el 27/6/1873 presentaron con Sáenz Peña, Espeche, Rodríguez y Tello un proyecto garantizando por diez años el interés de los capitales que se aplicasen a elaborar varias materias primas. Su fundamentación en la Cámara fue una defensa del sistema proteccionista y una crítica del libre cambio, que inició un movimiento en el Congreso (en 1874/7) de defensa de la industria nacional, al que adhirieron Carlos Pellegrini, Rufino Varela, Lucio Mansilla, Miguel Cané y Dardo Rocha. José Antonio Terry en sus clases de finanzas (1892) decía: implantar un arancel protector sólo podía resolverse luego de considerar el estado del país. En una primera etapa, un país agroexportador debe importar sus manufacturas, y el librecambio se impone, como síntoma del estado económico. Sólo se producen materias primas: cueros, lanas, carne, maderas. No hay industria manufacturera que proteger, y no hay protección. En esta edad se necesita el artículo manufacturado extranjero, porque no se fabrica ni se pretende fabricar en el país. Al desarrollarse el país y manufacturar su propia materia prima, el gobierno debe auxiliar a una industria aún débil, para competir en pie de igualdad con fabricantes extranjeros. Francisco García Olano (1944) se identificó con el industrialismo del grupo Bunge: “Ningún país sin industria es grande; todo país esencialmente agrícola-ganadero no supera el estado semicolonial”.
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