Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
En su exposición durante la Conferencia Anual de la Unión Industrial Argentina, Felipe Solá difundió una serie de propuestas para un programa de desarrollo que “un economista le acercó a la presidenta electa Cristina Fernández de Kirchner”. Entre otras cosas, el gobernador leyó que ese economista considera que para definir un programa de desarrollo es conveniente contar con un país referente, y que el indicado es Australia. Solá contó que esa persona, a quien no identificó, está fuera del país y algunos especularon que era una pista falsa para encubrir a Martín Lousteau. Lo cierto es que el autor es Eugenio Díaz Bonilla, el representante argentino en el BID.
Australia no está nada mal como referente si se tiene en cuenta que su Producto Bruto per cápita roza los 40 mil dólares por año, multiplicando por ocho al de la Argentina, o que se trata del tercer país (detrás de Noruega e Islandia) en el ranking de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas, donde la Argentina ocupa el puesto 36º. En Australia no hay prácticamente pobreza, el desempleo es muy bajo, y la distribución del ingreso es muchísimo más igualitaria que la argentina. Acumulan diecisiete años consecutivos de crecimiento y no tienen problemas serios de inflación.
Si bien no se conocen los fundamentos que animan la idea de Díaz Bonilla, difícilmente hayan sido sólo los envidiables resultados australianos. Más bien habría que pensar que en la elección de país referente jugó como un factor determinante que Australia es un país con abundante tierra, escasa población y gran productor de materias primas, al igual que la Argentina.
El contraste entre esos dos países con un denominador común tan fuerte es un clásico del análisis económico comparado. Por ejemplo, el 2 de octubre de 2005 se publicó en esta sección una nota titulada “Argentalia” dando cuenta de un trabajo de Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum que se planteaba la siguiente pregunta: “¿Por qué la Argentina no igualó el desempeño económico de Australia cuando al menos hasta 1930 prometía hacerlo, y si ahora que no promete nada podría sorprendentemente hacerlo?”.
Las respuestas tal vez sirvan para entender por qué alguien miraría a Australia.
En términos muy resumidos, los autores del ensayo titulado Encuentro y desencuentro de dos primos lejanos explican que Australia sacó una ventaja abismal sobre la Argentina porque se industrializó y diversificó sus exportaciones bastante antes; porque empresarios y trabajadores “se acostumbraron a resolver sus conflictos bajo la tutela del Estado y a considerar la equidad distributiva como un atributo nacional”; porque su ubicación geográfica le permitió aprovechar a pleno el desarrollo japonés primero y luego el de los dragones y tigres asiáticos, vendiéndoles productos que no constituyen la base de su consumo popular, a diferencia de la Argentina que históricamente concentró sus exportaciones en granos y alimentos, con la consecuente tirantez entre el excedente externo y el poder de compra del salario.
Gerchunoff y Fajgelbaum sostienen que ahora es posible ser optimista respecto de que la Argentina se vaya encauzando en un sendero de aproximación al australiano. Entre otros motivos, uno clave es que la canasta de exportación del país ya no se superpone tanto con la canasta de consumo popular, sino que se apoya mucho más en commodities industriales de la siderurgia, la petroquímica y el aluminio, y en particular en productos del complejo sojero. Y en un mundo globalizado que acortó enormemente sus distancias, la influencia de China (y de Asia en general) en todo ese proceso no es sideralmente mayor en países cercanos como Australia que en lugares lejanos como la Argentina.
Casualmente, el próximo sábado hay elecciones en Australia y es interesante notar que a pesar del sostenido crecimiento y del alto standard de vida alcanzado, las encuestas anticipan una derrota del candidato de la coalición conservadora, John Howard, que gobierna el país desde 1996, y dan como triunfador al laborista Kevin Rudd, un experto en asuntos chinos, con doctorado incluido, que habla a la perfección mandarín. En la campaña la economía está en un tercer plano. Lo más parecido que se debate es la reforma laboral que entró en vigencia el año pasado y que liberalizó al extremo el mercado de trabajo. El laborismo basa su campaña en cuestiones tales como la promoción de energías alternativas para luchar contra el cambio climático, la disponibilidad de una computadora personal para todos los alumnos mayores de 13, el acceso a la banda ancha en las 9000 escuelas del país y el retiro de sus tropas de Irak. De economía prefiere no hablar, porque es un tópico donde gana la derecha. Una derecha que de todas maneras es muy probable que pierda pese a haber gobernado más de un decenio con prosperidad económica.
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