Domingo, 10 de agosto de 2003 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Natural-mente
La idea de un orden natural, perfecto e inmutable, fue tomada por los fisiócratas
franceses de la teología medieval, al parecer con el fin de dar sustento
a su prescripción de reducir la legislación positiva a un mínimo.
Cuenta la leyenda, en efecto, que Dupont de Nemours, convocado por la emperatriz
rusa para asesorar sobre cómo debía legislarse, le contestó:
“no legislar demasiado”. Todo lo que añadiese el hombre para
alterar un orden económico perfecto en sí mismo, sería
en perjuicio de la comunidad. Es claro que se estaban echando los cimientos
de lo que contemporáneamente llamamos “desregulación”
y “libre empresa”, fundamentos de las políticas neoliberales.
Desde entonces, a dos siglos y medio, los economistas han persistido en “descubrir”
o inventar categorías “naturales”, con el no siempre explicitado
objetivo de presentarlas como imposibles de alterar por ninguna acción
humana. Smith acuñó varias: precio natural, compuesto por el salario,
la renta y el beneficio “naturales”, y la libertad “natural”.
Wicksell, la tasa de interés “natural”. Harrod, la tasa natural
de crecimiento. Los estudiosos de mercados, el monopolio “natural”.
El Nobel Friedman, la tasa “natural” de desempleo. Fiel a ese sesgo
profesional reconocible, el ministro de Economía nos deleitó hace
poco con una presentación paralela a la del Instituto Nacional de Estadística
y Censos, referida a la tasa de desempleo. Con sumas y restas un tanto discutibles
demostró que la referida tasa “cayó un poquito”. Una
variación numérica, claro, puede leerse desde dos ópticas,
cuantitativa y cualitativa. En su aspecto cualitativo, la cifra es menor: el
desempleo es más bajo. Pero en su aspecto cuantitativo, la reducción
es no significativa, menor que el margen de error estadístico, por lo
cual la declaración del ministro también puede leerse como una
expresión de éxito por haber conseguido que la tasa de desempleo
no se aparte demasiado de su valor “natural”. Es decir, “misión
cumplida, hemos logrado mantener la tasa de desempleo”. Ahora bien, el
alto desempleo es lo que hace posible salarios indignos. Si tamaño desempleo
no se reduce, el plan económico subyacente es uno de salarios bajos,
a su vez compatible con una economía volcada a exportar –commodities,
claro–, generar divisas, y “honrar” la deuda externa, no una
economía con mercado interno e industria propia en expansión.
Mentiras verdaderas
Todo el tiempo nos informan sobre el número de horas diarias que, en
promedio, dedican grandes y chicos a mirar televisión. Por otra parte,
es evidente que una alta proporción de lo que se emite está constituido
por mentiras, en el sentido de hacernos creer algo que no tiene sustento real:
un spot publicitario de un candidato, ensayado muchas veces, que expresa un
mensaje escrito por otros, dirigido a determinado segmento de la audiencia;
aparentes entrevistas callejeras, fabricadas con actores profesionales, etc.,
etc. ¿En qué proporción nuestra cultura personal está
formada por verdades y por mentiras? Este jueves 7 fue aniversario de la destrucción
de Hiroshima por una bomba atómica que mató en el acto a 150.000
seres humanos. ¿Se buscaba poner fin a la guerra o probar una nueva arma
de destrucción masiva? En este momento se conoce que la invasión
a Irak nunca pudo tener como motivo la existencia de armas de destrucción
masiva, hecho certificado por inspectores de la ONU. Sí pudo verse desplegar
armas increíbles, y al poco tiempo anunciarse una nueva generación
de armas nucleares. Por desgracia a nosotros también nos tocó
aceptar una mentira. El domingo 3 de agosto el ensayista Paul Blustein publicó
en The Washington Post el artículo “Argentina Didn’t Fall
on Its Own-Wall Street Pushed Debt Till the Last” (La Argentina no cayó
por sí misma-Wall Street empujó a la deuda hasta el fin), en el
que describe cómo los grupos financieros de Wall Street inflaron constantemente
una burbujade bonos argentinos, sin revelar que su estallido era sólo
cuestión de tiempo. Aquel declamado crecimiento anual mayor del mundo,
que el ciudadano común no llegaba a ver en la mesa de su hogar ¿era
verdad o pura propaganda? De pronto, el humilde austral –luego peso convertible–
se equiparaba a la moneda internacional más aceptada. ¿Milagro
o una gigantesca transferencia de capital al exterior? El megacanje de mayo
de 2001, ¿era una hábil operación, o una megaestafa, que
en un fin de semana aumentó 55.000 millones de dólares la deuda
externa e intereses? La política de asfixia que viene proponiendo el
FMI, ¿no conoce bien estos hechos y busca algo más? Hagamos memoria:
al fin de la Primera Guerra Mundial, a fines de 1918, EE.UU. mantuvo sin alimentos
al pueblo derrotado, para obligarle a aceptar un tratado de paz expoliador,
la Paz de Versalles, en junio de 1919.
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