Pies de barro
Por Julio Nudler
La globalización entró en reposo: se abrió en ella una pausa, mientras el crecimiento mundial se desacelera notablemente. Si hasta 1973 el mundo crecía a un ritmo promedio del 5% anual, en los ‘90 se expandió sólo al 2,6%, y desde entonces menos aún. El comercio internacional se redujo o estancó, y los flujos netos de capital hacia los países subdesarrollados se desplomaron. La desocupación se dispara: en Estados Unidos, ese ‘gigante con pies de barro’ y ‘Hegemón malevolente’, ya es la mayor de los últimos 40 años.” Estas pinceladas formaron parte del análisis que trazó días atrás Arturo O’Connell, flamante director del Banco Central (que sin embargo habló a título personal), sobre la economía internacional después de Irak, situando a la Argentina en este complicado contexto. La exposición, desarrollada ante un grupo de profesionales, varios de ellos conocidos economistas, abundó en juicios críticos y en detalles inesperados, como la razón –según el disertante, doctorado en Cambridge– por la cual la reunión constitutiva del FMI tuvo lugar en 1944 en ese ignoto lugar llamado Bretton Woods (ver recuadro). Testigos de la disertación fueron Roberto Frenkel, Alejandro Peyrou, José Nun, Pablo Vinocur, Jorge Gaggero, Leopoldo Halperin y otros.
O’Connell señaló que, dentro de esta pausa en la globalización, hay focos de tensión. El principal de ellos es el desequilibrio descomunal de EE.UU. en sus transacciones externas: su déficit en cuenta corriente representa ya más del 5% del Producto. Para financiarlo, EE.UU. está absorbiendo hoy el 70% neto de las exportaciones mundiales de capital, contando el que exportan, también en términos netos, los países en desarrollo, incluidos entre ellos desde 2002 los latinoamericanos, que antes eran importadores netos de capital. Fuertes proveedores de capital son algunos países de Europa Occidental, los países exportadores de petróleo, Japón, Corea, Malasia y Singapur.
El déficit corriente estadounidense era hasta el año pasado fruto exclusivo de las transacciones de su sector privado. Aun cuando tenía superávit fiscal, EE.UU. arrastraba desde hacía tiempo un déficit externo, como para desmentir –apuntó O’Connell– “esa tontería de los déficit gemelos”. Hoy con George W. Bush la cuestión se agrava: el déficit en cuenta corriente, sumado el impulso que le da el déficit fiscal, puede subir al 7% del Producto. Ahora bien: la razón fundamental del déficit externo reside en que EE.UU. experimentó un fuerte crecimiento. La demanda interna norteamericana se expandía en los ‘90 un 4% anual, el doble que en el resto del mundo. Más datos: tres quintos del crecimiento mundial de los últimos cinco años los generó EE.UU., mientras Japón sigue en una crisis deflacionaria que arrastra desde comienzos de los ‘90 y Europa adoptó el acuerdo de Maastricht y luego el pacto de estabilidad, que puso un techo de 3% al déficit fiscal para luego ir bajándolo a cero como condición para que los países pudiesen ingresar al euro.
Antes, lo que EE.UU. percibía del exterior en concepto de “invisibles” (intereses, seguros, utilidades, regalías) era más que lo que pagaba por esos rubros, pero ese superávit era tapado por su déficit en el comercio de mercancías. Desde el 2002 se llegó al colmo, porque también es deficitario en invisibles: EE.UU. paga más sobre las inversiones hechas por extranjeros allí (se estima que el 40% de los títulos del Tesoro están en manos de no residentes) que el servicio que obtiene por las inversiones norteamericanas en el exterior. Esta tensión deberá resolverse de algún modo. Uno que ya se manifiesta es la depreciación del dólar.
Otro tema de gran preocupación es el surgimiento de la deflación. Japón era el país deflacionario por antonomasia. Pero en China (que ya representa el 12% de la economía mundial) empezó a aparecer en los últimos años, y también en EE.UU., si se despeja de los índices el petróleo, quesigue su propia lógica. No obstante, el Banco Central Europeo sigue atado a la meta tope de un 2% de inflación, que es una meta con techo pero sin piso. La deflación tiene el efecto nocivo de elevar el peso de las deudas, que están fijadas en valores nominales, y desalentar el consumo, generando así un círculo vicioso.
Algunos atribuyen el retorno de la deflación al ingreso de China a la economía mundial, con sus bajísimos salarios, sus millones de desocupados y su muy moderno equipamiento. Cuando China entró a la Organización Mundial de Comercio todo el mundo se dedicó a pensar en todo lo que le iba a vender, pero olvidando que el camino es de doble mano y que China produce masivamente cualquier cosa a precios ridículos. Stephen Roach, del Morgan Stanley, habla también del Factor India: un gigante que produce servicios que se pueden brindar a distancia (software, planos, proyectos, etc.) y así se convierten en transables. Esto también genera presión deflacionaria, y sobre un sector cada vez más importante como es el de los servicios.
A esto se suma el reventón de las burbujas especulativas, y ahora mismo el de la inmobiliaria en EE.UU. Otra cosa importante es que los conflictos generados por la guerra de Irak aumentaron las dificultades de alcanzar acuerdos para regular la economía internacional. El éxito del último medio siglo se logró gracias a una fuerte intervención de los gobiernos en la gestación de acuerdos, a los que EE.UU. y Europa llegaban más fácilmente por la presencia de la Unión Soviética. Sin ésta, todo se torna más complicado.
En medio de esto, EE.UU., con su poderío militar, se lanza a su aventura imperial, generando un desastre y la preocupación por adivinar cómo sigue esta historia. Muchos comentaristas creen que EE.UU. está en condiciones de hacer cualquier cosa que se proponga. Lo piensan los halcones y también la izquierda. Pero la verdad –afirma O’Connell– es que EE.UU. vive de prestado, y cada vez más de prestado. Necesita que le presten a razón de 600 mil millones de dólares por año. Claro que cuando la economía norteamericana crecía, las Bolsas trepaban y Alan Greenspan asumía el verso de la nueva economía y de que en EE.UU. funcionaba mejor cualquier negocio, había mucha gente dispuesta a comprar pedazos enteros de la economía estadounidense o poner plata en acciones y en títulos del Tesoro. Pero todo eso se acabó.
El financiamiento del déficit norteamericano se vuelve espinoso. Se recrea el famoso problema que planteó Keynes en Bretton Woods: cuando un país como EE.UU. devalúa y reduce su gasto interno, el impacto sobre el resto del mundo es bestial. Podemos así estar a las puertas de una guerra de devaluaciones competitivas. Estos días hay una especie de juego de la silla para ver quién se traga la revaluación contra el dólar. Primero fue el euro, pero después se paró; ahora le dieron con un fierro a los chinos por no revaluar, mientras las bancas centrales del sudeste asiático siguen comprando dólares a lo loco para evitar la revaluación de sus monedas.
Europa, a partir de la contrarrevolución conservadora iniciada a fines de los ‘70, consensuó que no debe haber inflación. Otra manera de decir que la clase media debe ponerle la pata encima a la clase obrera. Porque es obvio que en esas economías, si trabajaran con una muy baja tasa de desocupación cambiaría la relación de fuerzas entre las clases sociales. En todo caso, el welfare state mantiene tranquilos a los desocupados y los salarios no suben. Alemania inventó lo del déficit fiscal tope del 3% para impedir que Italia entrara al euro, pero luego ni ella pudo cumplir. Ahora, en medio de la recesión, casi nadie puede hacerlo, y mucho menos bajar el déficit a cero.
Antes, del otro lado del Atlántico estaba el tío rico, con lo cual Europa podía darse el lujo de tener una política fiscal y monetaria muy restrictiva, ya que colocaba exportaciones en EE.UU. y también en otrosmercados. Ahora, de pronto, el tío rico se desinfla, ¿y qué harán ante esto los europeos? Los derechistas dicen que deben desregular, pero Paul Krugman les responde que, en todo caso, lo que hace la desregulación es aumentar la oferta, y lo que está faltando es demanda. Así que peor.
Giulio Tremonti, el ministro italiano de Economía y Finanzas, además de emprenderla contra la “invasión” de productos chinos, pide un gran plan de obras públicas. Y no sorprende a O’Connell que sea un miembro del gobierno de Berlusconi quien diga esto, porque es más fácil que sea la derecha la que se muestre capaz de romper el consenso político que acordó una política económica sumamente conservadora. Por eso tampoco le resultó extraño que Chirac, que viene de la derecha, le dijera a Kirchner que si había que elegir entre estabilidad y crecimiento, él elegía crecer. “Esperemos que este proceso no produzca otro Adolf”, remató el expositor.