INTERNACIONALES › COMO EXPLICAR LAS CONTRADICCIONES DE GEORGE W. BUSH
Un estudiante muy desparejo
George W. Bush corre el riesgo de terminar como su padre –con un solo mandato–, habiendo hecho todo al revés que él.
Por Claudio Uriarte
La caída del dólar ayuda a los exportadores norteamericanos, pero, junto a una tasa de interés que ha tocado su piso, conspira contra el financiamiento exterior que necesitaría un déficit record de más de 500.000 millones de dólares. La invasión a Irak fue una empresa ambiciosa y de largo aliento, pero la administración Bush inauguró la originalidad de ser la primera en la historia que se lanza a una guerra mayor bajando al mismo tiempo los impuestos. La reducción de impuestos ayudó a los sectores más ricos y estimuló la economía, pero no produjo empleos y por lo tanto George W. mismo afronta la muy seria perspectiva de ser despedido del suyo.
Este manojo de contradicciones supera una explicación racional, en el sentido de que su dinámica es autodestructiva para la administración que lo genera, y perjudicial para el país que lo soporta. Pero se entiende un poco si se indaga en quién es George W. Bush. En efecto, la personalidad suele jugar en la historia roles decisivos, y los humores y prejuicios de alguien llegado más o menos por azar a la cima del poder pueden influir mucho más que la racionalidad de las grandes fuerzas económicas o históricas. En el caso de Bush, todo parece basarse en una lectura superficial y equivocada de las presidencias de Ronald Reagan y de su propio padre. Aprendió, de la derrota de su propio padre, que era imprudente subir impuestos cuando se había prometido mantenerlos intactos, y que en cambio era maravilloso reducir impuestos de manera drástica, y subir al mismo tiempo en gran escala el presupuesto militar, como lo había hecho Ronald Reagan: haga eso y usted será popularísimo, exitoso, y será reelecto presidente. Nadie le dijo que en tiempos de Reagan tasas de interés altísimas financiaban la deuda, porque su padre culpaba también de su derrota al retraso de Alan Greenspan en bajar la tasa de interés, y porque esta vez Alan Greenspan sí le dijo que esta vez convenía bajarla, para fomentar los negocios. Tampoco nadie le dijo que su padre había iniciado el camino de austeridad fiscal que había permitido el surgimiento económico de los años de Bill Clinton. Y, desde luego, nadie le informó que una guerra cara y extensa requiere una economía en movimiento, mientras lo que hizo su administración prácticamente equivalió a privarse de los instrumentos más básicos de política económica.
Esto, sin embargo, no podía durar indefinidamente, y ha llegado a una encrucijada. Económicamente, la administración sólo puede mostrar resultados abstractos, que no solucionan la principal preocupación de la gente –que son los empleos–, y políticamente se parece cada vez más a un mago que trata de repetir sin éxito un truco que antes siempre le salió. En un año de elecciones, los economistas de la administración sólo lograron producir uno de los presupuestos más mentirosos y llenos de trampas políticas de la historia. Posiblemente Bush no entienda cómo, habiendo hecho todo al revés que su padre, pueda terminar con la misma maldición de un solo mandato.