INTERNACIONALES › LA CONFIANZA DE LOS CONSUMIDORES EN ESTADOS UNIDOS
¡Ho, ho, ho, Santa Bush!
La Navidad está llegando. Y con ella, los arbolitos, los pavos y Santa Claus. También, quizá, una recuperación inédita en EE.UU.
Por Claudio Uriarte
El primer día después del Día de Acción de Gracias se toca la campana de largada para la temporada de compras navideñas en Estados Unidos. Y el sonido de esa campana repica fuerte, porque indica la tendencia a la confianza (o desconfianza) de los consumidores, en una economía y en una política en que votantes y consumidores son una sola cosa. Por eso, lo ocurrido el último viernes marca una victoria resonante para el George W. Bush que se viene. Largas filas se formaron ante las cajas registradoras, y todas dieron el sí a la reelección, como pocas semanas antes lo habían hecho ante las urnas. Por lo pronto, la Asociación de Comerciantes Mayoristas de EE.UU. pronosticó un aumento de más del 20 por ciento en las compras respecto de 2003, lo que es importante cuando se está hablando de masas y masas de miles de millones de dólares. Pero, más allá de lo que Santa Claus traiga exactamente en sus alforjas esta Navidad, lo que más importan son las señales de esperanza que pueden dar los movers and shakers de la principal economía de consumo del mundo en circunstancias en que esta economía atraviesa un momento sumamente paradójico. Veamos.
La situación de las cuentas desde que Bush ganó la reelección no ha cambiado. En realidad, ha empeorado con el tipo de inexorabilidad que ocurre cuando, bajo el efecto de la ley de gravedad, una bola de nieve aumenta su velocidad (y su peso) a medida que corre hacia abajo desde la cima de la montaña. Tanto el déficit presupuestario como el de cuenta corriente se han incrementado bajo las políticas ofertistas y keynesianas de derecha de George W. Pero eso ha tenido un efecto favorable para la primera economía planetaria, que los principales estrategas económicos de la administración apenas se atrevían a susurrar en sueños: la caída en picada del dólar. Esto, desde luego, favorece a los exportadores norteamericanos, y debería incrementar aún más la rentabilidad y quizás hasta la ocupación en aquellos sectores donde ellos son fuertes. De esta manera, se abre una nueva fuente de ingresos al fisco, al tiempo que la industria del turismo, tan dañada luego de los atentados del 11 de septiembre, debería conocer un boom. Los turistas estadounidenses en Europa temen comprar un solo par de guantes (tan necesarios en el crudo invierno que se viene), mientras que, para los europeos, Estados Unidos se ha vuelto súbitamente muy barato. Con la paridad a más de 1,33 –la más alta desde que fuera lanzada la moneda única europea, en 1999–, el euro, y con él toda Europa, pierden competitividad. Estados Unidos vuelve a cobrar fuerzas como la principal locomotora económica del mundo, aunque acaso solamente en favor de sí misma.
Mientras tanto, Alan Greenspan, el mecánico de precisión al frente de la Reserva Federal, sigue aumentando girando gradualmente el timón de la tasa de interés (el principal instrumento de política monetaria de Washington) por aumentos trimestrales del 0,25 por ciento. Esto tiene, como los sueños en la teoría de Freud, un “contenido manifiesto” y un “contenido latente”. El contenido manifiesto –que no por serlo deja de ser auténtico– es mantener a raya la posibilidad de inflación que espasmos consumistas como el que empezó a registrarse anteayer podrían alentar. El contenido latente, en cambio, es la posibilidad de refinanciar la gigantesca deuda pública estadounidense mediante el aumento de los dividendos que los inversionistas extranjeros pueden obtener comprando bonos del Tesoro norteamericano –para hablar solamente de la más conservadora de las apuestas en la timba de W2–.
Desde luego, ningún economista del Establishment admitirá que este tipo de engranaje está en marcha. Y tampoco ninguno de la oposición, que apuntará machaconamente a un desempleo que parece petrificado entre el 5 y el 6 por ciento de la población. Pero, ¿quién sabe? Ese desempleo no le robó votos a Bush, por una parte, y, por otra, quizás, y en tiempos de exportación de puestos de trabajo, el pleno empleo llegue a considerarse en sólo un 95 por ciento de la población activa.