Domingo, 2 de julio de 2006 | Hoy
AGRO › LA COSECHA ACTUAL ES EL SEGUNDO MAXIMO HISTORICO
Por Susana Díaz
Despejada transitoriamente la conflictividad entre el Gobierno y el sector agrícola, los datos de la cosecha de cereales y oleaginosas confirman las previsiones hechas desde los primeros meses del año. En un contexto de máxima rentabilidad, las exportaciones caerán casi el 11 por ciento y, de acuerdo con el último informe de la consultora IES, sumarían unos 11.400 millones de dólares. El resultado, en esencia de raíz tan climática como el alza extraordinaria registrada en 2005, dará seguramente lugar a una nueva andanada de demandas del campo, cuyos representantes encontrarán en los números del balance comercial razones de sobra para culpar a la política gubernamental. Pero al margen de las “previsibilidades” sobre el comportamiento de los actores, los números permiten ya un balance preliminar del resultado de la campaña 2005/2006 que, sin dudas, expresa la consolidación de las transformaciones estructurales del campo argentino.
El primer dato es que, si bien la campaña actual muestra la citada caída interanual de casi el 11 por ciento en valor, si se mira la serie larga también es cierto que la cosecha actual de casi 76 millones de toneladas (contra los 85 de la anterior) se encuentra cómoda en el segundo máximo histórico. La explicación debe buscarse por el lado del complejo oleaginoso, es decir de la soja. La noticia, como fuera señalado por Cash, es positiva desde una perspectiva macroeconómica. A diferencia de los cereales, la soja no es un bien salario y, en consecuencia, no compite con el consumo interno. El contraejemplo, por supuesto, es la carne. Para los productores esto se traduce en seguir usufructuando, con poca interferencia en relación con la década del ‘90, de un ciclo de ganancias extraordinarias. Esto es así porque las retenciones no superan la ganancia de menores costos y mayores precios internacionales combinados a partir de la devaluación. Además, el grueso de la soja exportada lo hace luego de algún proceso de agregación de valor (harinas y aceites), con lo que sólo paga el 5 por ciento de retenciones. No obstante que el precio de mercado interno para el productor primario es el internacional menos las retenciones del 20 por ciento. Los 15 puntos de diferencia son el incentivo a exportar “industrializado”.
El segundo dato es la consolidación estructural del proceso de sojización, el resultado económico lógico de la respuesta de los productores a las señales de precios, proceso que difícilmente variará en el mediano plazo. Las consecuencias sociales y ecológicas del proceso, expulsión de actores más erosión del suelo y exceso de extracción de nutrientes, no representan por ahora una contratendencia a las ganancias económicas globales del complejo y, dadas las actuales prioridades de política, difícilmente lo harán en el futuro cercano. Los números preliminares de la presente campaña son contundentes. De acuerdo con el mencionado informe de IES, durante el primer cuatrimestre las ventas al exterior fueron de 4006 millones de dólares, lo que representa una suba interanual del 4,3 por ciento. La razón es sólo una, “el crecimiento de las exportaciones de los productos oleaginosos y sus derivados que compensó la reducción del saldo exportable de cereales”.
Así, siempre en los primeros cuatro meses del año, el complejo oleaginoso muestra una suba del 21,5 por ciento del valor exportado “provocado, casi con exclusividad, por el alza de las cantidades despachadas, dado que los precios promedio exhibieron una leve retracción”. Volviendo a la macroeconomía, aunque la soja no sea un bien salario, su crecimiento en respuesta a las señales de rentabilidad puede hacer disminuir de manera crítica la oferta de cereales, lo que sí puede afectar la oferta y los precios internos en el mediano plazo.
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