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Meses antes de que en la Argentina circularan especulaciones sobre la posibilidad de que China cancelase la deuda del país con el Fondo, el británico Martín Wolf, un halcón liberal, planteaba abiertamente que los países del Este y el Sur de Asia debían crear un FMI propio, de tamaño relevante, dejándole el existente a Estados Unidos y Europa. Estos no aceptarán una drástica ampliación del desactualizado capital del organismo porque con ella perderían el control político (a través del anacrónico reparto del poder de voto vigente). Wolf se preguntaba por qué una región como la asiática, con enormes superávits en cuenta corriente, debería estar tan preocupada por evitar una crisis financiera internacional. Esos excedentes implican una fuerte exportación de capital, en especial hacia EE.UU., que así evita poner en orden su macroeconomía. Y se traducen en una acumulación de reservas que genera expansión monetaria y burbujas en los mercados de activos. La propuesta es que Asia, con China a la cabeza, se ocupe de mejorar su integración comercial, puesto que ya hoy su intercambio intrarregional es el más importante para sus miembros, y permita que sus monedas se revalúen, con el consiguiente aumento del consumo interno. En otras palabras, que las enormes pérdidas que sufren porque de todas formas el dólar se deprecia las reemplacen por un mayor bienestar en sus propios sistemas. Como en la nueva situación algunos países de la región pasarían a sufrir déficits en cuenta corriente, como parte de un generalizado proceso de reajuste en los balances de pagos, contar con un FMI asiático obraría como un seguro. Seguro que no brinda el actual por su reducida escala. Wolf les pregunta a los asiáticos: ¿Si están dispuestos a prestar dinero tan generosamente, por qué no beneficiar a sus vecinos en lugar de hacerlo con los estadounidenses? En la misma línea, el británico también podrá haberse preguntado, más recientemente, por qué a los chinos podría convenirles resolverle al Fondo el problema argentino.