Domingo, 2 de enero de 2011 | Hoy
E-CASH DE LECTORES
Muchas veces pensé cómo habría sido vivir las muertes de personas como el Che y Evita. Traté de imaginarme qué sintieron quienes los “seguían”, también quienes no, qué sentía el pueblo. Las imágenes de archivo, los relatos, las hollywoodenses películas incluso me ayudaron a acercarme a una idea. Pero no era más que eso: una idea. El miércoles 27 a las 10.30 (cuando me enteré de “la noticia”) se derrumbó todo eso que había imaginado, que había pensado. Nada se comparaba con lo que desde ese momento empecé a sentir. Es que ahora, sí, estaba viviendo la muerte de uno “de ésos”. Se fueron las palabras, invadió la tristeza (que sigue ahí, que sigue acá, por el pecho). Nunca había llorado por un político, o un líder, o como queramos llamarlo. Seguramente la mayoría de los que rondamos los 30 no lo hicimos más que con películas sobre “las vidas de”, quizás algunos afortunados pudimos conmovernos en algún monumento de alguna cubana Santa Clara. Creo que antes de 2003 ni se vislumbraba la idea de pasar por algo así, de sentir algo así. La política era una mierda, les interesaba a muy pocos, seguramente por herencia, y nada iba a, ni podía, cambiar. Pero apareció, casi de rebote, ése a quien trajeron los vientos de la Patagonia. Y ella a su lado. Y se quedaron. Y nuestro discurso empezó a cambiar porque se le empezó a poner palabras a otras cosas (tendenciosamente olvidadas, tapadas) que nos convocaban, que nos hablaban directamente (lo siguen haciendo, claro). Teníamos que responder. Hoy, el que dice “yo no voto, la política no me interesa, son todos iguales, este país es poco serio, etc.”, es, cuanto menos, un gil (por supuesto que igual lo respetamos... ¿por lástima?). No se trata de habernos vuelto todos “militantes”, nada de eso, pero sí de haber empezado a abrir los ojos, los oídos, el corazón. Empezar a tratar de entender (tres infinitivos juntos y poderosos, sí, ¿y qué?). El miércoles todo esto se hizo carne en la Plaza de Mayo. Qué necesaria fue-es-será toda la fuerza que juntamos ahí. Se sintió como un gran abrazo del pueblo para Néstor, para Cristina y para el pueblo mismo. Abrazo que siguió ayer, sigue hoy y ojalá siga latente de acá en más. Estábamos –estamos– todos. Pero por primera vez los sub-30, y algunos sub-40 e incluso sub-más, vivíamos –con todo lo que implica vivir– una pérdida semejante. Pero también ganamos algo inmenso, algo que empezamos a ganar hace 7 años y que decidimos abrazar (no creo que, a esta altura, haga falta detenerme en los porqué, ya hice propios varios de esos “listados” que andan circulando, tan necesarios para la memoria colectiva). Vivir la muerte (de Néstor) es todo eso: abrazarnos y respirar conjuntamente; es unirnos y dar –y darnos– fuerza. Sin retroceder un paso. Y así, avanzar...
Maia Rubinsztejn
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