Domingo, 30 de octubre de 2005 | Hoy
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Por Marcelo Zlotogwiazda
El Gobierno está por cumplir sus primeros dos años y medio de gestión con una tasa china de crecimiento de casi el 9 por ciento anual en promedio y, sin embargo, en su primera exposición al voto popular obtuvo la aprobación del 40 por ciento de los votos positivos, y de menos del 30 por ciento del padrón habilitado. A menos que se los lea con ojos muy parciales o superficialmente, dista de ser un resultado arrollador que justifique algún tipo de exitismo. Pero además, la distorsión negativa en las urnas de un espectacular aumento de Producto Bruto Interno, refuerza la vieja y elemental idea de que el crecimiento dista mucho de ser una variable suficiente para explicar el humor de la gente.
Con excepción de grupos reaccionarios y extravagantes (algunos anidados en el ecologismo naïf), nadie se opone al crecimiento per se. Pero sí, y cada vez más, se cuestionan y desaconsejan ciertos modelos de crecimiento. A tal punto que en la literatura académica e incluso en los escritos de profesionales de la consultoría y los pronósticos es muy común encontrar el término “crecimiento” acompañado de adjetivos que lo caracterizan positiva o peyorativamente. Un ejemplo muy reciente figura en la crítica que el premio Nobel Joseph Stiglitz publicó en el último número de la revista Foreign Affairs sobre un libro titulado Las consecuencias morales del crecimiento económico, de Benjamin Friedman, un investigador de Harvard. Stiglitz habla de crecimiento “moral” o “inmoral” según sea o no sustentable, según esté acompañado de una disminución de la pobreza y la desigualdad o lo contrario, y según mejore el medio ambiente o la contaminación, entre otras varias disyuntivas imaginables.
En la misma línea, aunque enfocado exclusivamente en la asepsia de la sustentabilidad macroeconómica y despojado de consideraciones éticas, el economista jefe del banco de inversión Morgan Stanley, el muy influyente Stephen Roach, comenzó en junio pasado un informe de la siguiente manera: “Hay crecimiento bueno y crecimiento malo. El primero se da cuando está bien apoyado en la generación interna de riqueza y ahorro. El malo se alimenta de burbujas y endeudamiento”. Stiglitz, Friedman y Roach coinciden –con algunos razonamientos en común y otros bien distintos– en que el crecimiento que ha tenido los Estados Unidos en la era Bush es de tipo “malo” o “inmoral”.
Después de la peor recesión de la historia argentina, que se prolongó desde mediados de 1998 hasta el 2002, hubiera sido como mínimo obsceno plantear en 2003 o en 2004 si la fuerte recuperación que se estaba dando era “buena” o “mala”, o si tenía virtud moral o defectos de inmoralidad. Pero a esta altura, el análisis y la discusión resultan inevitables porque se imponen por fuerza propia. No sólo para revisar lo que pasó, sino fundamentalmente para despejar el futuro de obstáculos, sinsabores y dolorosos retrocesos obligatorios.
Mirando hacia atrás, hubo muchos elementos que afearon el muy lúcido crecimiento de Kirchner y Lavagna. Antes que nada, la pobreza, la indigencia y el desempleo bajaron pero a un ritmo insatisfactorio para millones de personas. Quizás esto sea una de las claves para entender por qué el crecimiento a velocidad china no reventó las urnas en favor del oficialismo.
En segundo lugar, debido a que el crecimiento no ha sido del todo bueno en término de sus factores dinamizadores, en particular la escasez de acumulación de capital reproductivo, es que hoy su continuidad, o para ser más preciso, su ritmo, está amenazado. En este sentido, no hay duda de que el pequeño brote inflacionario se debe en parte a que el tipo de crecimiento estuvo desbalanceado a favor del consumo y en detrimento de la inversión, lo que provocó un desequilibrio entre oferta y demanda.
Ahora que ya no resulta obsceno sino imprescindible debatir el tipo de crecimiento que sigue, lo que sí proliferan son opiniones algo obscenasque pretenden barrer bajo la alfombra los defectos de inequidad y concentrarse exclusivamente en los defectos de dimensión no ética, como la necesidad de promover la inversión, mejorar el clima de negocios, y consolidar las cuentas fiscales y externas.
La gran pregunta es si el gobierno se va a inclinar claramente hacia alguno de los dos caminos, que vulgarmente pueden ser etiquetados como el giro hacia el distribucionismo o hacia un capitalismo más puro. Es interesante notar que mientras algunos razonan (por ejemplo Manuel Calderón, de la Fundación Pent) que el triunfo electoral le da margen al gobierno para “bajar un cambio ... y desestimular el consumo”, otros (el diputado Claudio Lozano, entre ellos) sostienen que no hubo triunfo rotundo por falta de derrame. Roberto Lavagna está claramente a favor del rebaje.
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