Domingo, 19 de noviembre de 2006 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
“Siempre las subas de los sueldos tienen que superar a la inflación en 1 o 2 puntos porcentuales. Esto es así porque es la única forma de que se produzca un efecto derrame. Es decir, se aumenta el poder adquisitivo de los empleados repartiendo de forma más equitativa las ganancias de las empresas.” Está equivocado quien crea que eso fue dicho por el cegetista Hugo Moyano o por el más presentable Víctor De Gennaro de la CTA. Tampoco acierta quien piense que la idea es de la ministra Felisa Miceli o de su colega Carlos Tomada. Las declaraciones fueron hechas a un matutino de negocios por Héctor Méndez, presidente de la Unión Industrial Argentina y fabricante de envases plásticos. Si alguno se sorprende, la sugerencia es moderación con el entusiasmo y atención a lo siguiente.
Para comprender lo que verdaderamente implica la propuesta de Méndez vale el siguiente sencillo ejemplo hipotético de microeconomía. Supongamos que una empresa fabricó a lo largo del año 100 unidades que vendió a un precio promedio de 5 pesos, con lo cual la facturación totalizó 500 pesos. En el proceso de producción utilizó 20 empleados que cobraron un salario de 10 pesos, conformando un costo laboral de 200. En insumos y otros costos la empresa gastó otros 200 pesos. En resumen, el excedente fue de 100 pesos (500 - 200 -200).
Imaginemos ahora que al año siguiente esa empresa aumentó su producción en un 8 por ciento y elaboró 108 unidades, que fueron vendidas a un precio inflado en un 10 por ciento, de 5,0 a 5,5 pesos. O sea que la facturación subió a 594 pesos (108 x 5,5). Para poder expandir la producción la firma incorporó a un obrero más que, al igual que los 20 que ya había, recibió una remuneración ajustada en dos puntos por encima de la inflación (12 por ciento), siguiendo la alternativa más desprendida de Méndez. Con 21 asalariados cobrando 11,2 pesos (10 más el 12 por ciento), surge que el costo laboral se incrementó a 235.
Obviamente la firma tuvo que comprar más insumos que se encarecieron igual que el producto manufacturado. Además, invirtió parte del excedente del año previo en mejorar el rendimiento de las máquinas. En conjunto, esos otros costos ascendieron a 240 pesos, un 20 por ciento más que los 200 del año anterior. Al final de cuentas, los resultados del segundo año arrojan una ganancia de 119 pesos (594 - 235 - 240).
Con los resultados a la vista, observemos las implicancias de la proposición del presidente de la UIA:
n Hubo aumento del empleo y el salario le ganó a la inflación (12 a 10 por ciento);
n Pero el excedente creció de 100 a 119 pesos, es decir bastante más que el salario real (19 versus 12 por ciento).
El planteo de Méndez es más mezquino que lo generoso que puede parecer si no se lo analiza con profundidad. No hay duda de que en el ejercicio mejora el poder adquisitivo y también el empleo, pero también es cierto que el costo laboral relativo no aumenta, sino que disminuye levemente. O puesto de otra manera, la participación del factor trabajo en la facturación cae del 40,0 al 39,5 por ciento. Esto significa que el “derrame” del que habla el dirigente empresario no se concreta en una redistribución.
La explicación, que es el punto que Méndez omite, radica en el salto de productividad. Mientras que en el primer año la producción física por empleado fue 5 (100/20), en el siguiente se eleva a 5,14 (108/21), en casi un 3 por ciento. Téngase en cuenta que los números de este ejercicio son extremadamente conservadores respecto de los saltos en productividad que se han venido registrando en los últimos cuatro años.
De respetarse el planteo de Méndez, lo más probable es que el año próximo se frene la tendencia hacia una mayor equidad en la distribución funcional (entre factor trabajo y factor capital) del ingreso que se registró en los últimos tres años, período en el que hubo una recuperación del 34,3 al 38,6 por ciento. Para tener dimensión de la extraordinaria transferencia hacia los capitalistas que hubo en los años previos, cabe recordar que esa proporción alcanzaba el 45 por ciento en 1993.
Para que la tendencia se mantenga, es necesario que la remuneración nominal supere no sólo a la inflación “en uno o dos puntos”, sino que también capture una parte importante de la mayor productividad.
No es ninguna casualidad que la propuesta de elevar los sueldos “uno o dos puntos por encima de la inflación” prevista del 10 por ciento ubique el ajuste por debajo del 13 por ciento que desde el Gobierno se ha lanzado como base mínima para las paritarias del año que viene. Con ropaje concesivo, el presidente de la UIA no ha hecho otra cosa que comenzar a negociar empujando el piso hacia abajo.
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