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Sábado, 21 de enero de 2006

TEATRO › ENTREVISTA A JULIETA DIAZ, QUE JUNTO CON FERNAN MIRAS PROTAGONIZA LA OBRA “TONTOS POR AMOR”

“En la actuación uno entrega el alma, deja todo”

Formada desde la adolescencia por Rubens Correa, la actriz ahora es dirigida por él en la obra del norteamericano Sam Sheppard, con un elenco en el que también figura Ricardo Díaz Mourelle, padre de Julieta Díaz. Ante esta nueva experiencia teatral, ella reflexiona sobre los atractivos de una vocación a la que está entregada.

 Por Cecilia Hopkins

Cuando habla, Julieta Díaz parece dispuesta a demostrar que la vacilación no es una de sus actitudes preferidas. Arma sus respuestas a gran velocidad adicionando datos, yéndose por las ramas hasta reencontrar las razones que la llevaron a decir lo que dijo. Todavía parece sorprendida del modo en que su carrera fue encauzándose en tan poco tiempo. Vinculada con la profesión actoral desde la infancia, conoce al detalle las categorías de las intervenciones televisivas y desde ahí hace el repaso de su carrera: “En sólo 4 años pasé de ser un extra calificado, de hacer bolos menores y bolos mayores a coprotagonizar con Oscar Martínez, en Ilusiones. Eso llega después de mucho tiempo y, a veces, no llega nunca”, se asombra todavía en la entrevista con Página/12. Si bien su actual cartel se lo debe a la televisión (ver recuadro) sus inicios estuvieron ligados al teatro, actividad que parece privilegiar: “estuve entre bambalinas desde que nací porque seguía el trabajo de mi papá (Ricardo Díaz Mourelle) –aclara–, siempre supe que iba a ser actriz: después de hacer algunos talleres, a los 17 me puse a estudiar con Rubens Correa... él se acuerda de que yo iba a las clases con el delantal blanco”, se ríe. Bajo la conducción de éste, su maestro de la adolescencia, y formando pareja con Fernán Mirás, Díaz acaba de estrenar Tontos por amor en el teatro Lorange, obra de Sam Shepard llevada al cine en 1985 por Kim Basinger y el propio autor, bajo la dirección de Robert Altman. Completan el elenco el mismo Díaz Mourelle y Pablo Iemma. La música pertenece a Mariano Cossa, la iluminación y el vestuario, a Leandra Rodríguez y Sofía Di Nunzio, respectivamente. Según se explaya la actriz, la obra “analiza la realidad desde lo intelectual y conecta con el tema del amor imposible, del amor roto y enfermo. Pero también es muy instintiva porque habla de la pasión y la obsesión, de los límites que existen entre una y otra. Y habla del dolor y el pánico a la soledad: en todos los personajes hay un gran terror al abandono. Trata de una pareja que está junta desde que tienen 15 años y esto es lo que hace que, más que novios, parezcan primos o hermanos. Es la historia de un amor imposible porque (además de algo que es mejor no revelar aquí) ellos no pueden estar juntos pero tampoco separados. Es una obra triste, densa, con algo onírico, de pesadilla. No es la obra típica para el verano”, concluye risueña.

Criada, según ella misma detalla, en un ambiente caracterizado por la sensibilidad hacia los temas sociales y artísticos, Julieta Díaz analiza la tarea del actor desde su ligazón con el arte en general, estrechamente vinculado a la reflexión: “para mí el trabajo del actor, en teatro, como en cine y televisión, tiene que ver con la opinión sobre la realidad. No es que pretendo cambiar el mundo desde ahí, eso sería pretencioso. Me refiero a la opinión sobre la realidad del personaje. Cuando hacía a Juana, en Locas de amor, yo buscaba que la gente entendiera lo que podía sentir alguien que fue violado a los 8 años por el padre, algo tan terrible, impensable como pocos de los tantos crímenes que hay en el mundo. Yo quería lograr que la gente comprendiera eso pero desde adentro, desde la sensación del otro. Por eso creo que el arte es modificador, sanador, iluminador. El arte nos enfrenta y hasta nos invade con cosas que nos modifican como espectadores. Me parece que el entretenimiento está muy bien que exista, porque es bueno reírnos y distendernos. Pero es necesario encontrar en el arte un canal de comprensión o expresión para modificarse a uno mismo. En la actuación uno entrega el alma, deja todo. Yo, al menos, querría se artista más que actriz y esto tiene que ver con conseguir un estilo propio, una pincelada particular. Me parece que eso sucede cuando el actor encuentra la forma de ser verdadero. Esa parte de la vocación es muy profunda. Pero después está el trabajo en sí. Hay que hacer prensa, estar lindo... y manejar lo que tiene que ver con el aplauso y la fama”.

Acerca de cómo prepara sus personajes, pareciera que Julieta podría hablar por horas: “Soy muy observadora en general. Leo materiales, me apoyo en la dirección y en mis compañeros y después aparece mi propia forma de ver las cosas. Entonces, los personajes salen de unos límites y unas pautas determinadas, pero a partir de mi imaginación. El personaje de 099 Central era muy complejo, tocaba temas muy fuertes relacionados con la pobreza y la marginación. Además no era común ver en la televisión el personaje de una villera. Para hacerlo leí encuestas y entrevistas a personas de muy pocos recursos y hablé con gente de la policía. No tenía que preocuparme por salir linda, yo con eso me aburro mucho. Aunque cuando hice la Mora Amaya de Soy gitano, era imposible que me aburriese, porque el culebrón es divertido en sí mismo y el lugar de heroína de novela no es fácil de sostener. Para hacerlo, me ayudó encontrarme con el mundo del flamenco. Conocí a muchas gitanas que se coparon con la novela aunque decían que había ahí un montón de cosas que no tenían que ver con la realidad. Pero creo que les gustaba porque había algo de la pasión y de las leyes que hacen muy difícil la vida a las mujeres gitanas. Ahora sigo estudiando flamenco, pero sé que es un arte muy difícil, que requiere mucha dedicación. Para mí es sólo un canal de expresión, no tengo ningún otro objetivo porque entiendo mis límites. No cualquiera puede bailarlo”.

Después de la exitosa experiencia de Emma Bovary –versión de la novela de Gustav Flaubert elaborada por Ana María Bovo según los métodos de la narración oral y la actuación–, Julieta espera, en el futuro, volver a ser dirigida por la narradora. También sueña con el unipersonal construido con material escrito por ella misma. “Hay diferencia entre narrar y actuar”, analiza. “En la narración basta con la palabra, es un arte más solitario pero no por eso menos cálido. Un narrador puede llevar a un espectador a cualquier parte del mundo. Para mí marca un punto intermedio entre lo literario y lo puramente teatral. La narración tiene mucha síntesis: si habla de un príncipe, el espectador se puede remitir a sus propias imágenes y pensar en el príncipe perfecto. El actor también trabaja con síntesis y metáforas, pero en el teatro hay una propuesta sobre el relato, un marco específico que tiene que ver con una escenografía y un partenaire.”

Su cabello teñido de rubio impone el tema en la entrevista. En estos días, Julieta está filmando a las órdenes del italiano Marco Risi (hijo del famoso Dino) la película La mano de Dios, sobre la vida de Diego Maradona, armada en base a una sucesión de flashbacks que abarca desde los comienzos de su carrera hasta la actualidad. Al personaje de Diego lo interpreta Salvatore Cascio, el que fue protagonista de Cinema Paradiso, a los 8 años. Julieta asume el rol de Claudia Villafañe en tres momentos: a los 22 años, a los 30 (ya rubia) y a los 40. En un principio, Díaz cuenta que tuvo ciertos reparos en virtud de que Maradona y su ex mujer no estaban de acuerdo con el guión. Sin embargo, luego cambió de parecer: “Si yo pensara que van a existir problemas legales, no haría la película. Pero Maradona, aunque no está de acuerdo con el guión, cobró la plata de los derechos”, argumenta la actriz. “A Claudia tampoco le gusta y esto al principio me perturbaba porque de alguna manera yo estaba necesitando su aprobación. Hay cosas de la intimidad de ellos que toca el guión que no les parece bien. Y en realidad, ¿a quién le gustaría que se metieran con su vida privada? El director modificó todo lo que pudo, pero siguen sin estar de acuerdo. Contar la historia de alguien que está vivo es muy fuerte. A mí Claudia me sugiere mucho respeto: ella educó a sus hijas y acompañó al que desde siempre fue su ídolo. En ningún momento quise imitarla. Sólo busqué capturar algunas cosas de ella, una expresión de tristeza que le vi en entrevistas grabadas o algo de su parquedad. Hay en la película una escena de una discusión fuerte que me costó mucho. Porque él es muy temperamental, pero ella es muy reservada y nunca se la ve enojada. Me fue muy difícil imaginar cómo sería ella en una situación así. De todos modos, la película es muy respetuosa y me parece que los deja a los dos muy bien parados”.

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Díaz y Mirás en acción. “No es una obra típica de verano.”
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