Sábado, 21 de enero de 2006 | Hoy
UN LIBRO RESCATA LA FIGURA DE FABIAN POLOSECKI
Los periodistas Hugo Montero e Ignacio Portela juntaron durante meses material de archivo y entrevistaron a familiares, amigos, compañeros de trabajo y espectadores. El resultado es Polo: el buscador, que cuenta con testimonios de Rodrigo Fresán, Marcelo Birmajer, Pablo Reyero, Pablo de Santis y Enrique Sdrech, entre otros.
Por Silvina Friera
En la “década infame de la televisión argentina”, los años ‘90 y, para más datos, en el símbolo máximo de la decadencia televisiva, el ATC de Gerardo Sofovich, no todo estaba perdido entre los escombros de la frivolidad. El 19 de abril de 1993 la primera emisión de El otro lado trazó, definitivamente, un antes y un después en la historia de la pantalla chica. Lejos de la miopía que padecía (y padece) el periodismo, Fabián Polosecki enfocó la mirada hacia un puñado de historias escondidas en las sombras de la vida cotidiana, protagonizadas por ladrones, vecinos, prostitutas, trabajadores e inmigrantes; hombres y mujeres que, hasta entonces –y si tenían “suerte”–, estaban confinados casi con exclusividad a las páginas policiales de los diarios. No había golpes bajos; ni la cámara ni el entrevistador apelaban al recurso efectista de ridiculizar al otro. Simplemente, el secreto residía en dejar hablar, apenas balbucear alguna pregunta, un breve comentario; la virtud era saber escuchar, respetar la palabra y los silencios de sus interlocutores, no juzgar ni bajar línea. Desde lo narrativo, el salto cualitativo consistía en mezclar la ficción –un guionista de historietas con su vasito de ginebra, unos cigarrillos Parisiennes, la máquina de escribir Olivetti y su campera de cuero negra–, con la realidad de la gente de a pie. La gran novedad de Polo, como señaló Pablo Reyero, fue “llevar la crónica urbana del periodismo gráfico a la TV”. A meses de cumplirse los 10 años de la muerte de Polosecki –el 3 de diciembre–, los periodistas Hugo Montero e Ignacio Portela acaban de publicar Polo: el buscador (Catálogos), prologado por Pablo de Santis.
Los autores investigaron la vida familiar de Polosecki, su paso por el periodismo gráfico –Radiolandia, Sur y Página/12–, el impacto que generaron El otro lado y El visitante por la manera en que Polo y su equipo elegían para contar una historia. Cuando Portela y Montero se conocieron en la Universidad de Lomas de Zamora descubrieron que compartían el mismo referente que los empujó a estudiar la carrera de Comunicación. “Cuando vimos su programa pensamos: ‘Si este tipo es periodista, nosotros queremos hacer algo parecido’”, cuenta Portela en la entrevista con Página/12. Fundadores y miembros del consejo de redacción de Sudestada, Portela y Montero le dedicaron el segundo número de la revista a Polo, pero sintieron que le debían algo más que una nota a quien tanto admiraban. Juntaron material de archivo y entrevistaron a familiares, amigos, compañeros de trabajo y espectadores como Catalina Dlugi, Marcelo Birmajer, Pablo de Santis, Ricardo Ragendorfer, Pablo Reyero, Enrique Sdrech, Tomás Abraham, Rodrigo Fresán y Carlos Chernov, entre otros.
Mientras trabajaban, Portela encontró una coincidencia entre dos mitos: Polo y Luca. “La vida de Polosecki se parece a la de Luca Prodan: cada uno tiene su versión, su propio Polo. Algunos te dicen que era una persona depresiva, otros que era muy sociable y alegre.” Montero cuenta que se cruzaron con mucha gente que sólo había visto a Polo quince minutos en su vida y todos tenían un recuerdo y querían hablar de él. “En marzo del año pasado publicamos un adelanto del libro en Sudestada que generó un rebote impresionante entre quienes lo habían conocido en la época de su militancia en la Fede, incluso uno de los hermanos Korol, Adrián, nos contó que fue compañero de banco de Polo en primer grado. Era increíble porque él no vio los programas, no quería idealizarlo, pero se acordaba de Polo como un referente entre los chicos.”
–¿Por qué crece el interés en la figura de Polosecki, especialmente entre los estudiantes de periodismo que ni siquiera vieron sus programas?
Ignacio Portela: –En parte, por el mito que se generó, pero también porque los estudiantes de periodismo necesitan referentes. Y los referentes que había hace 10 años se fueron cayendo o mostraron la hilacha. Lo de Polo perdura en el tiempo como una referencia a partir de la cual se puede armar y crear algo. Cuando mirábamos los programas, nos preguntábamos: ¿Cómo puede ser que esto se hizo hace una década y no haya nadie que lo haga hoy? La obra de Polo, su sinceridad y su compromiso permanecen intactos.
Hugo Montero: –Quizá también porque es raro y difícil hacer algo bueno en televisión. En gráfica y radio, en estos últimos años, se hicieron muchas cosas interesantes, pero en televisión es extraño que haya un programa periodístico de calidad.
–¿Qué piensan cuando Polo señaló que su estilo como entrevistador estaba más vinculado con el de Roberto Galán que con el de Jesús Quinteros?
H. M.: –Era una forma de plantarse frente a la televisión, de sacarle seriedad a la cuestión del periodista que investiga, es profundo y hace denuncias. Polo siempre decía que él veía la televisión para entretenerse y que su programa favorito era Alf; que le gustaba Roberto Galán porque había tres viejos y tres viejas que desnudaban el alma en la pantalla. Era una manera de sacarse de encima todo el prejuicio de la prensa televisiva que en Argentina suele ser muy cuadrada, en cuanto a que si no hay una denuncia con cámara oculta, no es periodismo. También puede ser visto como una provocación; es obvio que si nombrás como referente a Galán, no te van a tomar muy en serio en el establishment periodístico de la televisión.
I. P.: –Era su caballito de batalla para desorientar cuando lo comparaban con Quinteros; era como si dijera: “No estoy acartonado como se supone que tendría que ser un periodista que hace entrevistas serias”. Polo buscaba desacartonar el personaje y darle una vuelta de tuerca.
H. M.: –Además, no todo lo que importa es la realidad política; también está el amor, el miedo a la muerte, la relación con los vecinos. Hay todo un universo que la televisión no refleja, y el periodismo tampoco porque no es noticia, y de eso me parece que se ocupó Polo.
–¿Qué cosas heredó la televisión de El otro lado o de El visitante?
H. M.: –Se tomó en cuenta la mirada hacia lo marginal, pero después se hizo un abuso insoportable de eso, y también me parece que se creyó que hacer una entrevista pausada implicaba ser profundo. Pero no quedó lo más interesante que era que Polo apostaba a llegar a la profundidad de la otra persona.
I. P.: –Quedó la cáscara sobreactuada del estilo de Polo, pero no se mantuvo el interés por descubrir otros universos.
H. M.: –Las notas que se hacen ahora a los vendedores ambulantes en el tren o a personas que viven en un barrio carenciado sólo muestran los primeros diez minutos de charla en la que se dice: “Necesitamos esto, la pasamos mal”. Pero en el programa de Polo quedaba claro que esa gente también se divertía, la pasaba bien, se cagaba de risa y tenía ganas de hacer otras cosas. Ya no hay voluntad de conocer realmente cómo vive esa gente.
I. P.: –Es como si dijeran: “Vamos a copiar este formato, se lo choreamos, le ponemos mejores cámaras, mejores exteriores”, pero sin la esencia de El otro lado.
–¿Y qué sucede ahora con la relación entrevistado-entrevistador, que era tan vital en los programas de Polosecki?
I. P.: –Polo no iba al Jardín Botánico a hablar con la gente; él lograba que la gente apareciera hablando. Ahora (Gastón) Pauls va a tal o cual lado, (Rolando) Graña viaja para tomar drogas; el protagonista es el que va a descubrir, es la mirada del turista. Polo se metía en esos mundos para que la gente hablara de por sí, y él, como decía, intentaba balbucear algunas cositas, pero la historia la contaba el otro. Polo nunca te daba la papa masticada.
H. M.: –En uno de los programas de La liga, un periodista fue a dormir a la Villa 31 por una noche. Era la vivencia de un periodista que vive bien en un universo que no es el suyo. Pero yo no pude ver cómo es la vida de la gente en la villa. Lo que se mostraba era la contradicción entre el periodista que, por ejemplo, vive en Palermo y se va a pasar la noche a la villa.
I. P.: –Es la mirada del turista que, al no conocer, todo le parece extraordinario, exótico. ¡Uy, comen un choripán!, ¡Una rata! ¡Estamos en Singapur! (Risas).
–¿Qué modelo de periodista impera en la televisión?
I. P.: –El periodista de aire acondicionado que dice: “Vamos a ver cuál es la realidad de Ciudad Oculta”. Van, desembarcan y vuelven al aire acondicionado.
H. M.: –Y cuando bajan a la superficie de la realidad, van como corresponsales de guerra (risas). Cuando incendiaron la comisaría de El Jagüel por el asesinato de Diego Peralta, el papel del periodismo fue lamentable. Leí las crónicas que salieron publicadas en los diarios y realmente parecían escritas por corresponsales desde Afganistán. Los periodistas no sabían el nombre de las calles ni del trayecto del tren.
I. P.: –Y estamos hablando de un lugar que queda a 40 minutos de la capital.
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