Domingo, 20 de febrero de 2011 | Hoy
TEATRO › CARLOS GOROSTIZA Y AGUSTIN ALEZZO, JUNTOS EN VUELO A CAPISTRANO
Figuras indiscutibles del teatro nacional, por primera vez unen sus talentos para una obra. El resultado es una comedia dramática que se vale de un texto inteligente y una puesta con gran ritmo, diálogos cruzados y reflexiones personales en constante ebullición.
Por Carolina Prieto
Dos popes del teatro nacional confluyen por primera vez en escena. Carlos Gorostiza, 90 años, el autor de más de cuarenta obras que sacudió al medio en 1949 con El puente, una pieza donde pintó dos mundos enfrentados, la calle y la casa, con sus personajes característicos y sus formas de hablar cotidianas. Agustín Alezzo, 75 años, más de setenta puestas en escena y uno de los más grandes maestros de actores, debutó como intérprete en las filas del Nuevo Teatro dirigido por Alejandra Boero y Pedro Asquini, y fundó el Grupo de Repertorio para evadir la censura militar y seguir trabajando sin que su nombre apareciera. Gorostiza es también uno de los referentes centrales de la llamada Generación del ’60 (que formaban Roberto Cossa, Jacobo Langsner, Ricardo Halac, Carlos Somigliana, Ricardo Talesnik y Oscar Viale, entre otros) y de Teatro Abierto, el bastión de la resistencia cultural de la última dictadura militar, además de ser el primer secretario de Cultura con la recuperación democrática. Por su parte, Alezzo se empapó de las ideas del maestro ruso Konstantin Stanislavsky y tomó contacto con la actriz y docente Hedy Crilla, de origen austríaco. Este sería el comienzo de una etapa esencial de su trayectoria, marcada por una intensa formación y por el descubrimiento de la dirección, que lo llevaría a concretar éxitos como Master Class, protagonizada por Norma Aleandro; y los unipersonales Yo soy mi propia mujer, con Julio Chávez, y Rose, a cargo de Beatriz Spelzini, entre los más recientes.
Hubo un antecedente televisivo a la reunión de estos teatristas: una versión de El pan de la locura, dirigida por Alezzo en 1987 con las actuaciones de Walter Santa Ana, Leonor Manso y Lito Cruz. El autor de clásicos como Los prójimos, El patio de atrás y El acompañamiento suele dirigir sus obras, pero hace pocos años empezó a delegar esta tarea. Y así fue como invitó a Alezzo a dirigir Vuelo a Capistrano (en cartel en el Multiteatro, Corrientes 1283, de miércoles a viernes a las 20.30, y sábados y domingos a las 20). Es una pieza intimista sobre un pintor maduro (Daniel Fanego), obsesionado con el vuelo de las golondrinas desde la ciudad californiana de San Juan de Capistrano hasta el Hemisferio Sur en búsqueda de temperaturas agradables, y su regreso cuando los primeros fríos se anuncian en esta parte del planeta. Tal es el encandilamiento que le producen las aves, que intenta pintarlas en su travesía. Pero no puede hacerlo. Una imposibilidad que esconde una serie de emociones y conflictos que se irán develando con el transcurrir del espectáculo, en el que actúan Emilia Mazer como su actual pareja –una docente joven que lo sostiene a capa y espada– y María Ibarreta como su ex esposa, una mujer nerviosa y muy crispada, que invade la casa con reclamos a cuestas.
Todo transcurre en la casa de la pareja: un espacio apaisado en el que los personajes se mueven con comodidad. Mientras ellas entran y salen del departamento; él no lo abandona nunca. Sólo se mueve entre el balcón, el living y el baño, munido de una suerte de enciclopedia sobre pájaros a la que recurre como una Biblia. Lo atrae el espacio que se adivina más allá del balcón, ya sea por el sonido molesto y permanente de las palomas a las que tilda de mediocres –“Cuando se trata de volar, digo volar volar, dan una vueltecita corta y listo. No dan para más”– o por el cielo infinito en el que imagina el viaje de las Hirundo rustica, como llama a las golondrinas, símbolo de libertad. “Lo que las mueve tal vez no sea sólo una búsqueda de climas cálidos. Tal vez, cuando salen de Capistrano, salen volando en busca de su destino. Y es en la libertad donde descubren que su destino está en su origen”, advierte el protagonista.
En este micromundo, el texto de Gorostiza delinea los rasgos de cada criatura en forma gradual con buenas dosis de humor, ternura y también crudeza. Fanego se mueve como pez en el agua en la piel de un hombre cuya terquedad y desdén por el mundo terrenal esconde una fragilidad interna y una conciencia de su inevitable finitud. Histrionismo, mordacidad y mucha energía escénica para un hombre cuya muerte se avecina sin que haya mucho por hacer a causa de una enfermedad terminal. Mazer, por el contrario, se instala en una cuerda más tierna y blanda en el buen sentido: es la compañera que no se aparta y aguanta todo, o casi todo, inmersa a su vez en una lucha más terrena y de índole gremial para mejorar las condiciones laborales. Cuando la ex irrumpe reclamando la autorización para que pueda viajar al exterior con la hija de ambos, recién allí ella se corre, para dejarlos que arreglen sus asuntos. Ibarreta compone a una mujer que es un manojo de nervios, iracunda y angustiada por este hombre que hace seis meses no ve a su hija. “Quiero que Paula se acostumbre a mi ausencia”, dirá él más tarde, acaso como explicando el distanciamiento. Este personaje femenino, al borde de un ataque de nervios, vira hacia la compasión cuando se entera del avance de la enfermedad de su ex marido. Pero lo hace en forma extrema nuevamente: llora y exhibe una misericordia desbordada, que contrasta con el personaje de Mazer, ubicado siempre en un tono más sereno aunque no menos intenso. La mano dúctil de Alezzo se refleja en el ritmo que domina la puesta, con diálogos cruzados y reflexiones personales en constante ebullición, en contrapunto con el no cambio del espacio y con la terquedad de Pablo, el protagonista, inmovilizado en su casa y en sus ideas.
Para los amantes del teatro, esta comedia dramática es una opción imprescindible: un texto inteligente que no cae en golpes bajos, un trío de actores experimentados y una dirección acertada. Pocas veces la comicidad es el camino elegido para abordar temas dramáticos como éste, que podría dar para un tono mucho más solemne. Aquí hay un único pasaje en que el protagonista deja ver su desconsuelo; siempre prefiere sostener la ironía como defensa contra los demás y contra su propia realidad. En definitiva, una propuesta sensible que refleja la vigencia de dos mitos vivos de la escena local. Y hay más. En abril, Gorostiza estrena en el Teatro San Martín El aire del río, con dirección de Manuel Iedvabni. Un espectáculo ambientado en tres momentos específicos del país con un fuerte componente histórico-político. Mientras que Alezzo prepara El círculo, del norteamericano Donald Margulies, que dará a conocer en su sala El Duende.
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